«Al pretender caracterizar los lenguajes (y en particular la palabra escrita) por algún rasgo peculiar y común a todos ellos, nos encontramos ante la realidad inmediata (cuya trivialidad inocente nos invita a retroceder) de que todos poseen un poder para «comunicar» algo, de que todos son instrumentos para la «comunicación», y que es precisamente este «ser para la comunicación» la justificación utilitarista de la existencia de cada uno de ellos. Pero tanto para la escritura ideográfica, como para la escritura de los lenguajes destinados a ser leídos por compiladores de ordenadores, como para los grafismos dibujados en la superficie del papel, es la existencia de unas reglas, de un conjunto de códigos, variables en cada caso, lo que les permite decir algo, comunicar algún mensaje, suscitar alguna pulsión o rememorar alguna idea; en una palabra, decir lo ya-siempre-dicho, posibilitar la realización de la repetición. Por el contrario, de no estar estas escrituras coordinadas y dispuestas con arreglo a estos principios, permanecerán mudas y afásicas, confinadas en el espacio silencioso que sus propias existencias limitan sobre el papel.

Es sobre este carácter peculiar del lenguaje que supone la comunicación, sobre esta importante facultad de transmitir, que por su predominio relega a un segundo plano la posibilidad de considerar cualquier discurso como el hecho bruto que su existencia implica, es en este carácter sobre el que fijaremos nuestra atención en la segunda parte de este ensayo [«Sobre la comunicación»].

La primera parte de este trabajo [«Lenguajes del poder»] está dedicada a la exposición de ciertos análisis asistemáticos de algunas de las distintas formas adoptadas por la pretensión de convencer, que han aparecido al término de un recuento parcial y descuidado en la población multitudinaria de los lenguajes.»

Fragmentos de la Introducción del cuaderno.

Serie: Filosofía.
Dirigida por Eugenio Trías.