20/05/2022
Empieza a leer 'Discotecas por fuera' de Víctor Balcells

 

MONSTRUOPEDIA

 

Compré el dominio Monstruopedia.com el día que Ur se fue de casa. Discutimos una mañana y ella dijo que se marchaba unos días al piso de su hermana y que la situación era insostenible. Compré el dominio con la intención de crear la enciclopedia de monstruos online más grande del mundo. Redacté yo mismo las primeras fichas en la intemperie del despacho. Ur dijo que ya volvería, y yo esperaba a que regresara. Compuse la ficha de la Hidra y del Centauro. También escribí sobre el Kraken. En esas noches de otoño diseñé la taxonomía de la web: la enciclopedia iba a dividirse en tipos de monstruos: terrestres, marinos, voladores. Incluso habría categorías para seres minúsculos (microbios), extraterrestres y seres humanos monstruosos. Cada categoría tenía asignado un color, y el usuario podría moverse a través de un simple menú y de un complejo enlazado interno entre los diferentes monstruos. Indexé 20 URL en Search Console un 25 de octubre de 2018. Recuerdo que había cenado una lúgubre ensalada de tomate y rúcula, aderezada con cantidades ingentes de aceite y vinagre en las que me deleitaba en mojar rebanadas de pan, impregnando así mis dedos, y el teclado, y el ratón, de brillantes manchas negras allí donde había habido más pulsaciones. Para escribir sobre la Hidra manché la A, la L, el lateral de la tecla de espacio. Ur regresó de casa de su hermana el 29 de octubre, cuatro días más tarde, enferma. Al entrar nos abrazamos intensamente pero no nos besamos. Luego ella se tumbó en el sofá y se quedó dormida. Mientras ella dormía escribí la ficha correspondiente a los Súcubos. Al despertar de esa brusca siesta ella dijo que yo debía marcharme también unos días. Me negué. Dije: Si me voy sentiré que me has expulsado. Aunque ambos llevábamos tiempo ya expulsándonos.

Me quedé unos días más. Como la casa tenía dos pisos, ella habitaba la planta de arriba y yo la planta baja. La planta baja recibía luz solar dos horas por la mañana, luego se oscurecía y parecía más bien una cueva. Allí estaba el salón en el que solíamos reunirnos y que por la tarde nos parecía tétrico. Nuestras ceremonias ya solo eran esqueléticas. En nuestra anterior casa, solía decir Ur, el salón era mejor. Casi todo en nuestra anterior casa parecía mejor ahora, en el recuerdo; en la casa nueva ella cocinaba su cena y yo la mía. Si ambas cosas ocurrían al mismo tiempo comíamos en silencio, o discutíamos. Invertí entonces doscientos euros en mi amigo Alexander, escritor cubano, para que me redactara cincuenta fichas de monstruos en bloque para la Monstruopedia. Antes, exhaustivamente, elaboré un Keyword Research para determinar que la Cecaelia, el Umibozu, el Homúnculo o la Esfinge eran monstruos de posicionamiento relativamente fácil en el buscador. Me lo decían los pequeños dioses que eran las herramientas Semrush y Ahrefs. Abrí también una página de Facebook y contraté un anuncio geolocalizado en un conjunto de doscientos institutos de secundaria de México D.F. con un presupuesto de un euro diario y una expectativa superoptimizada de trescientos me gusta por día. De alguna forma, me negaba a irme de la casa porque pensaba que, entre ambos, actuaríamos. Que el cáncer y la entropía podían ser reconducidos con la palabra, y luego con la presencia, y en última instancia con el tacto. Adoraba el olor salvaje y elegante de Ur. Ella nunca dijo nada sobre el mío, diría.

