12/06/2023
Empieza a leer 'Mentira romántica y verdad novelesca' de René Girard

El hombre posee un Dios o un ídolo.

MAX SCHELER

 

1. EL DESEO «TRIANGULAR»

 

Quiero, Sancho, que sepas que el famoso Amadís de Gaula fue uno de los más perfectos caballeros andantes. No he dicho bien fue uno: fue el solo, el primero, el único, el señor de todos cuantos hubo en su tiempo en el mundo [...]. Digo [...] que cuando algún pintor quiere salir famoso en su arte procura imitar los originales de los más únicos pintores que sabe, y esta mesma regla corre por todos los más oficios o ejercicios de cuenta que sirven para adorno de las repúblicas, y así lo ha de hacer y hace el que quiere alcanzar nombre de prudente y sufrido, imitando a Ulises, en cuya persona y trabajos nos pinta Homero un retrato vivo de prudencia y de sufrimiento, como también nos mostró Virgilio en persona de Eneas el valor de un hijo piadoso y la sagacidad de un valiente y entendido capitán, no pintándolo ni descubriéndolo como ellos fueron, sino como habían de ser, para quedar ejemplo a los venideros hombres de sus virtudes. Desta mesma suerte, Amadís fue el norte, el lucero, el sol de los valientes y enamorados caballeros, a quien debemos de imitar todos aquellos que debajo de la bandera de amor y de la caballería militamos. Siendo, pues, esto ansí, como lo es, hallo yo, Sancho amigo, que el caballero andante que más  le imitare estará más cerca de alcanzar la perfección de la caballería.

 

Don Quijote ha renunciado, en favor de Amadís, a la prerrogativa fundamental del individuo: ya no elige los objetos de su deseo; es Amadís quien debe elegir por él. El discípulo se precipita hacia los objetos que le designa, o parece designarle, el modelo de toda caballería. Denominaremos a este modelo el mediador del deseo. La existencia caballeresca es la imitación de Amadís en el sentido en que la existencia del cristiano es la imitación de Jesucristo.

En la mayoría de las obras de ficción los personajes desean con mayor simplicidad que don Quijote. No existe mediador, solo existe el sujeto y el objeto. Cuando la «naturaleza» del objeto apasionante no basta para explicar el deseo, nos volvemos hacia el sujeto apasionado. Hacemos su «psicología» o invocamos su «libertad». Pero el deseo siempre es espontáneo. Siempre podemos representarlo por una simple línea recta que une el sujeto y el objeto.

En el deseo de don Quijote, la línea recta está presente, pero no es lo esencial. Por encima de esta línea, existe el mediador que ilumina a la vez el sujeto y el objeto. La metáfora espacial que expresa esta triple relación es, evidentemente, el triángulo. El objeto cambia con cada aventura pero el triángulo permanece. La bacía de barbero o las marionetas de maese Pedro sustituyen a los molinos de viento; Amadís, en cambio, sigue siempre presente.

En la novela de Cervantes, don Quijote es la víctima ejemplar del deseo triangular, pero está lejos de ser la única. A su alrededor, el más afectado es el escudero Sancho Panza. Algunos deseos de Sancho no son fruto de una imitación; los que despierta, por ejemplo, la visión de un pedazo de queso o de una bota de vino. Pero Sancho tiene más ambiciones que la de llenar el estómago. Desde que frecuenta a don Quijote sueña con una «ínsula» de la que será gobernador, quiere un título de duquesa para su hija. Esos deseos no han llegado espontáneamente al hombre sencillo que es Sancho. Es don Quijote quien se los ha sugerido.

Esta vez la sugerencia es oral, y ya no literaria. Pero la diferencia no importa gran cosa. Estos nuevos deseos forman un nuevo triángulo cuyos vértices ocupan la ínsula fabulosa, don Quijote y Sancho. Don Quijote es el mediador de Sancho. Los efectos del deseo triangular son los mismos en los dos personajes. Tan pronto como se deja sentir la influencia del mediador, se ha perdido el sentimiento de lo real, y el juicio queda paralizado.

Por ser más profunda y más constante esta influencia del mediador en el caso de don Quijote que en el de Sancho, los lectores románticos apenas han visto en la novela otra cosa que la oposición entre don Quijote, el idealista, y Sancho, el realista. Esta oposición es real pero secundaria; no debe llevarnos a olvidar las analogías entre ambos personajes. La pasión caballeresca define un deseo según el Otro que se opone al deseo según Uno Mismo que la mayoría de nosotros nos enorgullecemos de disfrutar. Don Quijote y Sancho sacan del Otro sus deseos, en un movimiento tan fundamental y tan original que lo confunden perfectamente con la voluntad de ser Uno Mismo.

Se objetará que Amadís es un personaje fabuloso. Sin duda, pero la fábula no tiene a don Quijote por autor. El mediador es imaginario; la mediación no lo es. Detrás de los deseos del héroe, existe la sugerencia de un tercero, el inventor de Amadís, el autor de las novelas de caballerías. La obra de Cervantes es una extensa meditación sobre la influencia nefasta que pueden ejercer entre sí las mentes más sanas. Si exceptuamos su caballería, don Quijote razona sobre todo con mucho sentido común. Sus escritores favoritos tampoco son unos locos: no se toman su ficción en serio. La ilusión es el fruto de un extraño matrimonio entre dos conciencias lúcidas. La literatura caballeresca, cada vez más extendida a partir de la invención de la imprenta, multiplica de manera prodigiosa las posibilidades de semejantes uniones.

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Traducción de Joaquín Jordá

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Mentira romántica y verdad novelesca

 

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