04/04/2023
Empieza a leer 'Cuerpo vítreo' de Aurora Freijo Corbeira

 

Canto, como canta un niño frente

al cementerio, porque tengo miedo.

EMILY DICKINSON

 

No le puedo relatar la noche,

porque aún no ha terminado.

MARINA TSVETÁYEVA

 

Me estoy pudriendo. No puede decirlo porque ha perdido la voz. El miedo ha ido momificando los sintagmas, hasta llegar a anular cada fonema. Solo le quedan las huellas de cuando podía hablar con los ritmos elegidos. No es dueña de las secuencias. La despertó un desorden. Hace días. Lo recuerda incesantemente, en ese caos que es ahora su cerebro, para encontrar el milímetro de tiempo en el que sucedió el terror. Madrugada. De repente, el cuerpo no funciona bien. Nada alrededor pertenece a su sitio. Tu me fais tourner la tête, decía aquella canción de sus veinte años. Pero la cabeza allí giraba por enamoramiento. En francés, todo es poético. En este instante de la noche, su cabeza gira por su cuenta y arrastra a su estómago. Estaba bien antes. No entiende estos saltos cualitativos, esta ley de la dialéctica. Alguno de estos brincos podría incluso matarla. De viva a muerta en un segundo. Es la condición humana, acierta a decirse. El mareo, que la posee en esta noche con un nuevo rostro, siempre fue un problema íntimo para ella. La acompañaba en los coches, en las atracciones infantiles, en el mar de vacaciones. Se levanta ahora de la cama de matrimonio sin matrimonio desde hace tiempo para intentar estabilizarse y su cabeza sigue a lo suyo, separada, acostada, ajena a ella. Se ha quedado en la almohada, decantada por el vértigo. Quizá nunca vuelva a ser la misma. Debe llegar a rastras al baño. Si lograse vomitar, se dice, todo volvería a su sitio. Su cuerpo se ha hecho un desconocido de golpe y ha perdido el sentido innato cuyo nombre aprendió en el colegio: propioceptor. La enfermedad procura indignidades; lo ha visto muchas veces. Imposible sostenerse. Debe tumbarse de nuevo, como una paloma de patas estiradas. No tiene color alguno, y la ropa que hace unas horas se puso para dormir se ha pegado a ella con un sudor impropio. Ella nunca suda, parece incompetente para las leyes de la naturaleza corpórea. Necesita un ancla. Eso es. Seguramente está pálida, como una muerta, pero no puede levantar la cabeza para mirarse al espejo. Ese vértigo es imparable por más que se quede inmóvil. Papá, me mareo, recuerda. No te preocupes, paramos en la gasolinera. Tiene que ir delante, se marea, dice el padre a sus hermanos. Ya está. Papá ha parado; papá lo ha parado. Su ancla es el padre. Esto no cesa ahora. Llega la ambulancia que han llamado. Entran desconocidos uniformados en la intimidad de su dormitorio. Se mezclan amarillos de chaleco sanitario con los cálidos grises de su habitación. Luego se adormece bajo lo que le ha sido inyectado en una de sus venas claras. Duerme. Los sueños son pegajosos, sueños de subsuelos que ni despierta la dejan en paz. Entran en su duermevela confundiéndola. Quizá se te pase en unas horas, quizá en meses, le dice la doctora que he acudido de urgencias a su casa, y a la que ella no puede ni mirar. Si mueve levemente la cabeza, todo comienza de nuevo a girar enloquecidamente y vuelve el vómito a sus amígdalas. Meses, le ha dicho. No lo soporta un minuto y el médico de la ambulancia dice meses. Podría ser la letra de un bolero hablando de la ausencia de su amor, pero no. Ahora todo debe ser paciencia. La enfermera, como una anunciación, baja a la altura de su oído en el colchón: vas a pasarlo muy mal, pero se pasará. Madrastra de cuento. No es un sueño: estaba aquí y se apiadaba de ella. Pasar. Paciencia. La letra P. El culpable es el oído, quiere vértigos para ella: la hace permanecer casi inmóvil y andar a gatas, a cuatro patas sin libido, como un animal desorientado. El vómito continuo y estéril que nada en ella no le va a permitir comer. Se está enajenando, su cabeza enloquece someramente. Duerme con la esperanza de un despertar de días. Pero despierta y solo ha pasado un poco de ese tiempo en marejada. A partir de ahora, la cuidan, la atienden. Está ausente. Tiene el cerebro mordisqueado por el susto y su melena se aja pegada a la nuca. Teme quedarse así. Teme todo.

* * *

Cuerpo vítreo

 

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