«Al presentar mis dos ensayos a los lectores españoles, considero oportuno acompañarlos de algunas advertencias. En primer lugar, que han sido pensados para un público italiano que en su mayoría ignora casi todo acerca de la historia española reciente. En segundo lugar, conviene indicar que los dos ensayos han sido escritos a cierta distancia entre sí. A la luz de estas contribuciones, no tengo dificultad en admitir que mi ensayo contiene algunos puntos débiles, debido sobre todo a una insuficiente base documental.

Considero, sin embargo, que en mi ensayo existen al menos dos puntos que no han sido desarrollados posteriormente y que mantienen su validez; y es por ello que todavía lo juzgo merecedor de ser propuesto a la atención de los lectores.

En primer lugar, aquél donde se subraya lo que, en mi opinión, constituyó el límite fundamental de las colectividades: el hecho de que nunca se convirtieron en núcleos de elaboración política de los cuales emanase la voluntad de la base proletaria, centros en los que los obreros asumiesen los problemas políticos nacionales. Ni las fábricas colectivizadas ni las comunas agrícolas consiguieron expresar nada que prefigurase una nueva y revolucionaria organización política del país.

En segundo lugar, sigo considerando válido dar una valoración distinta a la colectivización de la industria y del comercio, y a la del campo. No, obviamente, en línea de principio; sino a partir de los hechos. En el plano de los hechos, la colectivización en el campo ha distanciado mucho de su análoga experiencia en las ciudades. De ahí su mayor extensión geográfica y, sobre todo, su mayor vitalidad, pese a persecuciones y sabotajes. No es que ahí no hayan faltado errores y desviaciones. Pero más allá de éstas, me parece que las colectividades agrícolas fueron la expresión de la clara voluntad anticapitalista y de un profundo espíritu comunitario de grandes masas de campesinos sin tierra.»

Fragmentos de la Introducción al cuaderno.

Serie: Documentos.