09/05/2024
Empieza a leer 'Libro de los días de Stanislaus Joyce' de Diego Garrido
The voice tells them home is warm.
JAMES JOYCE,
Pomes Penyeach
2 de enero. Jim dice que jamás seré capaz de escribir prosa. Por supuesto tampoco verso. Dice que, si estas notas tienen algún interés, es porque en gran medida tratan de su vida. Solo puedo darle la razón.
Todo el mundo habla del poeta menor, pero nadie del filósofo menor. Soy yo. De qué me sirve pensar tanto si no tengo el talento ni la inteligencia necesarios para comunicar mi pensamiento.
4 de enero. Papi ha pasado toda la noche sentado junto al fuego, revisando papeles y suspirando. Ha sido una de sus grandes noches; creo que ha estado llorando. Me enferma. Casi lo prefiero borracho.
Esta familia es un barco a la deriva. O mejor un tren, cuesta abajo y sin frenos. Ya no se salva nadie.
La vida de Poppie está perfectamente arruinada: ella sustituye a madre. La de las niñas lo estará pronto: todas ellas (quitando quizá a Mabel, que es la protegida de papi) irán a un convento. Charlie es un putero y un meapilas. Yo apenas soy algo.
En las Noches de Lucidez –así las llamamos Jim y yo– papi promete cosas. Promete un trabajo estable, promete la alimentación regular de sus hijos, promete dejar de beber. En noches así, es fácil sacarle un par de chelines, pero hay que saber aprovechar la ocasión. Hoy, Jim se me adelantó. Consiguió un puñado de monedas y hasta lo abrazó; los vi desde la escalera. Luego fue hasta la puerta haciendo una torre sobre la palma de la mano, me guiñó un ojo y se marchó dando saltos de alegría. La hipocresía de Jim no conoce límites. Ahora, mientras escribo esto, tres de la madrugada, estará tirado sobre la barra de algún bar, o lanzando uno de sus discursos junto a O. G., aburriendo a un puñado de patanes con sus lecciones de prosodia.
O. G. es un tramposo. Jim no ve que es más inteligente que él, y que lo utiliza. O. G. no desaprovecha la oportunidad de brillar, aunque sea reflejando luz ajena. O. G. no va a llegar a nada en la vida. Los versos de O. G. dan pena.
5 de enero. Poppie hace oídos sordos a todo lo malo que nos pasa. Esta mañana me ha echado una bronca tremenda por hablar mal de papi. «Hay que hablar bien de papi, aunque cueste. Él nos quiere.» ¿Nos quiere? Lo dudo mucho. Aun así, Poppie hace lo que puede. Es generosa. Estoy seguro de que si alguno de nosotros enfermase, aunque fuese de gravedad, ella se cambiaría sin dudarlo un instante. Si esta familia no ha naufragado todavía es gracias a ella. Hoy ha tenido que encubrir a Jim, que ha llegado a casa sucio y borracho.
–(Murmurando): ¿Estás borracho?
–¡Poppie!
–Ven, Eileen te acompaña a tu habitación, ahora te subo yo un desayuno. A dormir.
–¡Gracias, ah gracias! ¡Os quiero a todas!
Papi estaba con las niñas en la cocina, y nos hemos salvado de la bronca. ¿No es irónico que un borracho prohíba beber a sus hijos? ¿Qué se esperaba? Cuando subí al cuarto, Jim ya estaba roncando, con una sonrisa boba en los labios y un hilo de baba mojando la sábana. Creo que ha perdido su gorra de capitán. Estoy deseando que se despierte. Ser un borracho tiene sus consecuencias.
El mes que viene empiezo a trabajar otra vez. En una botica. Una basura, sí, pero mejor que la oficina de Tío Willie. Desde luego, no he nacido para mecanógrafo. Aunque ahora, de cara al público... casi lo siento por el público. ¿Soy horrible? No me considero una mala persona. Trato de hacer de mis actos una consecuencia lógica de mis convicciones. Por supuesto, no siempre lo consigo. ¿Es esto ser horrible?
6 de enero. Jim es un genio. Uno disperso, obsceno, borracho, todo lo que se quiera, pero un genio. Esta mañana me ha estado leyendo algunos de sus poemas nuevos, y también sus epifanías. Los poemas son del amor y la familia. Las epifanías, revelaciones del espíritu, breves y luminosas como un relámpago.
El poema que más me ha gustado ha sido «Cabra», que empieza así:
El chico sigue el camino rojo
buscando un sol de invierno.
El sol de invierno, entiendo yo, es la felicidad: es decir un imposible; el camino rojo la sangre. Es bonito. Pero tiene que evolucionar, desarrollar su propio estilo – dejar atrás la oscuridad, el vago simbolismo. Le he recomendado que deje de leer a Coleridge y a Browning, le he dicho que no le hace ningún bien. Además la lucha es vana. Jamás superará a Browning.
–No –me ha respondido–, pero a Tolstói.
–¿A Tolstói? –le he dicho yo– ¿Qué sabes tú de Tolstói?
–Todo lo que hay que saber: que no cree en la vida. Yo creo.
–¿Cómo?
Aquí ha empezado a soltar una de sus largas peroratas, solemne, alucinado, escupiéndome en la cara a cada rato (herencia de borracho) y mirando al infinito con ojos melancólicos y miopes. Resumo la idea, por ahorrar papel: socialismo, alcohol y montones de putas. ¿Es que no entiende que si sigue así va a malgastar su talento? Dios le da pan a quien no tiene dientes. En esta casa pocos tenemos dientes.
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