Narrada a través del monólogo interior de su protagonista, Juliana los mira es una excelente novela cuya intensidad erótica alcanza cotas infrecuentes. Juliana es una niña de diez años, hija de un importante político de un país latinoamericano, y la novela muestra su despertar sexual, tanto en relación con el mundo de los adultos que la rodean como con su propio cuerpo y su propia relación sexual con una amiga.

Así, uno de los focos de la historia es la agitada vida amorosa de la madre y el padre de Juliana; ella es amante del chófer de la familia, y él corretea tras las faldas de cuantas mujeres conoce; pero no es sólo eso, hasta el mismo presidente de la república y su extraña cohorte de acompañantes, esnifadores de coca, calaveras de diversas cataduras, ajadas lesbianas, participan en ese mundo que Juliana mira. El otro foco es la relación de Juliana con su amiga Camila, que aparece a sus ojos como persona experta (pues ya ha mantenido cierta relación con un muchacho de corta edad), y que entrará también en relación erótica con Juliana.

Pero el encanto fundamental de la novela reside en la capacidad de su autor, Evelio Rosero Diago, para ver el mundo a través de los ojos y el lenguaje de Juliana; pues ésta, el ojo que atisba lo que puede verse y lo que está prohibido mirar, es ajena a todo planteamiento moral, observa desde una inocencia preadánica en la que no hay bien ni mal, y entiende todo lo que ve y hace por medio de una mitología personal basada en sus personales metáforas, que lo convierten todo en un cuento fantástico que a veces se transforma en cuento de terror.

Con Juliana los mira, Evelio Rosero Diago se consagra como uno de los nuevos talentos de la novela latinoamericana del post-boom, tal como lo reconoció el jurado del IV Premio Herralde de Novela, del que fue finalista.