ISBN | 978-84-339-0630-4 |
EAN | 9788433906304 |
PVP CON IVA | 8.40 € |
NÚM. DE PÁGINAS | 190 |
COLECCIÓN | Panorama de narrativas |
CÓDIGO | PN 280 |
TRADUCCIÓN | Carlos Manzano |
PUBLICACIÓN | 01/03/1993 |
Mi amigo Pierrot
COLECCIÓN:Panorama de narrativas
En el límite entre París y sus suburbios está el parque de atracciones Uni-Park, que limita con una capilla donde se guardan los restos de un príncipe poldavo: espacio queniano típico, cruce entre lo real y lo simbólico, lo urbano y lo rural, donde el lugar de diversión y el de meditación se enfrentan y acaban por confundirse. Pradonet, el dueño del parque, quiere comprar el terreno a Mounnezerques, el cuidador de la capilla, pero éste se niega. Pradonet, además,
tiene una amante, Léonie Prouillet, que aún no ha enterrado su amor juvenil por el tenor Jojo Mouilleminche: pasión reavivada por la llegada al Uni-Park del faquir Croula Bey, hermano de Jojo, quien da a Léonie la triste noticia de que éste ha muerto. No menos agitada está Yvonne, la hija de Pradonet, que no sabe negarse a la solicitud de los hombres y que seduce también a Pierrot, empleado en el Palacio de la Carcajada y después encargado de transportar unos animales para el circo Mamar. Durante el viaje con los animales, Pierrot irá tejiendo una trama cuya incógnita, más que desvelarse, se desplaza: el faquir y el tenor resultan ser la misma persona (felizmente para Léonie, que ha reencontrado a su gran amor), en una circulación de identidades que incluyen al príncipe poldavo y al dueño de los animales. El mismo parque de atracciones no escapa al juego de las máscaras y las transformaciones, ni tampoco Pierrot quedará libre, hasta el final, de sorpresas y engaños.
Pierrot, doble de Queneau: ambos trabajan en el espacio de la diversión, que es también el de la verdad (siempre en fuga), el de las ilusiones, el de las máscaras debajo de las máscaras.
«Ejercicio de estilo», también, sobre la novela policíaca, en la cual la sospecha incide en el funcionamiento mismo del mecanismo literario: «Escribiendo Mi amigo Pierrot», decía el propio Queneau, «el autor ha pensado que, evidentemente, la novela ideal devdetectives (en la que el lector debe volverse malicioso) será aquella en la cual no sólo se ignora quién es el criminal, sino incluso si hubo crimen y quién es el detective».
Jean-Marie Cattoné, en su libro sobre Queneau, escribió: «Pierrot no es sólo una parábola hegeliana, en cuanto que puede leerse como una metáfora de la desaparición del hombre como ser histórico. Es la primera gran novela de Raymond Queneau posterior a Le Chiendent. Pierrot es el prototipo del héroe queniano, al punto que podemos ver en él un retrato del autor y una alegoría de su filosofía propia».
ISBN | 978-84-339-0630-4 |
EAN | 9788433906304 |
PVP CON IVA | 8.40 € |
NÚM. DE PÁGINAS | 190 |
COLECCIÓN | Panorama de narrativas |
CÓDIGO | PN 280 |
TRADUCCIÓN | Carlos Manzano |
PUBLICACIÓN | 01/03/1993 |
Raymond Queneau (1903-1976) nació en Le Havre. Pronto se manifestaron en él sus dos grandes pasiones: la matemática y la poesía (una paródica combinación de ambas serán sus célebres Ejercicios de estilo). En 1920 llegó a París, donde se unió al naciente movimiento surrealista. Luego rompió con Breton y dirigió, junto a Boris Vian y Alfred Jarry, el «Colegio de Patafísica». Simultáneamente era discípulo, junto a figuras como Lacan, Merlau-Ponty y Georges Bataille, del hegeliano Kojève. A partir de 1956 dirigió la Encyclopédie de la Pléiade. En los años sesenta fundó, junto a ltalo Calvino y Georges Perec, el Oulipo («Taller de literatura potencial»). Fue una figura insustituible y uno de los principales animadores de la vida cultural francesa de las últimas décadas del siglo XX.
La copiosa literatura de Queneau aúna la admiración por los clásicos con la acidez de un humor que conmueve los cimientos más profundos de las convenciones literarias: su conjunción de irreverencia y gran arte, su clarividencia para hacer un sistema poético de lo arbitrario y lo fugaz, constituyen una de las escasas respuestas perdurables a la pregunta de cómo no resignarse a la mera repetición después de Proust y de Joyce.
Foto © Marc Foucault