30/03/2023
Empieza a leer 'Algún día seré recuerdo' de Marcos Giralt Torrente
ISLA DE MEMORIA
En febrero de 1983 el escritor José Bergamín me contó que durante su infancia había visto en el Parque del Retiro de Madrid, ciudad donde había nacido en 1895, unos indígenas enjaulados – tal vez indios amazónicos– que eran la principal atracción de una exposición sobre las antiguas colonias americanas. Creo que el relato de Bergamín incluía también la noticia de que, terminada la exposición, los indígenas no habían sido devueltos a su lugar de origen, sino que se habían quedado varados en Madrid, protegidos por alguien que les procuró comida y vestido y trató de adiestrarlos en las costumbres de la metrópoli, pero de esta parte, como de la triste suerte que corrieron luego, no estoy ya seguro. Mi recuerdo es el recuerdo de un recuerdo recordado, la distorsión de una distorsión, una isla de memoria ajena que he hecho mía por la impresión que me causó. Es seguro que olvido detalles y que he adulterado otros. Las razones por las que se fijó en mi memoria – el trato animal dispensado a seres humanos, la empatía hacia quienes habían sido usurpados sin remisión de su arcana inocencia primitiva– no son las mismas, en cambio, por las que perdura treinta y dos años después. Crecer es ser instruido en iniquidades que nos restan la capacidad de asombro. Entonces tenía quince años y ahora tengo cuarenta y siete. Bergamín era un anciano de ochenta y siete al que apenas le quedaban seis meses de vida. Si consiguiera vivir tanto como él, significaría que en estos momentos aún me quedarían cuarenta años. Cuarenta años es suficiente. Mi hijo, que está a punto de cumplir seis, tendría casi mi edad de ahora. Yo perdí a mi padre a los treinta y nueve, pero mi padre solo tenía sesenta y seis. En treinta y nueve años le dio tiempo a llevarme a algunas exposiciones. La primera fue (acabo de darme cuenta) la Casa de Fieras del Parque del Retiro; la segunda, una feria de arte moderno en Pamplona. ¿Quién llevó a Bergamín al Retiro la tarde en que sus ojos infantiles contemplaron con asombro unos seres traídos de otro mundo? ¿Fue su encierro lo que le impresionó o fueron más bien las plumas de sus adornos, su piel rojiza y su mirada? Los niños hoy tienen las retinas tan cargadas de imágenes que casi nada les impresiona. Leibniz no había visto un oso polar ni un indio del Amazonas ni un volcán en erupción. ¿Cuántos años tenía Bergamín? He tratado de averiguar la fecha de la exposición y en qué consistió, pero tras una búsqueda somera en internet no he hallado ninguna referencia. Sí la he encontrado de un zoo humano celebrado en el Retiro en 1887, ocho años antes de que él naciera, para el que se trajeron cuarenta y tres indígenas filipinos a los que recibió la reina regente en el Palacio Real. ¿Era el recuerdo de Bergamín un recuerdo contaminado? ¿Lo entendí mal? De ser cierto tuvo que suceder alrededor de 1900, cuando Bergamín contaba cinco años, no pudo ser ni mucho antes ni mucho después. Tal vez los indios eran falsos y sus plumas y su encierro una ficción. Han pasado ciento quince años.
Ciento quince años antes, en 1785, Jean-Pierre Blanchard y John Jeffries cruzaron por primera vez en globo el Canal de la Mancha.
Catálogo de la exposición Casa Leibniz,
Palacio de Santa Bárbara, Madrid, 2016
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