Después de la elegía dedicada a su abuelo y su trágico heroísmo en la Primera Guerra Mundial, después de la emotiva rememoración de ese hombre sencillo arrastrado por el caos de la Segunda Guerra Mundial que fue su padre, Jean Rouaud completa su particular repaso a nuestro siglo a través de su familia con una tercera novela en la que él mismo es el protagonista.

He aquí un retrato del artista adolescente, soñador, tímido, solitario y futbolista tremendamente miope; un aprendiz de escritor que admira a Rimbaud y se enfrenta perplejo a los mezquinos profesores de la escuela, al primer amor de su vida, al melancólico vacío que le ha dejado la muerte de su padre, al mundo cambiante y contradictorio del mayo del 68, entre las esperanzas de crear una sociedad nueva y las imposturas apenas disimuladas, como ese porno disfrazado de película de vanguardia que realiza un amigo...

Este antihéroe que busca su lugar en el mundo, observa la realidad que le envuelve con su mirada de miope rebosante de lucidez y de humor. Rouaud ha escrito una novela divertida y entrañable que confirma las expectativas levantadas por las dos anteriores.

«Como Los campos del honor y Hombres ilustres, es una novela sobre la memoria herida. Pero, en esta ocasión, al pesar se añade una radiante ironía... Jean Rouaud retrata la generación Cohn-Bendit en unas páginas antológicas. He aquí, al fin, la gran novela que se esperaba sobre la primavera roja: Woody A/len chez les enragés!» (André Clavel, L'Express).

«Hay en este libro ecos del Joyce de El retrato del artista adolescente... Lo más sorprendente no es la historia en sí misma, sin la manera absolutamente original e inventiva en que se narra. La prosa es sensorial, delicada, melancólicamente cómica, infaliblemente ingeniosa» (Richard Berstein, The New York Times).

«Es, entre otras cosas, una novela sobre las convulsiones estudiantiles de los años sesenta» (Lucy Hughes-Hallett, Times Literary Supplement).

«Aborda con un tono divertidamente burlón y al mismo tiempo con nostalgia los inseguros tanteos de la juventud, los grandes sueños idealistas, las primeras divagaciones literarias, los vertiginosos saltos barométricos del alma, la herida del pesar por la muerte del padre» (Antoine De Gaudemar, Libération).

«El mundo más o menos no se parece a ninguna otra novela, pero evoca las mejores películas de Woody Allen, las más divertidas y densas... ¿Quién se ha atrevido a decir que la novela francesa había muerto?» (Pierre Lepape, Le Monde).