19/05/2022
Empieza a leer 'Imaginemos una frase' de Brian Dillon

 

A menos que para ciertos perversos la frase sea un cuerpo.
ROLAND BARTHES, El placer del texto (1973)

 

Porque lo que sabes, lo que te cuesta, tus peculiaridades en el uso de infinitivos y participios, lo brusca que eres al poner trabas al avance, la rapidez con la que abandonas la mente, nunca están de más.
ANNE CARSON, Charlas Breves (1992)

 

LA SENSIBILIDAD COMO ESTRUCTURA

 

O quizá una frase corta, al fin y al cabo, un fragmento, de hecho, un simple grito, de dolor o placer, o una sucesión, es decir, una sucesión de los mismos gritos combinados y pronunciados en última instancia, in extremis, o una voz de una categoría rotundamente distinta cuyo grito sin sentido no es más que una obertura, antes de que la frase ponga en marcha de forma manifiesta sus diversas proposiciones paralelas, como si fuese una criatura de, como mínimo, cuatro patas («Toda frase fue en su día un animal», dice Emerson), tan lento pero deliberadamente resuelto su avance, tan majestuosa en su desfile, tan pródiga en atenciones hacia el mundo que atraviesa, tan estricta en la concentración que exige a cambio, que –¿qué?– la frase vira ya en este punto, y aunque creas haber captado el sentido, la forma se te comienza a escapar, como si el animal en cuestión se te estuviese escabullendo o retorciendo entre las manos, o se girase para morderte y escaparse, sin atender a razones, en medio de una neblina de metáforas adonde debes seguirla, cerrando antes la puerta de esta coma a tu espalda; y al otro lado todo es, a un tiempo, menos seguro y, de pronto, más asequible: la frase se detiene y mira a su alrededor y empieza a compararse a sí misma con los efectos de una droga, con la óptica sedienta de luz de una cámara o con la lenta aparición de una imagen (una cara, pongamos) en papel fotográfico, con guirnaldas festivas alrededor de una iglesia, o con una tormenta que cruza a matacaballo el lago hacia el lugar donde su autor la escribe, o, o, o la frase, que se considera a sí misma muy moderna, se ha acabado cansando de esta clase  de aventuras figurativas, por no hablar de la acumulación de proposiciones coordinadas y subordinadas digna de un anticuario, de manera que empiezas a fijarte, te fijas en ciertos actos de repetición (Repetición. Pero también. Interrupción.) que confieren a la frase una cualidad polifacética, cristalina, que siempre tendrá por los siglos de los siglos, independientemente de si quiere hablar de enfermedad y salud, de la luz solar en las afueras de Roma, de una tarde neoyorquina, de un chico blanco que quiere ser negro, o del sol que desaparece con el fin de la jornada, ya sea corto o largo, incluso (sobre todo) en el caso de que aspire aún a su vieja elegancia, los periodos encopetados, el vocabulario pomposo, tema sobre el cual, por cierto, la frase ha estado tomando notas –una muestra del archivo: atascaburras, espeto, grebado, eidético, soricino, mácula, titilación, desaborido, exorbitar, ctónico, brumoso, bullanga, regojo, cucujoidea, clámide– y documentándose por si acaso estas riquezas le son de utilidad, porque quién sabe qué necesitará o pedirá la frase en un futuro, qué expansiones o contracciones padecerá o experimentará, qué conocimientos requerirá reunir y desplegar, de quién robar y celebrar el discurso, dónde oír los ritmos que necesita para vivir, para vivir y hacer resbalar vuestra atención exageradamente atenta, interesante por sí misma en cosas, cuerpos y abstracciones que ya no reconoces y cuyos nombres y contornos tendrás que encomendar a la resbaladiza frase en sí, que resulta que sabe más que tú, sabe cuándo sacar partido y hostigar al mundo y cuándo dejarlo en paz, como está haciendo ahora, y escabullirse de ti (su hacedor, no su guardián) saliéndose de los límites de sus dominios invisibles.

