01/10/2024
Empieza a leer 'La razón de la oscuridad de la noche' de John Tresch
A mi madre, que me leía historias de miedo
El Arte es la perfección de la Naturaleza. Si el
mundo estuviera ahora igual que el sexto día,
todavía existiría el Caos. La Naturaleza ha creado
un mundo, y el Arte otro. En definitiva, todas las
cosas son artificiales, pues la Naturaleza es el Arte
de Dios.
THOMAS BROWNE,
Religio Medici, 1643
INTRODUCCIÓN
TEMA: EL UNIVERSO
A principios de febrero de 1848, los periódicos de Nueva York anunciaron un acontecimiento inminente y un tanto enigmático: «El jueves por la noche, Edgar A. Poe pronunciará una conferencia en la Society Library […] Tema: “El universo”». No podía existir un tema más impresionante, aunque nadie sabía qué les esperaba: ¿un cuento, un poema, una diatriba crítica? Podía hablar de cualquier cosa y de todo.
The Home Journal declaró: «De algo podemos estar seguros: que tendrá un pensamiento coherente, que será muy original, sorprendente y sugestiva». El señor Poe, «un anatomista nato del pensamiento, desmenuza el genio y sus imitaciones con una pericia que no tiene parangón en ningún lado del océano». El anuncio alimentó las especulaciones sobre el propio personaje. A pesar de su renombre, llevaba más de un año retirado de la vida pública.
El local, recientemente reubicado en la calle Leonard con Broadway, ofrecía pocas pistas. La junta de la Society Library incluía varias lumbreras, como el banquero Cornelius Roosevelt. El menú era más refinado que el del Museo Americano de P. T. Barnum, a diez manzanas al sur –Ralph Waldo Emerson había pronunciado allí su «Conferencia sobre el Tiempo»–, pero todo tipo de espectáculos habían cruzado sus puertas. Entre sus recientes visitantes se encontraban unos campaneros suizos, la Asociación Americana del Daguerrotipo y un mago, el Signor Blitz.
¿La conferencia de Poe sería literaria, científica o alguna novedad inesperada? El Weekly Universe comentó: «El señor Poe no es solo un hombre de ciencia, ni solo un poeta, ni solo un hombre de letras. Es una combinación de todo, y quizá sea algo más».
La charla suponía el regreso de Poe después de una fastidiosa ausencia. Había alcanzado la fama tres años antes con su poema «El cuervo». Su melodía extraña y seductora y su pegadizo estribillo, pronunciado por un críptico pájaro a un estudioso atormentado por la pena, habían quedado grabados en la mente del público. «Dijo el cuervo: Nunca más». Primero se publicó con seudónimo, y fue celebrado, reeditado y parodiado. Un periódico de Gotham lo elogió: «Está escrito en una estrofa antes desconocida para los dioses, los hombres y los libreros, pero llena y deleita los oídos de una manera extraña con su música salvaje y discordante. Todo el mundo lee el poema y lo alaba».
También lo escucharon. Poe se convirtió en un habitual de los salones literarios de Nueva York, donde fascinaba a sus oyentes con su recitado intenso y susurrado. La poeta Frances Sargent Osgood recordaba «su cabeza hermosa, orgullosa y erguida, sus ojos oscuros y centelleantes con la luz eléctrica de la sensibilidad y el pensamiento». Otro autor informaba de que tenía reputación de practicar el mesmerismo, la nueva ciencia de los fluidos invisibles y las vibraciones que unen las mentes. «La gente parece creer que hay algo misterioso en él, y se cuentan las historias más extrañas –y lo que es más, se creen– sobre sus experiencias con el mesmerismo».
