20/10/2022
Empieza a leer 'Alma, nostalgia, armonía y otros relatos sobre las palabras' de Soledad Puértolas y Elena Cianca
Introducción
¿Qué queremos decir cuando hablamos? Utilizamos las palabras que hemos ido aprendiendo a lo largo de la vida, las combinamos siguiendo las normas que hemos ido haciendo nuestras, y tratamos de expresar en ellas todas aquellas cosas que dan vueltas en nuestro interior y que no se conforman con quedarse ahí. Quieren salir fuera, expresarse. Fue algo que hicimos desde el mismo momento en que empezamos a hablar y que seguimos haciendo día a día. Las palabras estaban en el aire salidas de las bocas de los otros. Conformaban un fantástico medio de comunicación.
Superada ya la remota etapa de la infancia, aún tenemos dificultades para comunicarnos con los otros, para expresar adecuadamente cuanto quisiéramos decir. Hablar, según nos dice el diccionario de la RAE, significa «emitir palabras». Decir se define como «manifestar con palabras el pensamiento». Se puede dar otro paso: escribir. En su primera acepción, se define así: «Representar las palabras o las ideas con letras otros signos trazados en papel u otra superficie.»
En los tres casos, las palabras son las protagonistas. Las palabras se emiten –hablar–, manifiestan el pensamiento –decir– y son representadas mediante letras u otros signos en un papel u otra superficie –escribir–. La forma en que hacemos uso de las palabras es distinta en cada caso. En el primero, es el hecho en sí del habla lo que centra nuestro interés. En el segundo, nuestra atención se fija en el sentido de las palabras emitidas, en lo que las palabras quieren transmitir, el mensaje. En el tercer caso, la reflexión anterior a la emisión de las palabras, a la expresión, se amplía en muy diferentes grados y en función de muy diferentes objetivos. No es lo mismo escribir un comunicado oficial que una carta de amor o de pésame, un ensayo, un relato de misterio o un poema.
El hablante, el conferenciante, el escribidor, el novelista, el poeta: todos dejan su huella en el lenguaje. Los textos se convierten en modelos de lengua y absorben a su vez los usos de la lengua oral. El primer diccionario de la lengua castellana, el Diccionario de autoridades (1726-1739), se apoya en textos literarios, filosóficos, jurídicos, científicos y religiosos para ilustrar las definiciones de las palabras. ¿Y de dónde salieron estos sentidos de las palabras? Del uso de los hablantes, del uso de anteriores escribientes y escritores. Así es como se forma una lengua. Del continuo proceso de aprendizaje y de cambio, de la constante interacción entre el lenguaje escrito y el lenguaje oral.
Estas consideraciones y otras parecidas fueron objeto de muchas conversaciones entre Elena Cianca, lexicógrafa de la RAE, y yo, y decidimos ir poniéndolas por escrito, en la idea de compartir con otras personas nuestro interés por las palabras. Nuestro propósito ha sido escribir un ensayo que pueda ser leído con facilidad, con gusto, por un público amplio y heterogéneo. Creemos que la lengua interesa a todos sus usuarios, casi sin excepción. A todos ellos, les invitamos a hacer este recorrido.
El paradigma de ensayo, para mí, y para muchos otros, son los Ensayos de Montaigne, que tratan de todo, unas veces más despacio y otras más deprisa. Lo que Elena Cianca y yo teníamos in mente era hablar de las palabras con la mayor naturalidad posible. Aunque el modelo de Montaigne no pueda ser aplicado en toda circunstancia, su espíritu, queremos pensar, está presente en cuanto aquí ofrecemos.
Abordaremos las palabras tal como las han ido definiendo los diccionarios a través de los siglos y consultaremos los textos –fundamentalmente, textos literarios– para ver el uso que los autores de cada época han hecho de ellas. La consulta de los diccionarios nos ha mostrado de forma palpable la evolución que experimentan las palabras a lo largo del tiempo. Los textos literarios que hemos traído aquí nos han proporcionado valiosos ejemplos de los usos de las palabras. De la mano de ellas se ha ido configurando una especie de historia de nuestra lengua y nuestra literatura. La relación del ser humano con el lenguaje resulta apasionante. Avanzamos en la vida a través de él. En ocasiones, somos lo que hablamos. En otras, lo que callamos. En algunas, lo que pensamos y no decimos.
La redacción final de este ensayo ha sido realizada durante el largo confinamiento impuesto por la pandemia del coronavirus. Fue en esas circunstancias cuando decidimos abordar el desconfinamiento de nuestro ensayo, que ya llevaba mucho tiempo en nuestras vidas. Estoy segura de que a muchas personas les pasó, en el transcurso de esos meses, algo de lo que me pasó a mí. Valoré, más que nunca, la libertad de pensamiento, el único territorio por el que podía transitar sin temor a contraer la enfermedad vírica y sin temor a ser mirada con desconfianza por los otros. La libertad estaba dentro de casa. Estaba dentro de mí.
