01/10/2024
Empieza a leer 'Estar en su lugar' de Claire Marin

 

Me gustaría que hubiera lugares estables, inmóviles,
intangibles, intactos y casi intocables,
inmutables, arraigados; lugares que fueran
referencias, puntos de partida, orígenes.
GEORGES PEREC,
Especies de espacios

 

¿UN LUGAR PROPIO?

Alternativa nostálgica (y falsa):
O bien arraigarse, encontrar o moldear
las propias raíces, arrancarle al espacio
el lugar que uno va a ocupar [...]
apropiarse milímetro a milímetro de su
«hogar» [...]
O bien vivir con lo puesto, no guardar
nada, dormir en un hotel, ir cambiando
de alojamiento, de ciudad, de
país [...] no sentirse en casa en ninguna
parte, pero sentirse a gusto en casi cualquier sitio.
GEORGES PEREC,
Especies de espacios

 

Podría parecer que el mundo se divide entre los que echan raíces y los nómadas, que hay dos clases de seres, los de la tierra y los del viento. Los unos no pueden ser felices más que en su lugar, el que ocupan, como si estuvieran hechos del suelo que pisan, modelados en su misma materia. Los otros sobrevuelan las cumbres, seres de paso, livianos, jamás anclados del todo a un lugar o una relación. Pero eso es una «alternativa nostálgica (y falsa)», como advierte Georges Perec. Nos encontramos siempre entre ambos extremos, somos seres en movimiento, como decía Montaigne, aunque ese movimiento sea discreto, invisible, oculto en el fondo de nuestro corazón, en los repliegues de nuestra razón. Nunca estamos quietos, aunque nuestros viajes sean a veces inmóviles, y nuestras lejanías, interiores.
La alternativa es falsa porque la existencia es siempre una travesía, jalonada de escalas afectivas o sociales, geográficas o políticas. En realidad, nunca estamos exactamente en el mismo lugar y caminamos sobre arenas movedizas: «La vida es inquieta, la tierra tiembla bajo nuestros pies». Navegamos
de un puerto a otro, largamos amarras, cambiamos de pabellón, establecemos un rumbo, pero las corrientes nos zarandean y encallamos en terra incognita. ¿Quién sabe qué habrá por descubrir, empezando por uno mismo, en estas derivas y zozobras?

¿Por qué este libro? Porque a veces nos vemos bruscamente desalojados de un lugar que creíamos ocupar por elección, felizmente. Era un lugar que dábamos por sentado, que creíamos justificado y merecido, sin reparar en el elemento de azar que allí nos había arrojado en primer lugar. Pero cuando un suceso o una catástrofe nos desplaza y nos hace perder nuestro lugar, descubrimos a veces hasta qué punto nos encontrábamos limitados, atrapados en él. Paradójicamente, ese desplazamiento forzado nos priva menos de lo que nos libera. Tal vez no estemos siempre en la mejor posición para saber cuál es nuestro lugar. A veces nos amoldamos a lugares demasiado angostos, que nos constriñen más de lo que creemos, y aceptamos ocuparlos porque estamos convencidos de que están hechos para nosotros. ¿Por qué motivo, en virtud de qué lógica, acabamos persuadiéndonos de que, pese a todo, nos conviene ese lugar que a todas luces nos viene pequeño?

Una razón de peso es sin duda el deseo nostálgico de un lugar propio. Esta representación, basada en una idealización de los lugares originarios, más soñados que vividos, nos lleva a creer que existe algo así como un lugar «propicio», un lugar que nos va, en el que encajamos como la pieza que le faltaba al rompecabezas, por emplear una imagen cara a Perec. En la cuestión del lugar está en juego la de nuestra singularidad, pero también la de nuestra inserción en una sociedad, una familia o cualquier grupo del que formamos o querríamos formar parte. Tememos perder nuestro lugar, tememos ser remplazados, y nos conformamos con espacios afectivos o relacionales que nos limitan más de lo que nos corresponden. Concebimos así el lugar como una garantía de estabilidad, de continuidad, que responde a cierta necesidad de orden, de definición, de distinción.

Pero la jerarquía de los lugares ordena y desordena. La violencia que entraña la asignación de un lugar explica que la gente huya, se marche, deserte. Hay lugares que resultan objetiva o subjetivamente inhabitables, invivibles. Su atmósfera se nos hace irrespirable. Huimos para salvarnos o para recobrar una dinámica que nos permita desarrollarnos. El acicate es a veces un simple malestar, la sensación de no encajar, de no encontrarse en el «lugar propicio», de ser la nota discordante en la melodía, el grano de arena que atasca el mecanismo, el intruso. Nuestros comentarios o reacciones se juzgan «fuera de lugar». Esa desagradable impresión de discordancia alimenta el ansia de otro lugar, nutre los sueños de otros lugares posibles en los que instalarse y afirmarse, despierta el deseo de las vidas que concuerdan con esos lugares, de las identidades que les corresponden.

Aunque «vivir [sea] pasar de un espacio a otro haciendo lo posible por no chocar», el choque a veces es brutal. Muros reales o imaginarios se interponen en mi camino, me veo de pronto rodeado de murallas que, más que protegerme, me aíslan. Hay que encontrar los resquicios, deslizarse por ellos, abrirse camino al exterior. La huida debe ser discreta, lo ideal es escabullirse por la puerta de atrás y, una vez fuera, tratar de hacerse un lugar. El despliegue del sujeto pasa por su desplazamiento, que es también la superación de sí mismo. Solo que hay estructuras y señales invisibles que se lo impiden: líneas de color, techos de cristal, la lógica del cercado. Uno querría pasar al otro lado, pero se topa con puertas cerradas a cal y canto, con espacios estancos, compartimentados, que no permiten pasar de uno a otro abandonándose a la corriente, dejándose llevar. Hay que trepar, derribar tabiques y paredes. O, si uno es más prudente, aprender las claves, descifrar los códigos, iniciarse en el lenguaje.

«Nos protegemos, nos parapetamos. Las puertas paran y separan. [...] No se puede pasar de un espacio a otro: [...] hay que conocer la contraseña, hay que franquear el umbral, hay que mostrar las credenciales y comunicarse, como el prisionero se comunica con el exterior.»

Desplazarse es destrabarse. De eso se trata, justamente, de librarse de las trabas, de los estorbos, ya sean materiales o psicológicos. De desprenderse del lugar que durante tanto tiempo nos ha definido, de reivindicar otra identidad, aunque a veces nos asalte la sensación de traicionar a la persona que uno era, o a la que los demás querían que fuera. En estos cambios de lugar que decidimos o nos vienen impuestos hay siempre una forma de violencia o desgarro, aunque solo sea simbólico. Pero hay también cierta euforia en la liberación, cierta alegría en el ajetreo que provoca, cierto entusiasmo en la experiencia de otras ubicaciones.

 

* * *

Traducción de Álex Gibert

* * *

 

Estar en su lugar

 

Descubre más sobre Estar en su lugar de Claire Marin aquí.


COMPARTE EN:

Suscríbete

¿Te gustaría recibir nuestro boletín de novedades y estar al día con los eventos que realizamos? Suscríbete a nuestra Newsletter.