02/09/2024
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PREFACIO: EN EL ESCENARIO
El autor muestra sus enseres
UN ARTE
«El mundo es un escenario», hace declarar Shakespeare al «melancólico Jaques»en Como gustéis. No es una idea original. La idea de que la vida es un teatro se remonta a la antigüedad, cuando el poeta romano Juvenal declaró que «toda Grecia es un escenario y todos los griegos son actores», y más adelante al sociólogo norteamericano Erving Goffman, que creía que la «vida social es un mosaico de actuaciones». Pero el pensamiento en cuestión oculta más de lo que revela.
Cuando empecé a escribir este ensayo sobre la sociedad y las artes escénicas, un grupo de demagogos había llegado a dominar la escena pública. Donald Trump, en Estados Unidos, y Boris Johnson, en Reino Unido, son consumados intérpretes. Las actuaciones malignas de este tipo se inspiran, eso sí, en las mismas fuentes que otras formas de expresión. Las marcas, la iluminación y el vestuario son recursos no verbales que se utilizan en todo tipo de representaciones, al igual que la cadencia de las palabras y los sonidos, y el movimiento expresivo de brazos y pies.
Físicamente, la performance constituye un arte: un arte impuro. No deberíamos intentar enderezar la madera torcida mediante la vinculación de las actuaciones a los valores sociales correctos. Tal fue la idea de Rousseau en su texto sobre el teatro en la Carta a D’Alembert de mediados del siglo xviii, y es lo que siempre han hecho los regímenes autoritarios. La pureza en nombre de la virtud es intrínsecamente represiva. Deberíamos desear comprender el arte en toda su impura plenitud. Pero, del mismo modo, deberíamos querer hacer un arte que fuera ético, sin sucumbir a la represión. Un dios antiguo sugiere cómo podría hacerse esto.
PRESIDE JANO
Cuando a alguien se le dice que tiene cara de Jano quiere decir que no es honrado; que la cara que presenta al mundo no es la de la persona que es en realidad. Los romanos no pensaban lo mismo de Jano. Era el dios de las transiciones, de los pasajes, de las posibilidades. El primer día de enero lleva su nombre porque en él se cruza un umbral temporal. Antiguamente se colocaban placas con el rostro de Jano sobre los dinteles de puertas y portales a fin de marcar el paso de la calle al interior de la casa.
Todos los ritos romanos comenzaban con una plegaria a Jano, en la esperanza de que el futuro fuera propicio. Pero no era un dios tranquilizador. Como dios de las transiciones y transformaciones, inauguraba el viaje en el tiempo y el espacio, pero dejaba abierto el destino. Así, los primeros teólogos cristianos pensaban que Jano, a diferencia de Jesucristo, era un dios cruel, porque se negaba a responder a las plegarias de la gente, a decirle cómo iban a resultar las cosas. Lo único que hacía Jano era llamar la atención sobre la nueva página del calendario, sobre el dintel de la puerta. No obstante, tal indeterminación tiene su lado bueno.
El arte escénico realizado con el buen espíritu de Jano se centra en el proceso más que en un producto acabado y fijo. Con el tiempo las actuaciones mutan porque no existe una interpretación fija; el buen artista está siempre buscando formas de renovar una obra, de hacerla avanzar, de hacerla de manera diferente. Del mismo modo, un espectáculo abierto pide a los espectadores que participen en el progreso de la expresión en lugar de contemplar pasivamente el viaje de los intérpretes. Deberían participar como críticos, como jueces. Si el arte janusiano es abierto, no carece de forma. A medida que acumula experiencia, el artista aprende los puntos concretos en los que la expresión puede cambiarse y cómo.
No creo que practicar un arte abiertamente, bajo el signo de Jano, vaya a disolver el poder de las actuaciones manipuladoras y malignas. La expresión maligna es demasiado convincente en lo emocional. Pero la creación artística puede contraatacar ofreciendo un modelo de libertad en el que las pretensiones de verdad, de corrección, dejen de regir, y la expresión se convierta en exploración.