«El cuervo» abrió otras puertas. En 1845 pronunció una conferencia titulada «Los poetas y la poesía de Estados Unidos» ante un público de tres mil personas, en la que denunció la triste situación de la literatura y la crítica americanas, sus camarillas regionales y sus reputaciones hinchadas. A finales de 1846, los poemas y cuentos de Poe, sus inflexibles opiniones y su gusto por la provocación lo habían acercado a su sueño de dirigir su propia revista. Un retrato de él al comienzo de su fama sugiere un hombre de aplomo, ingenio y discernimiento, con razones fundadas para ser optimista (aunque quizá un poco ansioso).
Pero su suerte cambió. Durante la mayor parte de 1847 desapareció de los salones y las salas de conferencias, y corrían rumores de tragedia y escándalo. Se mudó a Fordham, a unas doce millas al norte de la ciudad, con su tía y su mujer enferma, Virginia. Posteriormente le confesó a un amigo: «Me volví loco, con largos intervalos de horrible cordura. Durante esos arrebatos de absoluta inconsciencia bebía, solo Dios sabe con qué frecuencia y qué cantidad».
Tanto sus aliados como sus enemigos especulaban sobre su estado. Su amigo George Eveleth, estudiante de medicina, le escribió al editor Evert Duyckinck: «¿Dónde está el señor Poe? ¿A qué se dedica? ¿Qué puede estar haciendo? […] ¿Sigue bebiendo tanto, o se ha reformado?». Su rival, Thomas Dunn English, que había escrito una cruel caricatura de Poe borracho, ridiculizaba su lamentable situación: «Tenemos entendido que el señor Poe ha conseguido trabajo colocando las vías del nuevo tren de Broadway. Hace unos días lo vieron subiendo la calle, al parecer más horizontal que vertical».
De hecho, Poe, retirado de las rencillas de los periódicos y salones de Nueva York, a salvo del escrutinio público y de los mezquinos ataques, planeaba la siguiente fase de su carrera. Mientras vivía casi aislado, en uno de sus momentos más bajos, su imaginación volaba. Mientras deambulaba por los exuberantes prados de Fordham o se paseaba por los pelados y rocosos acantilados del Hudson, emprendió algunas obras nuevas y atrevidas: unos ensayos que articulaban la «ciencia de la composición»; «Ulalume», una balada que suena a conjuro iluminada por el «lustre nebuloso» de una estrella recién nacida; un cuento visionario, «El dominio de Arnheim», garabateado en un solo y largo rollo de papel, en el que un artista de ilimitada riqueza ingenia un jardín paisajista que parece un cielo o un infierno; y lo más audaz, la conferencia titulada «El universo», que los periódicos de Nueva York anunciaron en 1848.
Poe depositaba sus esperanzas en esta obra, el primer paso de un plan concreto: «[...] reubicarme en el mundo literario». Cuando publicaba en alguna revista, tenía la suerte de cobrar más de veinte dólares por artículo, lo leyeran mucho o poco. Una conferencia con un mínimo de audiencia a cincuenta céntimos la localidad podía suponer el alquiler de varios meses. Después del debut en Nueva York haría una gira nacional, y con los ingresos de las entradas y las suscripciones pretendía financiar su renacida revista literaria, Stylus. Comenzando por sus antiguos compañeros de clase de la Universidad de Virginia y de la Academia Militar de los Estados Unidos: «Debo conseguir una lista de, al menos, quinientos suscriptores para empezar: ya tengo casi doscientos. Me propongo, sin embargo, ir al Sur y al Oeste, entre mis amigos personales y literarios –mis conocidos de la universidad y de West Point– a ver qué puedo hacer».
Su conferencia se publicó con el título de Eureka. Un ensayo sobre el universo material y espiritual. «¡Eureka! ¡Lo encontré!», fue la exclamación del anciano filósofo Arquímedes al descubrir un método para poner a prueba la pureza del oro. «¡Eureka!» fue también el gozoso grito de los prospectores de California. Poe estaba convencido de que los descubrimientos de su ensayo le garantizarían la fama inmortal, lo harían rico, y que, al sondear los misterios del universo, salvarían su vida.
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Traducción de Damià Alou
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