19/05/2022
Empieza a leer 'El espacio de la imaginación' de Ian McEwan

 

Empezaré por un lugar: un apartamento en París, en el barrio de Montparnasse, y una fecha: el 23 de diciembre de 1936, y la chaqueta de pana que un escritor le regala a otro, y que, desde el punto de vista del receptor, podría haber tenido algunos rastros de grasa de ballena adheridos a las solapas. El generoso donante fue el escritor estadounidense Henry Miller. Pensó que su visitante, George Orwell, de camino a España para luchar en la Guerra Civil, podría aprovechar su calor durante el invierno español, aunque señaló que no era a prueba de balas. El presente, dijo Miller, fue su contribución a la causa antifascista.

El encuentro entre los dos hombres (el estadounidense tenía cuarenta y cinco años, el inglés treinta y tres) venía allanado de antemano por la crítica positiva de Orwell a la novela de Miller Trópico de Cáncer, seguida de un intercambio de cartas amistoso. El encuentro nos ofrece un tableau vivant y el origen del núcleo del ensayo de Orwell «En el vientre de la ballena», publicado en forma de libro poco más de tres años después, en 1940, por Gollancz. A pesar de una considerable admiración mutua, estos dos escritores tenían mucho sobre lo que discrepar. Henry Miller era un autoexiliado, contumazmente bohemio, pesimista cultural, hedonista, con una sexualidad incansable, o cansina, como señalarían las feministas de la segunda ola durante los años setenta. Sentía un profundo desprecio por la política y por cualquier tipo de activismo. Como escritor, estaba, según la definición de Orwell, «en el vientre de la ballena». Las opiniones políticas de Miller eran ingenuas, egoístas e inconsecuentes. En una carta a Lawrence Durrell escribió que estaba convencido de que podría evitar el surgimiento del nazismo y la amenaza de la guerra solo con que le dejaran pasar cinco minutos a solas con Adolf Hitler y pudiera hacerlo reír.

Nuestra fuente para saber cómo vio Miller ese encuentro es el escritor austríaco-británico Alfred Perlès, amigo suyo de toda la vida, cuyos recuerdos sobre Miller se publicaron en 1955. El breve relato de Orwell proviene de «En el vientre de la ballena». Estética y políticamente, los dos hombres estaban bastante alejados. En ese momento, por supuesto, Orwell se encontraba fuera de la ballena: profundamente comprometido con la causa antifascista y con la injusticia social en su propio país. Orwell recordaba: «Se limitó a decirme, en términos contundentes, que ir a España en ese momento era una idiotez (...), que mis ideas sobre combatir el fascismo, defender la democracia, etc., etc., eran todas sandeces.» Miller no dedicó mucho tiempo a disuadir a Orwell de que fuera a España. Miller creía que la civilización moderna estaba condenada y le importaba un bledo. Según los recuerdos de Perlès, Orwell le dijo a Miller que se sentía culpable por haber trabajado durante años en la Policía Imperial Británica de Birmania. Miller creía que su visitante ya había hecho lo suficiente para expiar su culpa con la vida de vagabundo que había llevado y habiendo escrito El camino de Wigan Pier. Orwell dijo que la lucha de España era vital para los derechos humanos, y que no podía quedarse al margen. La libertad y la democracia protegían la libertad del artista; de manera implícita, también la de Miller. Según Perlès, Orwell insistió en que «cuando están en juego los derechos y la existencia misma de todo un pueblo, no se puede pensar en evitar el propio sacrificio. Expresó sus convicciones con tanta seriedad y humildad que Miller desistió de seguir discutiendo y de inmediato le dio su bendición». Posteriormente, en algún momento le ofreció la chaqueta, mucho más práctica, pensó, que el elegante traje azul que Orwell llevaba puesto en ese momento.

Parece que los escritores se despidieron cordialmente. En su ensayo «En el vientre de la ballena», Orwell continuaría defendiendo la libertad estética de Miller a la hora de rechazar el compromiso político. Y Miller, por su parte, al menos según Perlès, le habría regalado la chaqueta aunque Orwell hubiera ido a España a luchar por la causa fascista.

He mirado atentamente varias fotos de Orwell entre los reclutas, junto a los barracones de Barcelona, o en el frente de Aragón ese invierno, pero no he visto ninguna chaqueta de pana caliente y no a prueba de balas. Sabemos por Homenaje a Cataluña que esa noche, en el tren, Orwell llevaba su elegante traje azul. Mientras se acercaba a la frontera, al día siguiente, un compañero de viaje le aconsejó que se quitara el cuello y la corbata, no fuera a ser que los guardias fronterizos anarquistas pensaran que parecía demasiado burgués y le hicieran dar media vuelta. Es posible que la noche anterior la chaqueta de Miller encontrara un hogar sobre los hombros de algún vagabundo, o que Orwell la arrojara a algún cubo de basura de Montparnasse. Esa era la libertad inalienable del escritor, podría haber dicho.

Estas diferencias entre Miller y Orwell representan el norte y el sur, el eje de orientación que afrontan los escritores, tanto en nuestra época turbulenta como en 1936, o, más especialmente, en 1940. Es un eje a lo largo del cual los escritores pueden avanzar y retroceder según sus necesidades durante su vida profesional. No hay manera de evitarlo, o, mejor dicho, evitarlo es precisamente la libertad que Orwell quiso conceder en su ensayo. Dado que es uno de los escritores más políticamente comprometidos de nuestra época, «En el vientre de la ballena» es un regalo, otro más, de generosidad literaria. Ese es el núcleo de su ensayo. Eso es lo que le otorga su curioso título, que le llegó vía Miller, Anaïs Nin y Goya a través de Aldous Huxley. «Ahí estás», escribió Orwell, «en un espacio oscuro y acolchado que se adapta exactamente a ti, tras una capa de varios metros de grasa que te protege de la realidad, capaz de mantener una actitud de completa indiferencia, pase lo que pase. Una tormenta que hundiera todos los acorazados del mundo apenas te llegaría como un eco (...). A menos que estés muerto, esta es la etapa suprema de la irresponsabilidad (...). Miller está en el vientre de la ballena (...), no siente ningún impulso de alterar o controlar el proceso que experimenta...»

 

 

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Traducción de Damián Alou.

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El espacio de la imaginación

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