24/02/2023
Empieza a leer 'Ensayismo' de Brian Dillon
No solo es necesario probar el cristal, sino que el cristal debe mostrar su permanencia mediante la fractura.
WILLIAM CARLOS WILLIAMS,
«Un ensayo sobre Virginia» (1925)
Hablemos de ella como si existiera.
ROLAND BARTHES,
El placer del texto (1973)
SOBRE LOS ENSAYOS Y LOS ENSAYISTAS. Sobre la muerte de una polilla, la humillación, la presa Hoover y cómo escribir; un inventario de los objetos que hay sobre la mesa de un escritor y un comentario sobre llevar gafas, que no lleva; lo que otro escritor aprendió sobre sí mismo el día que se cayó inconsciente del caballo; sobre narices, caníbales, el estilo; los distintos significados de la palabra «madera»; muchas estampas, publicadas a lo largo de décadas, en las que la escritora –o su elegante sustituta– describe su condición de desplazada en la ciudad con tanta despreocupación que nadie se imaginaría que todo era verdad; una disertación sobre el cerdo asado; un montón de lenguaje; un recorrido por los monumentos; un artículo de una revista cuyos tonos y estructura se asemejan tanto a su objeto o lo esconden tanto que los lectores desconcertados huyen en tropel; una frase que se podría susurrar al oído de un moribundo; un ensayo sobre los ensayos; la amistad breve y sesgada de la autora con la gran cantante de jazz; un tratado sobre la melancolía y también sobre cualquier otra cosa; una especie de deriva o disolución de la lógica y del lenguaje que obliga al lector maravillado a volver atrás una y otra vez –¿cómo hemos llegado de aquí hasta aquí?– ante el talento del escritor (o quizá ante su descuido); un sermón sobre la muerte, predicado durante los últimos días del poeta en la Tierra ante un cuadro de su propio cuerpo amortajado; el poder metafórico del mismo: el vientre materno una tumba, la tumba una vorágine, la muerte alargando la mano para salvarnos; una lectura larga; un breviario de podredumbre; un apunte en un diario para superarse a sí misma: «Coserme los botones (y coserme la boca)»; sobre un bailarín ataviado como un insecto o un rayo de luz; amor, en orden alfabético; vida, en orden alfabético; hasta el último segundo de la aparición de un payaso mudo en pantalla, diseccionado: «Cometemos una crueldad contra la existencia si no la interpretamos hasta la muerte»; sobre las vacas que se ven a través de la ventana: su movimiento y su masa, sus posibles emociones; lo que pasó después te sorprenderá; en otros tiempos era cosa respetuosa, establecida y juzgada por los profesores, pruebas porque se necesitaban pruebas. ¿De qué? De conformidad, competencia y comprensión, de ambición adecuadamente ansiosa, pero después, descubiertas en la estantería y bajo la ropa de cama: chispas o destellos, puñaladas al desconcierto, esfuerzo o energía arrojados al vacío, y sobre el estilo también, diversiones ignominiosas, una forma de escribir que es toda superficie, torsión y porte, algo tan artificioso que es difícil distinguirlo del desorden; un arte entre otras cosas de la mirada de reojo, las oblicuidades y las digresiones; una adicción al aprendizaje arduo; un estudio de los signos de puntuación, su significado y ética; siete manifiestos dadaístas, cuarenta y un intentos fallidos, la técnica del escritor en trece tesis; la narración de lo que le pasó al autor por la cabeza segundos antes de un accidente de diligencia en algún punto del camino entre Manchester y Glasgow, «el segundo o tercer verano después de Waterloo». La literatura del desastre. Confesiones, recuerdos lejanos, una colección de arena. Curiosidades. La filosofía del mobiliario. La narración del último eclipse. ¿Cómo era volar sobre la capital, a través de la neblina y la lluvia plateadas, cuando volar todavía era una novedad? La respuesta: «Flechas innumerables nos disparaban por la avenida augusta de nuestro abordaje».
Imaginemos un tipo de escritura tan difícil de definir que su propio nombre tendría que resultar un esfuerzo, un intento, un proceso. Una conjetura o un riesgo, seguido probablemente de un fracaso. Imaginemos lo que podría rescatar del desastre y conseguir en cuanto a forma, estilo, textura y, por tanto (aunque algunos podrían ponerle reparos a ese «por tanto»), en cuanto a pensamiento. Por no mencionar el sentimiento. Imaginemos si podemos su perfil en la página: desde una avalancha ininterrumpida de argumentos o narrativa a promontorios aislados de texto que componen en conjunto el archipiélago de una obra o de todas las obras. La página es un estuario, salpicado a intervalos de boyas o símbolos tipográficos. Y todas las corrientes o los sedimentos entremedio: sermones, diálogos, listas y encuestas, pequeños remolinos de letras o libros enteros interpretados como ensayos individuales. Un cardumen o banco de ellos. Intentemos escuchar las cadencias posibles que podría crear eso: rimbombantes y autoritarias; ardientes y efervescentes; lentas y directas al dolor o al placer; vacilantes, vulnerables, tentativas; brutales y perentorias; una aleatoriedad o amalgama de todas esas acciones o cualidades. Un tramo o una llanura inexplorados. Y aun así ciertas rutas antiguas nos permiten abrirnos camino hasta la fuente y después salir de nuevo a aventurarnos.
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Traducción de Inmaculada C. Pérez Parra
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