10/06/2022
Empieza a leer 'Ecotopía' de Alexis Racionero Ragué
PREÁMBULO
El mundo parece ir al desastre, pero esto no es una distopía sino un breve alegato en defensa de la Tierra. La ecología lleva décadas enseñándonos a reciclar y ser sostenibles, pero, llegados al siglo XXI, precisamos algo más.
La naturaleza es sabia y si escuchamos su latido podremos salir adelante. Hay que conectar profundamente con la sabiduría de la Tierra para establecer una nueva relación con ella, más mística. No basta con detener la explotación que llevamos practicando desde la revolución industrial o buscar soluciones al calentamiento global. Debemos venerar, honrar y vivir en sintonía con la naturaleza.
Es tiempo de implementar nuevos valores que amplíen la ecología hasta el campo de la ecosofía.
Escuchar la pulsación de la Tierra transforma nuestro estado de ánimo. Hemos descubierto que salir a pasear por el bosque sana o que los paisajes remotos nos conmueven.
La profundidad del silencio en el desierto o el Ártico...
El rumor de las olas en el gran océano...
El viento que mece la penumbra antes de la noche...
Las cumbres solitarias de las montañas vuelven a ser la morada de los dioses...
Poco a poco, hemos ido saciando nuestra ansia de coronar y conquistar, de dominar e imponer desde un antropocentrismo desbocado que nos ha guiado durante siglos.
El ser humano siempre tuvo una relación cercana con la naturaleza hasta que se obstinó en gobernarla. El sueño de la razón produce monstruos. Moloch, aquel que vino a aniquilar a las mejores mentes de una generación, es hoy un demonio de hormigón. Nuestro aullido es por el dolor de la Tierra. Sus heridas supuran mientras la empatía con la madre Gaia llega a nuestra renovada conciencia. Quienes deseen seguir colonizando pueden ir a Marte, pero otros no abandonaremos el planeta que nos vio nacer.
Algunos buscan fuera lo que tenemos dentro. Lo sabio es comprender nuestro entorno, el suelo que pisamos. el genius loci, lo que nos dice la Tierra que habitamos, la cultura de proximidad ... Cuántas veces nos perdemos en el velo de Maya, esa falsa realidad construida desde la prepotencia y la arrogancia. ¡Qué lejos quedan las palabras del gran jefe indio, recordándole al presidente de Estados Unidos que ellos no iban a vender su Tierra!
¿Quién puede comprar o vender el Cielo o el calor de La Tierra?
Mis palabras son como las estrellas, nunca se extinguen. Cada parte de esta Tierra es sagrada para mi pueblo, cada brillante aguja de un abeto, cada playa de arena, cada niebla en el oscuro bosque, cada claro en el bosque, cada insecto que zumba es sagrado para el pensar y sentir de mi pueblo. La savia que sube por los árboles trae el recuerdo del Piel Roja.
Los muertos de los blancos olvidan la Tierra en que nacieron cuando desaparecen para vagar por las estrellas. Nuestros muertos nunca olvidan esta maravillosa Tierra, pues es la madre del Piel Roja. Nosotros somos parte de la Tierra. y ella es una parte de nosotros.[1]
Lo decía también el sabio cazador de la taiga Dersú Uzalá: «El fuego y el agua son gente, el sol es gente importante y la luna también lo es.» Si no creemos en un mundo mejor donde la Tierra y el ser humano se encuentren en perfecta armonía, el futuro vendrá trazado por las desiertas autopistas de Mad Max o el desierto de lo real de Matrix.
Está en nuestras manos reconducir la situación y dibujar una nueva cartografía de la Tierra, bajo una relación igualitaria, no dominante como hasta ahora.
Se lo debemos a las generaciones que nos suceden y a la persona que mora en el interior de cada ser humano, más allá de la neurosis contemporánea.
Entre todos podemos salvar la Tierra. Las claves están en nosotros y en el legado de quienes desde la Antigüedad y su sabiduría perenne velaron por la naturaleza. Ese Uno trascendente del que procedemos, el útero universal que nos dio la vida como seres vivos. Chamanes y pueblos animistas, poetas y pintores románticos, sabios taoístas, bohemios, hippies o utópicos socialistas ... Todos velaron por la Tierra y la honraron de una manera u otra.
Es tiempo de regresar, como decía Rousseau, al origen, no tanto como buenos salvajes sino como modernos ecotopianos. Gentes doctas en ecosofía y los saberes de la Tierra. Los humanos somos naturalmente libres, pero la sociedad nos encadena y atenaza.
Alan Watts, uno de los gurús de la contracultura hippie, decía en uno de sus primeros libros (The Legacy of Asia and Western Man, 1937) que no es cuestión de retornar a la condición primitiva, ni de identificarse con ella. No se trata de regresar a la naturaleza o llevar una vida sencilla renunciando a todo, sino de integrar civilización y ecología. Los beneficios de la vida moderna no deben ser abandonados en favor del retorno a la Tierra. Podemos complementar los desajustes de la sociedad establecida. No es preciso el exterminio de la máquina y la industrialización, ni sumergirnos en nuestra condición animal, totalmente liberada del subconsciente o de la mente racional. Lo esencial es relacionar la civilización avanzada con la naturaleza, no la sustitución de una por otra. Las nuevas tecnologías son, sin duda, un gran aliado para vivir en el campo.
Resulta fundamental hallar los puntos de encuentro entre la inteligencia humana y lo natural, no desde el clásico antropocentrismo, sino desde ese lugar en el que el hombre comprende que el universo está en su interior. Cuando los árboles exhalan, nosotros inhalamos, y viceversa. El planeta es un organismo vivo completo, holístico e integral. Entre todos formamos un ente global. El hombre no puede ser el centro del mundo ni el agente dominador. Queremos controlar, pero la naturaleza es un misterio que no alcanzamos a comprender. Si la escucharnos, la empezaremos a conocer.
Cuando Ernest Callenbach escribió su Ecotopía en 1975, lo hizo imbuido por los aires contraculturales del movimiento hippie. Allí tal vez tiene su origen la moderna conciencia ecológica. En su fábula de política-ficción, un periodista llamado William Weston va a pasar mes y medio en un territorio que vive en armonía con la naturaleza.
Los estados de California del norte, Oregón y Washington se han escindido del resto de los Estados Unidos para crear Ecotopía, una nación libre, ajena a las poderosas industrias armamentistas y del entretenimiento. Sus habitantes viven una nueva vida en silenciosas ciudades construidas en adobe, piedra o madera curada. Un lugar en el que no se talan zonas completas de árboles y en el que se interrumpe la explotación de la Tierra. Los ecotopianos cumplen un servicio forestal y son gente calmada que adora los bosques. Su sociedad ha reformulado las formas de trabajo, la condición de la mujer, la igualdad de clases, la educación, los medios de comunicación o una economía que se basa en el trueque.
Hoy podemos inspirarnos en las ideas utópicas descritas por Callenbach y rescatar el concepto de ecotopía para trazar nuevos rumbos. Al menos, esta es la pretensión de este breve ensayo que cree en la sabiduría de la Tierra.
En los orígenes estábamos en completa unión con el universo, pero en algún punto de la evolución nos desvinculamos hasta perdernos. De alguna forma, es como si tuviéramos que desandar el camino para volver a vivir en sintonía con la naturaleza.
Conecta, sintoniza y déjate ir.
Aquí empieza este recorrido por una Ecotopía reimaginada.
[1] Gran Jefe de Seattle, Nosotros somos un aparte de la Tierra, José J. de Olañeta, Palma de Mallorca, 1995, traducción de Carmen Bravo-Villasante.
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