Lo primero que puede decirse de Una cerveza en Kenia es que se trata de una espléndida narración, brillantemente contada, cuyo rico contenido permite varios niveles de lectura.

Ya desde las primeras páginas, el lector corre el serio peligro de sentirse identificado con Leo, el protagonista, modelo publicitario, actor principiante y guionista aficionado, cuyo destino parece consistir en verse continuamente obligado a interpretar, en la vida real, los distintos papeles que le van otorgando las circunstancias. 

De esta manera, puede ser, simultáneamente, rebelde en su trabajo, complaciente con la dueña de la agencia de modelos, buen amigo de sus vecinos, astuto cuando algo le interesa y benévolo confidente y protector de su hermana Andrea, fotógrafa, lesbiana y especialista en turbulentas relaciones amorosas. 

Asimismo, es capaz de interpretar con toda soltura los diversos papeles de amante a los que su carácter enamoradizo le condena: desde el de gigoló, apenas disimulado, hasta el de frustrado pigmalión, el de peculiar chevalier servant o el de simple instrumento de un extraño destino que le conduce hasta el rodaje de un spot de cerveza en Kenia y con el que él colabora tan gustosa como inconscientemente.

Tal y como ya hiciera en sus obras anteriores -Aves de paso (Premio Herralde), Territorio enemigo y Lejos de Marrakech-, Riera de Leyva utiliza en esta narración una técnica peculiar, que combina la contundencia del relato corto con la compleja estructura de la novela. Por otra parte, su personal concepción de la frase y del párrafo y la fluidez y el carácter visual de su prosa, junto con la velocidad de sus diálogos, hacen que la lectura de este libro «enganche» desde el primer momento y, también desde el primer momento, se convierta en una experiencia tan intensa como gratificante.