13/05/2024
Empieza a leer 'El informe' de Remedios Zafra

 

Grito que no creo en nada y que todo es absurdo, pero no puedo dudar de mi grito y necesito, al menos, creer en mi protesta. La primera y única evidencia que me es dada así, dentro de la experiencia del absurdo, es la rebeldía. [...] «las cosas han durado demasiado», «hasta ahora, sí; en adelante, no».
ALBERT CAMUS, 1951

Desde julio intento firmar el contrato y no puedo. Pero hoy, después de unas seis horas delante del ordenador, admito mi frustración de no conseguirlo, y me acuerdo de ti, porque el tema es así a diario: cada día es más inhumano [...] mi tristeza administrativa [...] va más allá de la mera frustración por este trámite no acabado. Me enfado con el sistema. He estudiado teatro durante doce años de mi vida, y el tiempo hoy lo empleo en estas cosas que son el «teatro sucio y absurdo» para poder llegar con «el otro» al escenario.
YANISBEL MARTÍNEZ, 2023

No tengo claro si pronunciaría un «no te quiero». Incluso cuando el tedio rebosa en mi trabajo, cuando siento «no poder» o «no pensar» y deseo abandonar buscando dar mayor sentido a lo que hago, hay un hilo que me recuerda que amé este trabajo.
LAURA BEY, 2022

 

Razones para una escritura rebelde.
Un informe inefable

No podemos cambiar la vida si no amamos la vida. Un informe inefable es un mecanismo de las palabras contra todo lo que en el trabajo dificulta la vida.

 

EL INFORME, USTED Y YO. CONTRA LA TIRANÍA BUROCRÁTICA

Algo he debido hacer mal. Nada recuerdo, pero mi mala conciencia así lo dice. Tal vez lo pasé por alto entre el cansancio que sigue a la ilusión perdida o al saber que la tuve. Condéneme. Quizá un arresto domiciliario sería una buena lección. Príveme de conexión si el delito administrativo ha sido grave, pero por favor no se lleve papel y lápiz.
LAURA BEY, 2023

Cuando llaman a la puerta, junto mis muñecas y cierro las manos para que puedan esposarme con facilidad. Doy por hecho que soy culpable de «algo». Siempre es la cartera trayendo libros, pero mi primera imagen es de quien viene a detenerme. Las razones oscilan: algún documento enviado con firma desubicada, un portátil roto que no devolví a mi universidad y reciclé yo misma, negarme a fichar cuando voy al trabajo si además teletrabajo, un impreso 14N incompleto... No tengo claro el motivo, pero por cómo la vigilancia administrativa y sus requerimientos me hacen sentir, con seguridad soy culpable de algo, o de todo.

Hace tiempo que no escucho el timbre de mi casa, pues allí suelo descansar de los audífonos; sin embargo, con suerte identifico el sonido de los nudillos en la puerta si son rotundos y si, como suele pasar, estoy trabajando a pocos metros de la entrada. Hay un goce raro en esos golpes broncos, que tanto me asustan como me atraen. Esto último ocurre cuando alguna vez fantaseo con que alguien que se toma la molestia de llegar hasta mi casa puede sacarme de esta espiral de culpa. Claro que no es mi fantasía más habitual, pero sí es la que más me gusta, que alguna figura luminosa que se ocupa de ayudar a otros, casa por casa, viene a escucharme. En su lugar, la imagen que suelo proyectar como interruptor de mi mala conciencia es la de un funcionario judicial o un agente de las fuerzas de seguridad con una orden de detención por cargos distintos («no entregó el informe, no asistió al curso online, no ha contestado los treinta mensajes de hoy», etc.).

Dicha orden y su consecuente privación de libertad podrían intervenir en esta presión fosilizada que siento, aliviando este desafecto creciente y con culpa que me inquieta y condenando lo que quiera que sea que me lo provoca. Encarcelada, paradójicamente, perdería mi libertad pero recuperaría el tiempo, algo más de tiempo. Ese que ahora se rellena de trabajo líquido desde el grifo de flujo constante que es la tecnología y su perversa complicidad burocrática. Y crece y crece apropiándose de mis tiempos y de la casa.

