«Toda familia clásica tiene que contar con un fracasado: una familia sin fracasado no es una familia de verdad, porque le falta un principio que la pone en tela de juicio y le otorga su legitimidad.» Así encabeza Mérot su relato, la historia del fracaso del «tío» que protagoniza la novela, «un tipo de cuarenta años que vive en París» . Una mezcla curiosa de arquetipo y singularidad: divorciado y sin hijos, el «tío» es un cúmulo infeliz de vergüenzas y decepciones. Ha ejercido una docena de oficios, ha navegado por los servicios rosas del Minitel, ha trabajado en un museo parisino, ha colaborado con la Editorial Ubu y ha enseñado en el colegio Val d'Oise, además de conocer de primera mano varios desengaños amorosos.

Este antihéroe del estricto hoy tiene, en la conjunción entre vanidad y desprecio de sí mismo, una ocupación casi excluyente: acodarse en la barra de un bar de barrio y beber y fumar. A la antigua. Así, las páginas del libro se cargan de alcohol y las palabras se van como el humo de un cigarrillo, envueltas en un lirismo oscuro, espeso y agudo, mientras su protagonista consuma un lento pero seguro «suicidio afectivo» por falta de amor.

Una airada melancolía que nos recuerda al mejor Houellebecq; y no es casualidad, puesto que el padre literario de ambos es sin duda el mismo: el malhumorado más venenoso y genial del siglo XX: Céline. En su balance pesimista y deliciosamente cáustico, no deja títere con cabeza: acomete contra la familia, el mundo de la edición, Europa del Este, los psiquiatras, los profesores... Y siempre con el estilo refinado de un escritor que no hace sólo lo que puede, sino todo lo que quiere: su registro abarca desde el acento poético a la ácida mordacidad, del relato ágil y vibrante a la espaciada meditación.

«Aquí tenemos al Houellebecq de este otoño... Con un cocktail que no te dejará indiferente, Pierre Mérot será el primero en alinearse como la mayor revelación del año» (Alexandre Fillon, Livres Hebdo).

«Mamíferos es un réquiem sublime, un homenaje a los corazones en desorden, a la depresión nerviosa, a los pobres diablos con mal de amores, a los habituales de los bistrots, a los insomnes, al otro lado del mundo, a los cirróticos en potencia. En resumen, Mamíferos es un libro destinado a las personas sensibles» (Nicolas Rey, Figaro Magazine).

«Después de Blondin, nunca el desengaño etílico había sido tan bien llevado, ni el autorretrato de un fracasado, más acertado, ni el monólogo de un veleidoso, así de ajustado» (Jérôme Garcin, Le Nouvel Observateur).

«Pierre Mérot no necesita referencias: estos Mamíferos son un tesoro de humor, de desesperanza lúcida, de autoescarnio jubiloso; su pluma afilada transforma las situaciones más sórdidas -que son esencias de experiencias del autor- en pequeñas joyas literarias» (Marianne Payot, L'Express).