 

Llevo unos veinticinco años copiando frases al final de mis libretas, libretas que usaba generalmente para otros fines. La marca, el estilo y la calidad de estas libretas han cambiado varias veces, pero no sus dimensiones, o no mucho: son todas tamaño DIN-A5 más o menos, tamaño libro de bolsillo; siempre ando en casa con ellas en la mano o encima del escritorio. Evidentemente, en estos cuadernos hay frases por todas partes: hasta la nota más breve, telegráfica y sin verbo es una frase, a su manera. Y luego están las citas y los parafraseos de libros, las descripciones de gente, lugares y cosas, así como esbozos a bote pronto de frases que luego se escribirán o no de la manera adecuada. Pero las frases de cierre de las libretas son distintas, aun cuando algunas provengan de libros que estoy reseñando y demás. Desvinculadas del deber o de las fechas de entregas, de proyectos per se, componen una línea temporal paralela... ¿de qué?

Supongo que podemos llamarlo «afinidad». En las estanterías que tengo ahora a mi espalda mientras escribo hay cuarenta y cinco libretas, una formación de lomos negros interrumpida por el rojo o el azul ocasional, y hasta una o dos de espiral. Algún día podría buscar otras, perdidas entre libros y folios, y disponerlas todas en orden cronológico. Por el momento, cojo de la estantería una al azar, y a saber qué tajada de tiempo o qué frases saldrán con ella. Aquí van algunos ejemplos de una libreta que estuve utilizando a finales de 2009. Walter Benjamin: «Puede decirse que nuestra vida es un músculo lo suficientemente fuerte como para contraer el tiempo histórico al completo.» Walter Pater: «En crítica estética, el primer paso para ver nuestro objeto como es realmente es conocer nuestra impresión como es realmente.» (Esta resulta que está extraída de una frase más larga de El Renacimiento.) Tim Robinson: «Evidentemente, la justeza de una palabra a veces reside en el grado exacto de incomodidad que produce.» Otra vez Robinson: «Lo único que sentimos es el frío, que emana del corazón sin latido de la capa de hielo.» D. H. Lawrence: «Y mi diamante podría ser carbón u hollín, y mi tema es carbono.» Para acabar, un fragmento de frase, sin el nombre del autor: «que ha adecuado, lo mismo que el aire a la respiración humana, las nubes [...]». (Es de John Ruskin.) Aparte de la desalentadora masculinidad de esta selección, y de cierta progresión desde las abstracciones de la historia y la estética hacia particularidades de la geología y el clima, me llama la atención otra cosa. Las tres primeras frases parecen el tipo de cosas que podría haber apuntado para citar en un futuro; suenan tajantes, dichas con aplomo. Entre las dos frases de Robinson –un ensayista incomparable así en la tierra como en la atmósfera– todo cambia. ¿Qué creo que estaba viendo en estas otras frases? ¿U oyendo, o esperando poder imitar? En las tres primeras es obvio: un chasquido epigramático, una verdad que choca con el saber convencional, una oportunidad para la escritura, cierto grado de manejabilidad: como crítico, puedo imaginarme cualquiera de esas frases colándoseme en un artículo o en una reseña. Y quizá no sin un poco de pompa y satisfacción. Pero ¿las otras? ¿Cómo decir qué es lo que (porque esta debe de ser la palabra adecuada) me fascina de ellas?

 

Algunas de las veintisiete frases que aborda este libro provienen de las páginas de esas libretas; de entre un firmamento repleto de inscripciones, este es un puñado de las que brillan con más fuerza y las que, de momento, conforman un patrón. Pero las constelaciones son una casualidad de nuestra limitada atalaya, y la mía puede venirse abajo sin problemas; de hecho, se ha incorporado ya a un proyecto mayor (por llamarlo de alguna manera) de todas las frases que he encontrado, o reencontrado, una vez he sido consciente de que estaba escribiendo un libro sobre frases. Sobre no es, quizá, la palabra adecuada: mejor hacia o entre. Supe de inmediato que no contaba con una teoría general propia de la frase, ninguna disposición normativa hacia la frase, ni aspiraba a escribir su historia. Si tenía (y mi sensación era que tenía) que escribir sobre mi relación con las frases, sería siguiendo mi instinto por lo particular. El resultado son veintisiete ensayos de extensión diversa –iba a por veinticinco y me pasé de frenada–, cada uno de los cuales examina o divaga sobre una sola frase.

 

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Traducción de Rubén Martín Giráldez.

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Imaginemos una frase

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