Narrada con el estilo seco y ágil del mejor thriller, y con un sentido del absurdo y de la comicidad más negra, La manipulación cuenta, a través de la voz de su protagonista, la historia pesadillesca de una noche en la vida de un probo ciudadano inasequible al desaliento. En efecto, el narrador mantendrá en todo momento la más inexplicable calma ante la serie de desdichas que le acometerán desde el momento en que, cuando regresa del trabajo a casa, no la encuentra, como siempre, desordenada y rebosante del jaleo que suelen armar su esposa e hijos, sino ordenadísima y deshabitada.

La situación es grave, sin duda, pero el protagonista, a la manera de Buster Keaton, mantiene la ecuanimidad. Lo cual no le impide ser un caballero notablemente obsesivo. Pues, aparte de la desaparición de su mujer, y de las idas y venidas que dará por toda su ciudad durante esta enloquecedora noche, acompañado de disparatados personajes, la mente del narrador estará en todo momento ocupada por la espantosa molestia que supone para él un doloroso grano en la nuca, o con la idea de irse a vivir fuera de la ciudad, o acordándose de la esposa aparentemente perdida, aunque, la verdad sea dicha, piensa sobre todo en sus muslos, a los que, con toda justicia, califica de «determinante de mi situación familiar y laboral», puesto que fue por ellos que se casó.

La manipulación, primera finalista del IV Premio Herralde de novela, es una obra de peculiar comicidad -que a veces recuerda las películas del primer Walt Disney-, y que entronca con la tradición expresionista de Kafka, Beckett y Bernhard.

Como estos últimos, Roberto Fernández Sastre bucea en la individualidad del ciudadano medio, ese que en las encuestas no sabe/no contesta, y le devuelve el alma que los sociólogos le niegan. Pero lo hace con un estilo personal y ameno, con una prosa ritmada y eficaz que no deja ni un momento de respiro, y una madurez asombrosa en un escritor novel.