Un juego elegantísimo, rebosante de trucos metafísicos, rutilante de irreverencia intelectual: Manganelli alza de nuevo el telón del teatro de su espectáculo verbal, poblado de fantasmas que convergen en la alegoría soberana, la muerte, el más carnavalesco y suntuoso objeto de nuestra escenografía interior.

En los seis capítulos de este libro íntimamente unitario —aunque tan vario como para englobar una correspondencia entre Hamlet y la princesa de Clèves y el célebre Discurso sobre la dificultad de comunicar con los muertos—, Manganelli no escatima sorpresas, invenciones, mixtificaciones. Este docto acróbata, que se columpia en el trapecio de la retórica sobre el vacío atemporal de los significados, podría ser reconocido algún día como el más fidedigno recolector de las alucinaciones y de los delirios del yo público y privado en esta nuestra antecámara del Hades.

«El autor da rienda suelta a su alma barroca y nos fascina con palabras de furibundo esplendor: el estilo es sabiamente cálido y en él se reencuentran sueños de terrazas (Rimbaud), enmarañadas escenografías (Dalí), gigantismo adjetivado en tecnicolor (Hollywood), invocaciones a la Luna (Lorca) y languideces extremas (Wilde)» (Bruno Benelli, Lettura).