25/05/2023
Empieza a leer 'El emisario' de Yoko Tawada

 

Mumei, que todavía llevaba puesto el pijama de seda azul, estaba sentado directamente en el tatami. Parecía una cría de pájaro, quizá porque su cabeza era enorme en comparación con su cuello largo y fino. Tenía el pelo totalmente pegado al cuero cabelludo por el sudor, como si fueran hilos de seda. Movió la cabeza entrecerrando los ojos, como buscando algo en el cielo, a la vez que intentaba atrapar en los tímpanos el sonido de las pisadas sobre el camino de grava del exterior. Los pasos, cada vez más sonoros, se detuvieron de repente. La puerta corredera se abrió traqueteante como un tren de mercancías. Mumei abrió los ojos y el sol matutino, amarillo como un diente de león fundido, se coló en la habitación. Echó los hombros hacia atrás con fuerza, hinchó el pecho y estiró los brazos como un pájaro que extiende las alas.

Yoshiro entró jadeante y sonriendo, con las arrugas de la comisura de los ojos muy marcadas. Hizo ademán de quitarse los zapatos y, al levantar un pie y bajar la mirada, varias gotas de sudor le corrieron por el rostro.

Todas las mañanas, Yoshiro cogía un cachorro de la tienda de alquiler de perros que había en la esquina y juntos corrían media hora por la orilla del río. Cuando el caudal era escaso, el río parecía una cinta plateada que serpenteaba hasta un lugar distante e insospechado. Antaño, a correr así sin ningún objetivo lo llamaban hacer jogging, pero, de un tiempo a esta parte, las palabras extranjeras habían caído en desuso y a tal actividad se la había empezado a llamar «correr a lo novia a la fuga». Se había empezado a decir así a modo de broma porque, al correr, la presión arterial baja como si hubiera una fuga en el corazón y, rápidamente, esa expresión que se puso de moda quedó como un término establecido. Lo cierto es que la generación de Mumei jamás habría relacionado esa palabra con algo que tuviera que ver con un asunto amoroso.

Aunque las palabras extranjeras ya no se usaran, en la tienda de alquiler de perros todavía había muchos carteles colgados con palabras en katakana.1 La primera vez que Yoshiro corrió «a lo novia a la fuga» pensó que no sería un corredor veloz y que, a poder ser, prefería coger un perro de tamaño pequeño. Así que alquiló un Yorkshire terrier, pero, para su sorpresa, el animal resultó ser muy rápido. Yoshiro corría, tambaleándose y casi sin aliento, tirado por el perro, mientras este volvía la cabeza de vez en cuando a la vez que levantaba el hocico con actitud impertinente y cara triunfante como preguntándole «¿Qué tal?». A la mañana siguiente, lo cambió por un perro salchicha, pero resultó que el perro era un holgazán al que, tras haber recorrido unos doscientos metros, de repente se le habían pasado las ganas de correr y Yoshiro tuvo que regresar arrastrando al cachorro con la correa hasta la mismísima tienda de alquiler de perros, porque este se resistía a levantar el culo del suelo.

–No sabía que hubiera perros a los que no les gusta pasear – dijo quejándose educadamente cuando lo devolvió.

–¿Cómo dice? ¿Pasear? ¡Aaah, pasear! ¡Ja, ja, ja! – le respondió el hombre de la tienda haciéndose el tonto y riéndose, con aires de superioridad, de un anciano que utilizaba palabras en desuso como «pasear».

El tiempo de vida de las palabras era cada vez más corto: pero no eran únicamente las palabras de origen extranjero las que desaparecían. Había palabras que dejaban de usarse porque se tildaban de pasadas de moda y, de hecho, algunas se quedaban sin términos que las sustituyeran.

La semana anterior, Yoshiro había alquilado un pastor alemán, pero, al contrario que el perro salchicha, este estaba demasiado bien entrenado y lo hizo sentir inferior. Al principio, se puso a correr con todas sus fuerzas, pero a medio camino se quedó exhausto y acabó arrastrando los pies, intentando no desfallecer, mientras que el perro, fuera cual fuera el ritmo de Yoshiro, estuvo todo el rato corriendo a su lado. Cada vez que miraba el rostro del perro, este le devolvía la mirada con el rabillo del ojo como diciéndole «¿Cómo vas? Fenomenal, ¿no?». Molesto por esa actitud de estudiante de matrícula de honor, Yoshiro decidió no volver a alquilar un pastor alemán nunca más.

Así pues, aunque Yoshiro todavía no hubiera encontrado a su perro ideal le preguntaban qué tipo de perro prefería, en realidad sentía una especie de satisfacción secreta difícil de explicar.

 

  1. En Japón conviven tres tipos de escritura: el kanji, caracteres que tienen su origen en el chino antiguo; el hiragana, silabario para escribir palabras de origen japonés, y el katakana, silabario para escribir palabras de origen extranjero. (Todas las notas son de la traductora.)  

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Traducción de Marta Morros

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El emisario

 

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