08/04/2021
Empieza a leer 'Las aventuras de Genitalia y Normativa' de Eloy Fernández Porta
ALERTA GRIS... PÍLDORA AZUL
¿Y si el acto verdaderamente gozoso no fuese transgredir una norma sino erigirla? ¿Y si la creatividad consistiera en enunciar, con el pretexto de conculcarla, una ley? ¿Y si resultara que tú, que dices preferir las excepciones, solo hablas de ellas porque te permiten imaginar las reglas?
Exploremos estas inquietantes posibilidades. Veamos a dónde nos lleva su convulsión.
Nomografía: Acto colectivo en que un principio regulador es generado, de manera espontánea, impensada, por medio de gestos de imaginación reactiva. // Procedimiento distintivo de la época en que la normatividad pública y privada es producida en directo por la ciudadanía digital, a la vez que las instituciones ven reducido su poder, se convierten en el brazo ejecutivo o se abstienen. // Plaga psicológica global. La dolencia conocida como «afección normótica» es despatologizada y se convierte en un componente de la salud mental. // Resultado de la acción combinada de las instancias estéticas, jurídicas y populares. // Posesión. Deseo perverso: organiza e instituye el temperamento personal, las modalidades de orden y la presión comunitaria por alejarse de la heterodoxia. // Fanatismo: la comunidad se erige en horda, y afirma su identidad colectiva como normhorda. // Metamorfosis del cuerpo social en fuerza reguladora.
«¿Soy normal?» En el momento central de la serie Masters of Sex varios pacientes, de todas las edades, van repitiendo, en una secuencia de primeros planos, mirando a cámara y con diversos grados de inquietud, esta pregunta. A cada repetición se siente el espectador más interpelado, en tercer grado, más reo. ¿Lo es?
Hay quien ha respondido, con resignado humor, a La Pregunta. «Soy un tío normal y corriente. / ¡No tengo nada especial, motherfucker! / Si te metes conmigo... es probable que ganes, / porque no tengo muchos amigos que me apoyen. / Bueno, Steve quizá sí, / pero tampoco es que sea muy fuerte.» «Everyday Normal Guy» (2009), la canción del rapero y humorista canadiense Jon Lajoie, suma, con su concienzuda parodia del letrismo autocelebratorio propio del hip hop, treinta y seis millones de visitas en YouTube, superando a numerosas estrellas del género –muy por encima de quienes declaran, rimando, tener algo especial–. Y si te metes con ellos...
En el desfile donde presenta la temporada otoño-invierno de 2017 de Balenciaga, el diseñador Demna Gvasalia ha vestido a los modelos con simples camisetas azul marino, simplicísimas, con un solo detalle: el nombre de la marca, a la espalda, dibujado con la tipografía tricolor (blanco, rojo y azul), imitando el formato del logo de la campaña electoral norteamericana. No es la connotación política lo que interesa a Gvasalia, sino el apropiarse de una prenda que, contraviniendo los principios de su marca, es común, barata, transclasista: en vez de distinguir a sus portadores, los unifica. La marca que inventó el glamour ha llenado la pasarela de cuerpos que, cada cual con su modesta t-shirt, no parecen de profesionales de la moda, sino de humildes, ilusos, esforzados electores. De la alta costura al votante cualquiera.
El plano general de una calle transitada. El tráfico, el vaivén, la gran rutina. Uneventful. El espectador lo contempla esperando en vano una incidencia, un choque, un corte en el programa informático o una lacaniana emergencia de lo real. No hay caso. El uso de las cámaras de vigilancia en espacios expositivos, del que fue pionero Michael Snow, también canadiense, se ha generalizado en el videoarte hasta convertirse en un lugar recurrente, en la galería y en el museo: el registro, sin montaje ni alteraciones, de la consuetud...
Live show! ¡Venga a ver lo común! ¡Está ocurriendo ahora mismo!
Súper Normal. Extraño oxímoron... Ha hecho fortuna. Lo encontramos en un ensayo sobre interiorismo donde se celebra la belleza calmosa de las cafeteras italianas y las botas de caucho; es, también, el nombre de un refinado estudio de diseño. La palabra luce, en neón rojo, en la fachada de un restaurante japonés de Melbourne. Da título a una celebrada serie de novelas infantiles cuyo protagonista se distingue por carecer de superpoderes, o más bien por descubrir, de aventura en aventura, que el don supremo, el regalo de los dioses, es... ser, a diferencia de los superhéroes en pijama, un niño más. Uno de tantos.
