19/10/2023
Empieza a leer 'El tiempo de la promesa' de Marina Garcés
Ningún epitafio para quien no cumpla las promesas.
WAJDI MOUAWAD
PRÓLOGO
¿Recuerdas la última promesa importante que has hecho o que te han hecho? Hace un tiempo lancé esta pregunta a un auditorio numeroso, con gente de mediana edad, ni muy joven ni muy mayor. Pensaba que casi todo el mundo levantaría la mano, ya les había tranquilizado diciéndoles que no preguntaría por el contenido. Me encontré con la sorpresa de que se alzaron muy pocas manos. Estoy segura de que cada una de esas vidas escondía alguna promesa de juventud, de amor, de ideales compartidos o de retos y compromisos, pero no las recordaban.
Las promesas ocupan un lugar poco importante, hoy, en la manera como nos vinculamos a los demás: en el amor, en las profesiones, en la vida social y política. Hacemos muchos proyectos y muy pocas promesas. Y las que hacemos, o escuchamos hacer, son poco o nada creíbles. Quizá sea que las promesas que no llegamos a hacer las proyectamos en las cosas, en los símbolos y, a veces, en los demás. Las promesas que no hacemos están en los objetos que consumimos, en la tecnología que utilizamos, en las marcas de ropa y los cosméticos con los que nos ocultamos, en determinadas maneras de hablar o de socializar, en las terapias y los medicamentos, en los manuales que leemos para educar más bien a los hijos, para preparar una entrevista de trabajo o para tener una mente más plácida. Vivimos entre promesas que no hacemos, y cuando no se cumplen, como no sabemos de dónde vienen, no sabemos a quién reclamar. Nos quedamos solos, con un sentimiento de fracaso no correspondido.
Hacerse promesas parece un gesto antiguo. Un gesto romántico o caballeresco que se pierde entre los recuerdos de la inocencia juvenil. Hacer una promesa verdadera se ha convertido hoy en un acto entre incómodo e inesperado. Prometer es una acción que se hace con la palabra y que, de la nada, hace nacer un vínculo y un compromiso capaces de atravesar el tiempo y reunir, en una sola declaración, pasado, presente y futuro. Pero ¿cómo prometer nada si ponemos el futuro en peligro? Esta es la pregunta del sentido común: sin futuro no hay promesas. Podemos darle la vuelta: ¿qué futuro podemos tener si no nos atrevemos a prometernos nada? Las cárceles de lo posible son el escenario reiterado de la servidumbre y de la rendición.
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