El día que decidí que ya no íbamos a actuar en ningún sentido y que yo debía marcharme porque ella no deseaba otra cosa ni yo tampoco, recibí un WeTransfer con las cincuenta fichas de monstruos. Cogí el portátil y una pequeña maleta con ruedas no del todo bien engrasadas y me marché de casa. Alexander, en su habitual e incierto tono, me dijo que había problemas con el wifi en Cuba y que me había escrito todos los textos a la intemperie en un parque público y desde el móvil, que esperaba que estuvieran bien a pesar de las circunstancias irrenunciables y que agradecía que por fin le encargara textos sobre algo interesante, monstruos, y no las habituales fichas empresariales de los Woocommerce corporativos y la madre que los parió. Ya desde casa de madre, habiéndome llevado solo el portátil y algunas prendas de ropa, le encargué otras cincuenta fichas de monstruos. Esta vez, palabras clave con mayor volumen, pero que interpolaban bien con las cincuenta anteriores para empezar a crear un robusto enlazado interno. Madre colocaba sus manos sobre mi estómago mientras yo estaba tumbado y me hacía reiki. Cerraba los ojos y trataba de sentir algo. Ni siquiera pensaba en Ur. Pensaba: Si te has marchado ya no volverás; la cuerda está cortada. Cuando salí de la casa para ir con madre cogí un taxi. Desde la ventanilla vi cómo Ur levantaba la mano y la agitaba lentamente en señal de adiós. Toda la ansiedad impresa en la oscura e intensa despedida que representamos en el vestíbulo, el abrazo prolongado que quizá sería el último, el beso ya reducido solo a roce que también sería el último, toda esa ansiedad que había anidado en mi estómago y que me apretaba el corazón, desapareció cuando cerré la puerta y un chófer indio dijo: ¿Adónde usted? Entonces giré la cabeza y vi a Ur, su mano en el aire, y partimos. El taxista disponía de varias pantallas en el coche; además del panel digital del cuentakilómetros tenía un GPS, un móvil con el dispositivo común de mensajería, y luego otra pantalla en la que se veía un botón rojo que él pulsaba de vez en cuando para comunicar largas parrafadas en indio, monocordes sentencias, una especie de letanía que me sumió en la calma. Madre posaba sus manos sobre mi pecho maltrecho y hacía reiki. El osteópata señaló que una terrible conjunción de contracturas estaba dándose en mi espalda. Por las noches, madre veía series en la televisión. Si era domingo, mirábamos juntos Cuarto Milenio, un programa esotérico al que llevaba catorce años aficionado y del que era adicto. Para mí era una fuente de ideas de palabras clave para la Monstruopedia. Madre me informaba, tras haber visto Cuarto Milenio conmigo, de que la habían acosado las pesadillas por la noche. Yo no recuerdo ningún sueño desde hace años.

En las primeras semanas de separación, Ur y yo nos vimos en dos ocasiones, pero decidimos dejar de hablar tras discutir por teléfono y naufragar en los delirios del reproche. Y yo sentía el embudo. El escenario en que la energía es entrópica e incontrolable. La succión hacia dentro. Lo que ocurre en el orden de los cuantos, que al parecer no son nada, y ni siquiera son propiamente reales. Allí donde se produce la separación de los objetos imaginarios y la masa que alguna vez llegamos a representar juntos empieza a revelarse como insignificante. Al mismo tiempo, según Ahrefs, el proceso de indexación de la Monstruopedia avanzaba con paso firme. Cada día, 30 palabras clave indexadas nuevas. La primera de todas, la palabra clave fundacional del posicionamiento en el buscador, apareció un día de octubre en la posición noventa de las SERP: Cecaelia. Se trata de mujeres pulpo como la antagonista de La Sirenita, muy presentes en la mitología japonesa. La URL[1] estaba trufada de bloques de Adsense y Themoneytizer que, para mi caso concreto, anunciaban hostings VPS SSD por apenas diez euros al mes. Algo que yo mismo necesitaría pronto. Porque en Facebook la página crecía a un ritmo de trescientos seguidores adolescentes al día, que clamaban en oscuros comentarios escritos en slang mexicano por que subiera más monstruos a la web, el Panotti, Mothman, el Can Cerbero o bien el Cíclope. Y cuando posteé acerca de la Hidra una fan dijo: «¿Para cuándo una ficha de mi monstruoso ex?»

 

[1] https://monstruopedia.com/monstruos-marinos/cecaelia/

 

 

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