UNA FRASE INFAME
Nunca me he creído la célebre declaración de que «el pasado es un país extranjero». ¿Cómo habría sido ser un guerrero africano capturado, esclavizado y enviado a América en el siglo xvii? Por supuesto, no podemos entender todos los detalles de su experiencia, pero negar que podamos relacionarnos con él como ser humano es absurdo; a su vez, no somos tan especiales para que él no fuera capaz de encontrarnos sentido. Del mismo modo, es pura arrogancia creer que Platón, Maquiavelo o Kant no tienen nada relevante que decirnos porque vivieron –pobre gente– antes de la modernidad.
En todos mis escritos he procurado buscar vínculos que se expanden a través del tiempo y el espacio entre distintas gentes. Las diferencias que existen pueden revelar las posibilidades de vida o de expresión que han decaído o han sido estranguladas por el poder. El pasado critica el presente.
ESTE LIBRO
De ahí surge la historia que se cuenta en estas páginas. El «Libro 1» analiza los poderes inquietantes, ambiguos, peligrosos de la expresión escénica. El «Libro 2» examina dónde tienen lugar las representaciones y, más concretamente, la separación gradual de los escenarios de las calles. El «Libro 3» se centra en cómo, en un momento crucial de la historia, el artista da un paso adelante como persona singular. El «Libro 4» fija la mirada en el espectador, que hoy en día desempeña un papel eclipsado. El «Libro 5» explora cómo podría atenuarse de alguna manera la tristeza mediante formas más dignas de actuación. El «Libro 6» imagina cómo la interpretación podría elevar tanto la política como la vida cotidiana.
YO
Abordo la interpretación desde un punto de vista personal de privilegio, como intérprete. En mi juventud me formé para ser músico profesional, e interpretar música clásica de cámara; luego trabajé como artista sonoro para grupos de danza experimental. Una lesión en la mano y una posterior cirugía fallida acabó con el violonchelo, y perdí la ilusión por hacer arte sonoro. Así que cambié radicalmente, y me dediqué a escribir sobre la sociedad, en particular sobre el trabajo en las ciudades y el diseño de espacios públicos. Pero al labrarme una nueva vida no olvidé del todo la anterior.
En dos ocasiones traté de explorar las relaciones entre el arte y la sociedad sociológicamente: primero, en El declive del hombre público, en 1977, y luego en La conciencia del ojo, escrito catorce años después. Fueran cuales fueren sus virtudes académicas, estos libros no se escribieron desde el punto de vista del artista. Como intérprete, lo único que siempre he sabido es que el gran peligro es reducir el arte escénico a una simple manifestación, una representación de la sociedad. Los problemas éticos de la interpretación son más profundos, están dentro del arte.
La «interpretación» abarca un enorme abanico de actuaciones. Desearía que mis experiencias en el campo de la creación artística fueran más amplias. Si exceptuamos mi experiencia en la música clásica occidental, soy un bisoño musical. Pero he intentado subsanar esta carencia explorando cómo el arte elevado podría hablarle a la vida cotidiana. Por razones biográficas que también se revelarán, tengo poca experiencia en la interpretación: una limitación más que he tratado de contrarrestar centrándome en los aspectos corporales del teatro que se comparten con nosotros, los músicos y los bailarines, que no hablamos en el escenario.
Si vivo lo bastante escribiré tres ensayos sobre la presencia del arte en el interior de la sociedad: uno sobre la interpretación, otro sobre la narración y un tercero sobre la imagen. A mi juicio, estos tres aspectos abarcan toda la gama de expresiones del ser humano; constituyen nuestro ADN expresivo. Son, por supuesto, expresiones distintas: leer una historia no es en absoluto lo mismo que verla representada en un escenario, ni verla en forma de película. Aun así, la conexión ética es más fuerte que el medio: las tres pueden tanto dañar como inspirar.
Debería explicar la frase del epígrafe de arriba: «Si vivo lo bastante». Tengo casi ochenta años; la parca puede visitarme en cualquier momento, así que escribo los tres ensayos como textos autónomos, y cruzo los dedos.
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Traducción de Jesús Zulaika
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