Me sorprende de qué eficacísima manera se ha incrustado en mí la mala conciencia, qué trabajo más exquisito de bordado de culpa como con hilos dorados saliendo por mi esternón y clavículas la ha agarrado a mi cuerpo. Con todo, no me daría ni un poco de pena quitármelos porque llevan conmigo demasiado tiempo y, lejos de pasar desapercibidos o activar desatención, es lo primero que noto cuando me siento frente al ordenador o cuando escucho que llaman a la puerta. Algo he debido hacer mal.

Y no, nadie sabe cuánto dura esta sensación. En ella se sostiene y alimenta lo que seguimos haciendo sin querer bajo la presión productiva y la exigencia de justificación constante, esa que solo se le pide a un sospechoso. Ni siquiera recordamos en qué momento aprendimos a normalizar este estremecimiento mientras desconfían de nosotros, mientras desconfiamos entre nosotros, mientras llenamos nuestro tiempo con trabajos huecos para acreditar el trabajo con valor que debiéramos estar realizando. Precisamente esa es una de las motivaciones de este informe, aunque su prosaica razón primera es la que sigue.

Fue el día X del mes S del año Y del siglo XXI. Entonces solicité un ordenador para comenzar a desarrollar el nuevo trabajo al que había accedido y dejar de usar el viejo y cascado ordenador propio. Al respecto recibí varios mensajes reclamándome un informe que justificara por qué solicitaba un ordenador y pidiéndome desarrollar un proyecto de investigación que acreditara dicha petición y otros impresos relativos al presupuesto y procedimientos de compra. Dudé de si debía haber pedido leña para hacer fuego, tambores para bailar o simplemente papel y lápiz, porque la petición era sencilla y el proyecto, de tener un título, sería «Necesito un ordenador para trabajar».

En la espiral absurda que me pedía dedicar tiempo a justificaciones restándolo de mi trabajo con sentido anduvimos dialogando usted y yo, hablando sobre el huevo y la gallina, el ordenador y el trabajo. Al principio usted decía no entrar a debatir contenidos conmigo, pues es una mera mediadora y solo debía supervisar que en dicho informe yo rellenara los apartados requeridos, léase: justificación, objetivos, dificultades, metodología y otros.

Después de pensarlo, y sopesando que necesito este trabajo para vivir pero me resisto a sucumbir a las lógicas que quieren robotizarme y apropiarse de mis tiempos, le comuniqué mi decisión de valorar el mencionado informe, pero atendiendo a lo que considero que debo decir. Por ello, le prevengo que no podrá argumentar que es espantosamente inadecuado. Como mucho, podrá criticar que no se ajusta en tamaño y estilo a los informes tipo que a usted le llegan, pero pide ser tenido en cuenta y solicito que así sea.

Ni antes ni ahora entendí la importancia de que detuviera mi humildísimo trabajo con esta esencial tarea que me reclama y que antecedo y priorizo a todo lo demás. Si bien le rogaría que si me preguntan por propósitos, modos de hacer, problemas y razones, por favor lea lo que sigue y no pase por alto lo profundo que me mueve a elaborar este informe sobre cómo trabajo y cómo vivo.

Porque ¿qué es vivir? ¿Es vivir trabajar y sentirte ocupada la mayor parte de la vida soñando con poder jubilarte algún día, justo cuando enfermas más, incluso todo el tiempo? ¿No es la vida el tiempo? ¿No tengo cincuenta años de vida que son cincuenta años de tiempo?

¿De qué manera ese tiempo que es la vida que vivo boicotea cosas que deseo pero siempre aplazo a «cuando tenga tiempo»? Cosas como: caminar con calma, conversar sin la urgencia del reloj, comer despacio, hacer menos y más lentamente, leer durante horas, hablar con amigos, ir al teatro, dibujar, morirme de risa, subir a la sierra con mi padre, jugar con mi sobrina, tumbarme en el campo, ser sin mala conciencia u observar a la gente. Afirmaría que en esa disponibilidad de mayores dosis de tiempos propios, de tiempos liberados de trabajo obligatorio, nacerían mejores ideas y mayor compromiso y afecto con los demás y con el planeta, diría que incluso con nuestro trabajo. Pero me atrevería a afirmar que nacerían también más oportunidades para conocer sin prisas y recuperar la atención que requieren la justicia y la ciencia, el goce de la cultura, de la creación y el disfrute comunitario e íntimo. Porque algo empírico puedo aportar de la experiencia vivida: que nada valioso germina, salvo repetición y cansancio, del desapego con el trabajo de quien se siente pieza de la maquinaria.

 

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El informe

 

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