02/09/2024
Empieza a leer 'La invitada' de Emma Cline
Para Hilary
1
Era agosto. El mar estaba templado, y más templado cada día.
Alex esperó a que terminara una racha de olas para meterse en el agua, y luego vadeó trabajosamente hasta que fue lo bastante hondo para zambullirse. Una tanda de brazadas enérgicas y ya estaba fuera, al otro lado del rompiente. La superficie se movía en calma.
Desde ahí la playa se veía inmaculada. La luz –la famosa luz– hacía que todo pareciese ambarino y apacible: el verde oscuro y europeo de los arbustos, los matojos de barrón susurrando al unísono. Los coches del aparcamiento. Hasta el enjambre de gaviotas saqueando una papelera.
En la arena, las toallas estaban ocupadas por plácidos bañistas. Un hombre con un bronceado como el cuero de una maleta cara soltó un bostezo; una madre joven contemplaba corretear a sus hijos, que iban y venían jugando con las olas.
¿Qué verían si miraban a Alex? En el agua, era como los demás. No tenía nada de peculiar una chica nadando sola. No había manera de saber si aquel era o no su sitio.
La primera vez que Simon la llevó a la playa, él se descalzó en la entrada. Lo hacía todo el mundo, por lo visto: había pilas de zapatos y sandalias junto a la baranda baja de madera. «¿No se los llevan?», le preguntó Alex. Simon arqueó las cejas. ¿Quién se iba a llevar unos zapatos que no eran suyos?
Pero fue lo primero que pensó: lo fácil que sería llevarse cosas en aquel lugar. De todo tipo. Las bicis apoyadas en la cerca. Las bolsas descuidadas en las toallas. Los coches abiertos, porque nadie quería ir con las llaves encima en la playa. Un sistema que solo se sostenía porque todos creían estar entre iguales.
Antes de salir hacia la playa, Alex se había tomado un calmante de los de Simon, sobras de una antigua operación, y había descendido ya sobre ella esa neblina mental característica, con el agua salada envolviéndola como segundo narcótico. El corazón le latía agradable, perceptiblemente en el pecho. ¿Por qué sería que bañarse en el mar lo hacía sentir a uno tan buen ser humano? Hizo el muerto, con el cuerpo meciéndose un poco en el vaivén, los ojos cerrados al sol.
Había una fiesta esa noche, la daba uno de los amigos de Simon. O un colega de negocios: todos sus amigos eran colegas de negocios. Hasta entonces, horas por llenar. Simon pasaría el resto del día trabajando, y Alex abandonada a su suerte, como siempre desde que habían llegado, hacía cerca de dos semanas. No le importaba. Había ido a la playa casi todos los días. Mientras, iba vaciando el alijo de calmantes de Simon a un ritmo sostenido pero indetectable, o eso esperaba. E ignorando los mensajes cada vez más desquiciados de Dom, cosa bastante fácil. Dom no tenía ni idea de dónde estaba. Había intentado bloquearlo en el móvil, pero él conseguía contactarla desde números nuevos. Alex se cambiaría el suyo en cuanto tuviera ocasión. Esa mañana le había pegado otro toque:
Alex
Alex
Dime algo
Pese a que los mensajes seguían haciéndole un nudo en el estómago, solo tenía que apartar la vista del móvil y todo pasaba a parecer controlable. Estaba en casa de Simon; las ventanas con vistas a puro verdor. Dom estaba en otra esfera, una que podía hacer como si ya no existiera del todo.
Alex abrió los ojos, todavía haciendo el muerto, y quedó desorientada por el golpe de sol. Se puso recta mientras lanzaba una mirada a la orilla: estaba más lejos de lo que imaginaba. Mucho más lejos. ¿Cómo había sucedido? Intentó volver atrás, hacia la playa, pero no parecía moverse del sitio, el agua engullía sus brazadas.
Cogió aire, volvió a probar. Pateando las piernas con fuerza. Batiendo los brazos. Era imposible calibrar si la orilla estaba ahora algo más cerca. Nuevo intento de volver atrás, otro esfuerzo en vano. El sol siguió cayendo a plomo, la línea del horizonte titilaba: todo alrededor se mostraba absolutamente indiferente.
El fin, ahí estaba.
Era un castigo, no tenía duda.
Pero qué raro, sin embargo, lo rápido que se marchó el miedo. La atravesó sin más, apareció y casi al instante desapareció.
Otra cosa vino a ocupar su lugar, una especie de curiosidad reptiliana.
Tomó en cuenta la distancia, tomó en cuenta el ritmo de sus latidos, hizo un tranquilo balance de los elementos implicados. ¿Acaso no se le había dado siempre bien lo de ver las cosas con claridad?
Hora de cambiar de estrategia. Nadó paralela a la orilla. Su cuerpo asumió el mando, recordó cómo nadar. Alex no se permitió la más mínima vacilación. En cierto punto, el agua empezó a resistirse con menos ímpetu, y al momento Alex comenzó a avanzar, cada vez más cerca de la orilla, y al final lo bastante cerca como para hacer pie.
Estaba sin aliento, sí. Le dolían los brazos, el corazón le latía desacompasado. Se había alejado mucho playa abajo.
Pero bien, estaba bien.
El miedo había quedado olvidado. Nadie en la orilla le hizo caso, ni se fijó en ella. Una pareja pasó por su lado, con la cabeza gacha, examinando la arena en busca de conchas. Un hombre con vadeadores montaba una caña de pescar. Le llegaron flotando las risas de un grupo a la sombra de una carpa plegable. Desde luego que, si Alex hubiese corrido el más mínimo peligro real, alguien habría reaccionado, alguna de esas personas habría acudido a ayudarla.
* * *
Traducción de Inga Pellissa
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