«Lo recuerdo: desde la proa se me apareció a través de la ligera neblina matinal un pequeño anfiteatro de casas, una ciudad que reposaba sobre las aguas como si hubiera brotado de ellas.» Es la isla, la extrema frontera donde desemboca un joven con su compañera. En esta tierra desolada, empieza a escribir las páginas de su diario, una suerte de educación sentimental o de larga convalescencia, que le prepara al descubrimiento de la desnudez de la vida.

En el protagonista de esta novela podrán reconocerse algunos aspectos de una ejemplar «mentalidad de la supervivencia»: el frenesí de absoluto, la sensación de haberlo vivido ya todo, la existencia como asedio del cual desvincularse, la fuga, en fin, como única casa. Intérprete lúcido de un paisaje moral en ruinas, el narrador está siempre ahí, inmóvil en el umbral de la existencia con la mirada culpable de quien observa impotente, el incendio de su propia casa.

Fotografía de una generación sin cualidades, este libro es también una novela de pasiones casi nunca domadas, de sentimientos vividos hasta el límite, donde los personajes se lo juegan todo en el filo de una elección definitiva, exasperada: así, el padre que ve cómo se pudre la aventura de su delirante empresa agrícola, así Fernando, el inseparable amigo del narrador, prisionero de su vitalismo y de su incurable y demencial euforia suicida... Y todos giran, más próximos o lejanos, alrededor de este punto inextrincable de la conciencia que es Clo, muchacha lunar, intangible y muda.

Diario de un milenio que huye es un libro sentimental y despiadado, casto hasta la morbosidad, en el que la imagen de la vida, considerada como pura existencia, más allá de la abyección, brilla a la frágil luz del fin del milenio.

La aparición de Diario de un milenio que huye fue saludada entusiásticamente por la crítica, tanto en Italia como en su inmediata traducción en Francia:

«Habilísima estrategia del tempo narrativo... Sus invenciones dejan huella, tienen la fuerza de un pathos congelado del horror y de la ignominia, la violencia de sentimientos observados por un ojo tanto más agudo cuanto quiere ser árido e indiferente. Lodoli sabe transmitir al lector la ardua apuesta de la supervivencia, la inevitabilidad del naufragio, la sensación del vacío relatando por el contrario la plenitud de la vida. Una partida informal entre personajes que tienen la concreción de lo real y la aureola de las visiones.» (Enzo Golini, La Reppublica)

«Ciertos libros parecen llamados a ser los testigos agudos de la conciencia de una época... Hay que saludar, pues, resuelta y calurosamente la traducción de Diario de un milenio que huye.» (Patrick Kéchichia, Le Monde)

«Enfant terrible de Schopenhauer y Fellini, inspirado cronista del absurdo ordinario, contable irreprochable de la opresión interior, Marco Lodoli asiste sin pestañear a la muerte del siglo.» (Jérôme Garcin, L'Évenement du Jeudi)