«Ninguna norma internacional regula esa forma de gestación.» La entradilla de la noticia de portada del diario más leído de España emplea una fórmula que enfrenta al lector con la amenaza apocalíptica de la ausencia de principios organizadores. «16 normas no escritas que se respetan en todos los pueblos.» El titular de la sección de viajes detalla los do’s y dont’s de «la España rural» –esa ficción construida desde una mentalidad metropolitana y centralista–. La desregulación caótica y la normatividad costumbrista constituyen las dos guías para relacionarse con el territorio. Jungla global y topografía local. Los procesos globalizadores reconvierten el planeta en terra incognita, sacudida por tsunamis financieros, entre las fluctuaciones de la moneda y las brujerías del bitcoin. Haría falta una nueva hornada de valerosos aventureros, descubridores, provistos de carne seca y constituciones, prestos a plantar, en el terreno anómalo, la bandera de la Ley. Por contra, en el territorio regional, hipercodificado, la familiaridad se define por el aprendizaje de la costumbre autóctona y el color local. De ahí el regionalismo globalizado.
Los mayores festivales de música se anuncian con el hashtag #thenewnormal e incluso las fiestas sorpresa deben ser organizadas de acuerdo con una reglamentación unificada. Un Consorcio Nacional de Unificación, compuesto por apóstoles de la normativité, fija los principios de la convivencia en atribuladas reuniones donde el orden del día es un concurso de fábulas exprés. Esta ficción del absurdo, imaginada por Boris Vian, se ha convertido en la materia prima de nuestro tiempo.
Ahora los poemarios empiezan así:
Tengo una amiga que siempre me dice que solo quiere ser una chica normal pero enseguida cambia de pensamiento y sigue actuando de manera extraña, cosa que me gusta y admiro.
(Concretamente en lo que respecta a la indecisión y negativa al compromiso.)
Las luchas biopolíticas se convierten en una disputa por identificar la norma no escrita del género y por asentarse en la excepción:
«¿Me pregunta usted, señora, si es normal ser heterosexual? ¡Pues claro! ¡De la misma manera que es normal ser homosexual!»
... pero esa percepción errónea –voluntariamente errónea– de un nuevo orden relacional en el que la estructura tradicional se habría invertido es refutada desde distintos espacios de las comunidades cuír, donde esa dicotomía se reinscribe en la disyuntiva entre asimilarse y singularizarse, entre diluir la singularidad y preservarla.
Un mundo que no acaba de morir y otro que aún está naciendo. Vivimos el momento histórico de transición entre la desnaturalización de la heterosexualidad y la consolidación social de las sexualidades no normativas. Entre un paradigma que se diluye (dando lugar a nostalgias, lamentaciones, movimientos regresivos y reaccionarios) y una emergencia que trata de establecerse (y que es continuamente atacada por quienes la confunden, o fingen confundirla, con un nuevo paradigma).
Ahora los poemarios terminan de esta manera:
Creo en reevaluar mi identidad sexual
a medida que surge un nuevo vocabulario.
¿... será este el nuevo fantasma que recorre el mundo? ¿Una fuerza homogeneizadora? ¿El «Todos somos iguales» pronunciado de manera cansina y desesperanzada? ¿El devenir-norma? ¿Cómo ha ocurrido? ¿Acaso no se nos dijo que habitamos la época de la identidad mutante, de las subjetividades proliferantes, de la plétora de personalidades? Los afectos, la sexualidad y la tecnología ¿no se habían aliado al fin, en triunfante triunvirato, para conferir a cada cuerpo su singularidad y a cada individuo sus cambios y renuncios, su contra devenir de género, de clase, de destino laboral? ¿De qué pozo infecto de cubículos y cuadrículas brotan esas fuerzas que llevan, incluso a quienes son mutantes por naturaleza –niños, músicos, modistas, espíritus libérrimos–, los que juegan sus vidas en un tablero multicolor, a enrocarse en la más gris de las casillas?
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