Ultimas años 80. La Revolución (con mayúscula) ha quedado aplazada por tiempo indefinido. Patricio Garrett regresa a España. Es un poeta que ha vivido años en el extranjero (básicamente en Estados Unidos) y en cuanto desembarca del avión inicia una especie de viaje iniciático a través de la noche oscura de su propia alma. Durante una semana de abril, y en ese Madrid con puerto, playa y catedral que ya se encuentra en anteriores novelas de Mariano Antolín Rato, se enfrenta a un presente siempre teñido por su pasado, donde domina una parálisis que puede ser tomada por el nombre de un grupo de rock.

Antiguas y nuevas amantes (Amelía Martí y su hija Diana). Viejos amigos y nuevos enemigos (Juan Martínez y Billy The Kid). Un conjunto de personajes que no hablan más que de sí mismos y nunca se ocupan de los demás. Hombres y mujeres de este presente sin opciones ideológicas. Seres de ahora mismo que se confeccionan un universo intelectual más o menos a medida, hecho de reacciones, mientras tratan de resistir impávidos a la falta de sentido cultivando una ironía desgarrada con la que se engaña o quizá se aplaza la desesperación.

Y dominándolo todo, el constante delirio, estimulado por el alcohol y otras drogas, de Pat Garrett -que considera de mala educaciónel triunfo- en su relación con unos personajes que, como en la voz de un negro que canta un blues, practican una estética de la huida. A veces bajo cielos que lloran compadeciéndose de ellos porque hacen cosas malas y esperan trenes que ya se han ido.

Abril blues es una narración de ritmo vertiginoso, pero perfectamente medido, planteada en un presente condicional -así fue como Rafael Cante definió el estilo de su autor- donde la vida se impone a cada frase y la alta calidad literaria potencia la emoción.

La anterior novela de Mariano Antolín Rato se ha publicado también en esta colección: «Mar desterrado, la mejor novela de uno de nuestros narradores más originales y exigentes, es el primer testimonio desolador de una generación que rompe con la inerte tradición dominante.» (J. A. Masoliver Ródenas, La Vanguardia)