12/06/2023
Empieza a leer 'El estado de la unión' de Nick Hornby

 

PRIMERA SEMANA

MARATÓN

 

Cuando llega Louise, Tom ya se ha bebido me­dia pinta y está haciendo el crucigrama críptico del Guardian.

–Hola –dice Louise.

–Ah –dice Tom–. Hola. Te he pedido una copa.

–Gracias.

Louise la coge y da un sorbo.

–Gracias por venir –añade ella.

–Oh, de nada.

–¿Llevas aquí mucho tiempo?

–No, no –dice él–. Esta es la cuarta.

Louise parece alarmada.

–En realidad no es la cuarta.

–Uf, menos mal.

Ella suelta una risita desganada.

–Pero es la segunda.

–Puedes tomarte dos. Pero ¿luego no querrás ir a hacer pis?

–Eso espero. Y tardaré todo lo que pueda.

–Pero entonces parecerá que has ido a hacer caca.

–Oh, joder. Entonces avisaré desde el principio de que nunca puedo cagar fuera de casa.

Louise muestra buena voluntad con otro ruido que pretende mostrar que se divierte.

–Creo que dijera lo que dijese hoy, te reirías –dice Tom–. Dentro de lo razonable.

–Bueno. No pongamos a prueba esa teoría.

–Solo que…, ¿qué es lo razonable? Ahí hay un tema de conversación.

–Seguramente tenemos suficientes sin rebuscar en la historia de la filosofía occidental –dice Louise.

–Es verdad. ¿Quién era el filósofo de la razón? Yo diría que Kant. Quiero decirlo y lo diré: Kant. Ya está. Ya lo he dicho. ¿Lo compruebo?

Saca el móvil.

–No, por favor. Solo tenemos unos minutos.

–¿Seguro? No tardaré ni un segundo.

–Seguro. Pero gracias. ¿Los niños se han porta­do bien? ¿Se acordaba Christina de que hoy se que­daba hasta tarde?

–Todo bien –dice Tom–. A Dylan le han casti­gado otra vez.

–Oh, mierda. ¿Y ahora por qué?

–Estaba imitando a alguien del que nunca he oído hablar en Geografía.

–Qué idiota. ¿Hablamos de…?

–En serio, literalmente nunca había oído ha­blar de él –dice Tom–. Un youtuber, un zarrapas­troso… ¿Quién sabe? Y Otis se sentía «un poco mejor» cuando me he ido. Sorpresa, sorpresa.

–¿Estás intentando matar el tiempo?

–Un poco sí, supongo. Estoy nervioso.

–Lo siento –dice Louise–. De no ser por mí no estaríamos aquí.

–No.

Louise lo mira.

–¿No, sin más?

–Sí. No, sin más. De no ser por ti no estaría­mos aquí. Una triste verdad.

–¿No asumes ni una pizca de responsabilidad?

–No –dice Tom–. ¿Por qué?

–Porque…, porque el camino que nos ha con­ducido hasta aquí ha sido largo y difícil. ¿No crees?

–Bueno. Depende de cómo lo mires. Está el camino largo y difícil, y está… la línea recta.

–Llévame por tu línea recta –dice Louise.

–Te acostaste con otro y aquí estamos.

Louise da otro sorbo de su copa y luego respira hondo.

–Pero la cosa da un poquito más de sí, ¿no? –dice.

–Entonces ¿qué camino sigues tú?

–¿Recto o no recto?

–Recto.

–Bueno. Dejaste de acostarte conmigo y empe­cé a acostarme con otro.

–Esa… Esa es una versión muy corta. Y muy burda, si me permites decirlo.

–Bueno, en realidad mi versión es más larga que la tuya –dice Louise.

–La mía explica por qué estamos aquí. La tuya es una historia parcial del largo desastre que vino antes.

Louise suspira y trata de ordenar sus ideas.

–Sí –dice–. Cometí un error. Pero…

–¿Puedo aclarar algo? ¿Cuántos errores hubo en total?

–Bueno. Uno.

–Uno.

–Sí. Depende de cómo lo definas.

–Defínelo del modo que nos dé el número más alto. Para que yo sepa de qué estamos hablando.

–El número más alto serían cientos.

–Dios santo –dice Tom.

–Por todas las minúsculas decisiones que con­dujeron al gran error.

–Oh. No. No me interesan las decisiones minús­culas. Tenemos que irnos dentro de cinco minutos.

–Entonces uno.

–Pero cuando has dicho «Depende de cómo lo definas»…

–Podrías definirlo como una sola aventura –dice Louise–. O podrías definirlo como cuatro errores.

–¿Es decir?

–El error original repetido tres veces.

–Me he perdido. ¿Cuántas veces te acostaste con ese tío?

–Cuatro.

–No tres, entonces.

–No. Un error y tres repeticiones del error ori­ginal. Digamos que el primero fue el pecado origi­nal y los otros tres son duplicados.

–Cuatro veces. Cuatro veces no se pueden consi­derar accidentales. En realidad ya sería difícil conside­rar accidental una sola.

Se ríe de su propia broma, y dice:

–A ver, ¿cómo va la cosa?

–Te lo he dicho. Tuve una aventura. ¿No te consuela que solo fueran cuatro veces, no cuarenta?

–Pues no, la verdad. En cuanto lo has hecho cuatro veces podrías hacerlo cuarenta.

–Creo que, si hubieran sido cuarenta, esta con­versación sería distinta.

–Sí. Habría un montón de cuarentas en lugar de cuatros.

–Ya sabes lo que quiero decir –dice Louise–. Cuarenta significaría que habría durado…

Su voz se va apagando.

–¿Podrías acabar la frase? ¿Cuánto tiempo ha­brías necesitado para llegar a cuarenta?

–Esta conversación es absurda.

–Solo querría un tiempo aproximado. Para cal­cular la frecuencia y también el número.

–¿Por qué?

–Por comparar.

–No se puede comparar. Es como comparar un sprint con un maratón.

–¿Y el maratón somos nosotros?

–Por supuesto –dice Louise–. Estamos casados y tenemos hijos.

* * *

Traducción de  Jaime Zulaika

* * *

El estado de la unión

 

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