Para una joven viuda de la isla de Corpus Christi, la alianza entre Gran Bretaña y los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial significó la llegada de militares americanos a las colonias, que se alojaron en su pensión. Muy pronto se dio cuenta de que los apetitos de los soldados se dirigían hacia frutos de la isla mucho más tentadores y provocativos que los que ella servía en su mesa. Y, para mantener a sus jóvenes lejos de los burdeles y de las manos codiciosas del jefe de la policía, los alimentaba cada noche con cuentos que mezclaban de manera muy seductora el exótico pasado del Caribe con un presente decididamente más picante.

La viuda tiene ahora noventa y seis años, y le cuenta a su joven e inocente nieto estas fábulas, que son como un tapiz de memorias enlazadas entre sí, exageradas y aún más coloridas en su segunda versión. Líricos y obscenos, fabulosos y escatológicos, los relatos fluyen y se quitan la palabra unos a otros, en una serie de historias dentro de otras historias a su vez dentro de otras historias, en las que incluso hay algunas intromisiones de personajes reales, como Sir Walter Raleigh o el general Eisenhower. Y los cuentos, narrados en una rica y nada cohibida lengua, comprenden desde el tradicional folklore caribeño -siempre con el sorprendente toque que les da la narradora- ­hasta las digresiones más absurdas y delirantemente cómicas. Lo que la abuela le ofrece a su nieto, generosamente y como en un juego, es un rito de iniciación, lecciones de un arte muy antiguo. Y un libro que es una espléndida muestra del talento de Robert Antoni.

«Las rítmicas frases de Antoni, su deslumbrante imaginación y sus poderes descriptivos me han seducido totalmente» (The Daily Telegraph).

«Cuentos verdes, divertidos, mágicos. ¡Ojalá todas las abuelas fueran así!» (The Guardian).

«La carnalidad y la malicia de la escritura de Antoni es regocijante. Tan directa en su sexualidad, tan estridente en sus insinuaciones, su humor hace que el lector se retuerza de risa» (Tribune).

«No sólo intensa, mesurada y políticamente sutil, sino también muy, muy divertida... Una consistente celebración de la sensualidad» (The Times).