24/01/2023
Empieza a leer 'El mito del hombre lobo' de Roger Bartra

 

INTRODUCCIÓN

 

Los mitos dibujan de manera sencilla y a veces poéti­ca, con metáforas, condiciones o circunstancias muy com­plejas. Es lo que sucede con el mito del salvaje, que ha permitido delinear a lo largo de los siglos el perfil de la civi­lización sin necesidad de entrar a definir los mecanismos de las sociedades dotadas de aparatos políticos, estructuras de clase y procesos culturales complejos y sofisticados. Así, el mito logra identificar lo civilizado como lo opuesto a lo salvaje. Se asimila lo salvaje a lo extraño peligroso y lo ci­vilizado a la seguridad del entorno conocido. En la misma línea, a veces lo salvaje significa lo maligno frente al bien de lo civilizado. Es lo que ocurre con el mito del hombre lobo, que en muchas ocasiones deriva en la representación del mal para, por contraste, delinear el bien o la bondad. La evolución del mito del salvaje es sinuosa y enredada, pero con mucha frecuencia ha cristalizado como una en­carnación del mal, frente al cual la sociedad que lo rodea aparece como el espacio del bien. Es un poderoso símbolo del mal, con su amplia aura de miedo y de terror.

La popularidad del mito es impulsada por esa reduc­ción de la complejidad a hechos y rasgos sencillos que cristalizan en cuentos, leyendas, obras literarias y películas. En este libro ofrezco una visión panorámica de la larga evolución del mito del hombre lobo y una disección an­tropológica de sus rasgos. Con el tiempo se fueron decan­tando sus aspectos malévolos, que ya aparecían en tiempos antiguos. De hecho, la primera mención que conocemos de un hombre convertido en lobo no es un ejemplo de la mal­dad de quien ha sufrido la metamorfosis, sino de la desgra­cia que proviene de una divinidad. Es la que aparece en la Epopeya de Gilgamesh, donde un hombre es condenado por la cruel Ishtar, la diosa babilónica del amor, el sexo y la guerra, a vivir como lobo. Esta diosa busca como aman­tes tanto a hombres como a animales o dioses. Ya ha con­vertido al jardinero Ishullanu en rana, al león le tendió una trampa y al caballo semental lo condenó a cabalgar sin descanso y a beber agua cenagosa. Es ella, y no sus víc­timas, la que encarna la maldad. Ishtar intenta seducir al rey Gilgamesh, pero él la desprecia y le recuerda:

 

amaste al pastor del rebaño,

que preparaba panes en las cenizas para ti

y que cada día te sacrificaba cabritos;

pero lo tocaste y lo convertiste en lobo

y ahora sus propios zagales lo persiguen

y sus perros le muerden las ancas.

 

Como veremos, en la historia del mito volverá a apa­recer el hombre que es convertido en lobo por una mujer, a veces su amante. El mito adquirió muchas formas, pero fue volviéndose con creciente frecuencia en encarnación del mal. Pero no se llegó a desvanecer la idea de un hom­bre que ha quedado atrapado en el cuerpo de un lobo, del que solo escapa temporalmente para volver a quedar preso de su condición lupina. Muchas veces el hombre lobo fue al mismo tiempo víctima de la maldad y bestia maligna. Lo que narra el poema de Gilgamesh se ubica a mediados del tercer milenio antes de Cristo. Durante unos dos mil años la leyenda de este rey sumerio se fue decantando has­ta quedar inscrita en textos cuneiformes asirios y babilóni­cos en las tablillas de la biblioteca del rey Asurbanipal a mediados del siglo VII a. C. La siguiente información so­bre humanos convirtiéndose en lobos aparece dos siglos después, cuando Heródoto habla de los hechiceros neuros de Escitia y Platón se refiere al rey Licaón de Arcadia, como se verá en el primer capítulo de este libro. No es po­sible establecer ninguna conexión histórica entre lo narra­do en el poema asirio y el mito de los hombres lobo al que se refirieron los griegos.

Los hombres lobo son una de las expresiones del mito del salvaje. Forman parte de la estirpe de los sátiros, los centauros, las ninfas, los monjes peludos del desierto egip­cio, la María Magdalena hirsuta, el mago Merlín, los sil­fos, el homo sylvestris, Calibán, Segismundo, el monstruo de Frankenstein, los geeks y los superhéroes bestiales de los cómics y el cine. Son los seres que he estudiado detenida­mente en mi libro El mito del salvaje, aunque allí no incluí a los hombres lobo. Y no los incluí debido a que los hom­bres lobo – de la amplia panoplia de los salvajes– son los que han sido más manipulados y contaminados por los mi­tos cristianos sobre el demonio. Este hecho le dio una dimensión peculiar al hombre lobo, que lo distinguió del resto de los salvajes. Otro rasgo distintivo del hombre lobo es la capacidad de metamorfosis, una transformación casi siempre reversible y muchas veces cíclica. La mayor parte de los salvajes son seres que nacen como tales y no cambian, salvo algunos casos, como el de Merlín. El hombre lobo, en cambio, es capaz de mutar, convertirse en una bestia y volver después a su forma humana. Por todo ello, este mito merece un tratamiento especial en un libro separado.

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El mito del hombre lobo

 

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