24/10/2023
Empieza a leer 'Curar la piel' de Nadal Suau

 

El día 10 de octubre de 2023, el jurado compuesto por Jordi Gracia, Pau Luque, Daniel Rico, Remedios Zafra y la editora Silvia Sesé concedió el 51.º Premio Anagrama de Ensayo a Curar la piel, de Nadal Suau.

 

PRÓLOGO: AUTOCRÍTICA DE UNA PIEL

 

Tatuarse es una fiesta.

Para nosotros que nos marcamos, tatuarse es la mayor fiesta imaginable, una mezcla de voto solemne y treta infantil.
Por lo demás, hubo un tiempo en que hacerlo significaba algo concreto y universal, tal y como refleja la cultura popular: peligro, exceso, libertad o pertenencia limítrofe, una militancia que partía en dos mitades al entorno, la mayoría escandalizada y la minoría cómplice. Qué cómodo sería que ponerse en manos de un artesano de la aguja durante unas horas liberara del esfuerzo de vivir en el peligro, el exceso, la libertad o el límite, que un corazón en tu bíceps atravesado por una flecha con el lema «Amor de madre» afirmase una individualidad plena y compacta sin requerir sacrificios mayores, que trabajara por ti con la eficacia de una sutura que impidiera la dispersión identitaria en docenas de fragmentos (pero el tatuaje no es sutura sino una cicatriz, herida colmada). Que concediera el privilegio de una presencia imbatible.

Eso ya no ocurre y probablemente nunca ocurrió. La identidad individual nunca fue uniforme ni tuvo en su base este ornamento bajo la piel que uno tenía derecho a lucir tras ganárselo con su biografía, nunca antes. Hace seis décadas lo exhibían marineros, presidiarios, freaks, seres liminares con buenas razones para decirle al ciudadano medio: «He vuelto desde otro lugar». Hoy, todos los lugares son otros e idénticos, y cruzar el cabo de Hornos, una excursión dominguera. En cuanto al tatuaje, se generalizó, se multiplicó y se diversificó en docenas de estilos, un proceso de apenas medio siglo que ha debilitado su condición disruptiva y la polarización del impacto que causa en la sociedad, de modo que cada nueva pieza que me hago provoca un abanico de reacciones, muchas favorables y algunas incómodas, hasta insultantes, pero pocas tan escandalosas como podrías esperar: rechazo incrédulo en mi madre, escepticismo en mi padre, bromas en Facebook, aplausos en Instagram, complicidad de personas anónimas, cachondeo por parte de mi hermana («hípster», me llama, «taleguero, ¡hooligan!, moderno…», y reímos juntos), algún excedente de seducción extraviada, la indiferencia cortés de mis compañeros de claustro, simpatía entre los alumnos, malentendidos aquí y allá, recomendaciones de artistas o estudios que intercambio con vecinos en la cola del mercado o mientras compro escitalopram en la farmacia, y es verdad que también menosprecios, juicios no pedidos, explosiones de cinismo como la de aquella redactora jefa que señaló con su uña esmaltada la golondrina que luzco en el brazo izquierdo: «No entiendo por qué os pintáis. Si no creo que nada sea para siempre, ni lo quiero, ¡mucho menos iba a hacerme una tontería como esa!».

«Os pintáis», qué graciosa.

 

 

Curar la piel

 

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