30/05/2024
Empieza a leer 'Comandante' de Edoardo de Angelis y Sandro Veronesi

 

Corre al rescate con amor,
la paz llegará.
RIVER PHOENIX

Hay tres tipos de hombres:
los vivos, los muertos y los
que se hacen a la mar.
PLATÓN

 

INTRODUCCIÓN

Este libro nació de una historia milagrosa, y las historias milagrosas han de contarse. Ocurrió en el verano de 2018.

Aquel verano fue terrible en Italia. Como todos los veranos, aumentaron los viajes de emigrantes que huían de los campos de concentración libios, unos viajes que solo podían tener tres desenlaces: o se completaban y los barcos llenos de gente arribaban a Lampedusa, a Malta, a Sicilia, a Calabria; o eran frustrados por la guardia costera libia, que devolvía a los fugitivos a los campos de concentración; o acababan en tragedia porque los motores de las embarcaciones dejaban de funcionar, las zódiacs se desinflaban, las pateras volcaban y los emigrantes se convertían en náufragos. Lo que hizo tan insoportable aquel verano fue que, en lugar de un gran impulso solidario, en Italia se produjo una ola de xenofobia que se ensañó particularmente con esta última clase de personas, aquellas a las que, cuando caían al agua, y aunque se agarraran a algún objeto, no les quedaban más que unas horas de vida. Sobre estas personas, las más desvalidas, se vertían las deyecciones morales más ruines, en forma de eslóganes que las redes sociales repetían: «Que aproveche a los peces», «Y dieron su primer palo al agua», «Fin del crucero», al mismo tiempo que se impedía que la guardia costera italiana interviniera y los inmigrantes se ahogaban. Solo unas pocas embarcaciones de rescate no italianas, las llamadas SAR (Search and Rescue), surcaban las aguas y de vez en cuando rescataban a algunos náufragos, tras lo cual comenzaba la odisea de buscar un puerto en el que desembarcarlos (el gobierno había puesto en marcha la famosa política de «puertos cerrados»). Y entonces la ola de xenofobia se abatía sobre las oenegés que habían fletado esas embarcaciones y que eran objeto de una brutal campaña difamatoria: «Taxis del mar», llamaban a estos barcos, dando a entender que existía una complicidad –nunca probada, pese a las muchas investigaciones judiciales que hubo– entre los rescatadores y los traficantes libios; «taxis» que había que pagar, claro.

En esa época demencial, llena de rabia y frustración, yo no podía dormir. Aquellas atrocidades ocupaban mi mente y nada más me interesaba: en mi vida había reaccionado ante nada de una manera tan radical y profunda. Para traducir mi malestar en alguna acción concreta, me puse en contacto con los responsables de las oenegés y les pedí que contaran conmigo para formar parte de las futuras tripulaciones, pero, sobre todo, y por primera vez en mi vida, fundé un movimiento: me di cuenta de que muchos de los amigos y amigas a los que confesaba mi frustración sentían lo mismo que yo y los reuní bajo el nombre de «Cuerpos», con el que quería expresar mi deseo de interponer eso, nuestro cuerpo, entre aquella ola xenófoba y sus víctimas. Pero lo hice como si fuera a dar una fiesta de cumpleaños: invité a personas a las que yo estimaba por su compromiso y honradez, y así muchas se vieron incluidas en el grupo solo porque eran amigos míos y sin conocerse entre sí. No los nombraré a todos, pero sí quisiera decir lo que me contestó Antonio Pennacchi, una de las poquísimas personas mayores a las que pedí que se uniera al grupo: «Veronesi, yo ando con dos bastones, pero si me pides que me suba contigo a un barco y ayude a esos pobres desgraciados, te digo que sí».

Creé, pues, con este grupo de amigos voluntariosos, un chat de Signal que llamé así, «Cuerpos». Uno de estos amigos era Edoardo De Angelis, a quien había conocido poco antes porque mi esposa trabajó en la promoción de su película Il vizio della speranza. Ya antes de verlo en persona y sentirme invadido por su energía fraternal, me había llamado la atención un hecho: todas las mañanas, durante el rodaje de la película, enviaba a los miembros del equipo, incluida mi mujer, un mensaje, que él llamaba «nota», con la idea de que les sirviera de inspiración para el resto de la jornada laboral. Estas «notas» eran textos breves que él mismo escribía, muy bellos, cuya lectura era también una fuente de inspiración para mí, que nada tenía que ver con la película y los leía porque quería. Pude así comprobar que Edoardo pertenece a esa clase de directores de cine que escriben bien, lo que, como es lógico, me hizo apreciarlo en especial.

 

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Traducción de Juan Manuel Salmerón Arjona

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Comandante

 

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