El ensayo consta de dos partes. En la primera, de la que asumo toda la responsabilidad, he intentado hacer un recorrido por una serie de palabras, considerando, como dije, las definiciones de los diccionarios y los usos que se les han dado en nuestra literatura. Un cangrejo, personaje de un cuento infantil ilustrado del que no recuerdo ni el título ni el autor, fue el punto de partida. Personaje nos llevó a persona, persona a salud, salud a enfermedad… Acabamos en humanidad, equilibrio y armonía, pasando por curiosidad, normalidad, melancolía, nostalgia, memoria, recuerdo, identidad, imaginación, fantasía, casualidad, destino, misterio…
Como es práctica habitual de cuentistas y fabuladores, en mi condición de escritora de ficción, me he concedido muchas licencias. Al bucear en la historia de estas palabras, me he adentrado en textos medievales cuyo significado resulta enmarañado para los no expertos, por lo que me he permitido realizar mis propias traducciones. He intentado verter al español actual, con la mayor fidelidad posible, el lenguaje de los siglos pasados. Me excuso, de antemano, por los posibles errores y le pido al lector que, en el caso de que descubra alguno, me lo haga saber o lo pase por alto o me lo perdone.
A lo largo de estas páginas, los capítulos de los manuales de literatura española que estudié en mi etapa escolar han sido rememorados y considerados de forma completamente nueva. Aunque aquellos manuales se basaban en las mismas obras literarias que estábamos consultando para el ensayo, todo resultaba muy distinto. Las palabras en las que nos hemos ido deteniendo han trazado su propio itinerario por los siglos y por las grandes corrientes literarias. Cada época tiene sus palabras favoritas, de las que dan fe los autores más destacados, que a la vez aportan sus propios enfoques y estilos.
Desde el corazón de La Rioja y desde el oscuro y remoto siglo xiii, la voz de Gonzalo de Berceo, cargada de fervor monástico, y con extraordinarias pinceladas de vida terrenal, llega hasta nosotros y nos transmite las inquietudes y valores de su tiempo y, al cabo, se une a las voces de nuestros escritores contemporáneos, de un Gabriel García Márquez, por ejemplo, que en el pasado siglo xx asombró al mundo con su visión mágica de la historia reciente de Colombia. La lengua española se ha ido enriqueciendo, en respuesta a las necesidades de la época, y ha incorporado nuevas palabras y nuevos giros, manteniendo siempre su vocación de ser instrumento de unidad y de mutuo entendimiento. Y dando fe, también, de su capacidad de expresar los anhelos de belleza que anidan en los corazones humanos. Esta forma de considerar las obras literarias ha supuesto un gran hallazgo para mí. Espero que lo sea para los lectores de este libro.
Las citas recogidas en este ensayo han ido trazando un mapa cada vez más amplio. Desde que se publican las primeras Crónicas de Indias, la producción literaria en español no hace sino aumentar. La riquísima producción de los escritores latinoamericanos resulta casi desbordante. Los hispanohablantes hemos sido testigos de la enorme influencia y prestigio que, de la mano de estos grandes autores, tiene en la actualidad nuestra lengua.
Siempre que aparece por primera vez el nombre de un autor, he incluido el lugar y la fecha de su nacimiento y de su muerte. Estos datos son de gran importancia. Dicen mucho de la época y de los lugares que conocieron los autores. Ayudan a los lectores a situar física, geográficamente, con todo lo que ello comporta, a esas personas de carne y hueso cuyas obras han llegado hasta nosotros y que dan testimonio de las vicisitudes de su época y de las eternas inquietudes de los seres humanos. Por la misma razón, en el caso de los autores más relevantes, se han destacado algunos de los hechos de sus vidas.
La segunda parte del libro la constituyen las notas. De esta parte se ha encargado Elena Cianca. El lector interesado encontrará en ellas asuntos, informaciones y comentarios que pedía el texto que figura en primer lugar y que merecían ser abordados desde una perspectiva meramente lingüística.
El objetivo de conseguir la máxima claridad nos ha llevado a utilizar una grafía y un léxico actuales en las citas del Diccionario de autoridades y de los diccionarios coetáneos. Dado que la mayor parte de la documentación proviene de los corpus académicos, que son fácilmente localizables, solo en muy pocos casos damos la referencia completa de las citas.
Insistiremos, finalmente, en el carácter informal de este ensayo. Las palabras se llaman unas a otras. Nosotros, sus usuarios, eternos aprendices de la lengua y de la vida, las llamamos también, las convocamos, las lanzamos al aire, las dejamos marchar, sin saber si llegarán a perderse o alcanzarán objetivos imprevistos.
S. P.
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