01/10/2024
Empieza a leer 'Fechas que hicieron historia' de Patrick Boucheron

  

PRÓLOGO

PARA ALISAR EL TIEMPO

 

Nunca he sido capaz de retener las fechas. Extraña confesión, viniendo de un historiador de oficio en el umbral de un libro donde las fechas son las protagonistas de la trama. O más bien las tramas, que varían según sus narradores y sus personajes, como en una colección de cuentos. El lector no se verá aquí arrastrado por un solo aliento narrativo, sino mecido al compás de una brisa cambiante, complacido por la variedad de las historias y deseoso de encontrar sus secretas armonías.

Ya ven cómo soy: no he tardado ni medio párrafo en caer en la fanfarronada, esbozando de antemano, en los términos más elogiosos, el retrato de la obra que les quiero presentar. Es lo que pasa con los historiadores, que a menudo escriben sus libros para darse aires. Y cuando se dignan admitir algún defecto personal, este es siempre la contrapartida de sus inmensas cualidades profesionales. En otros oficios a eso se le llamaría deformación profesional. Así, por ejemplo, el historiador reconocerá de buen grado que es un disparate vivir habitado a todas horas por el pasado, obsesionado por él hasta la hipnosis y obligado a sentirlo con tanta intensidad a causa de su memoria privilegiada.

Así que volvamos a empezar, porque me refiero a algo mucho más banal que todo eso. El caso es que nunca he sido capaz de retener las fechas. Y no hablo aquí tan solo de cierta limitación académica que me haya visto obligado a compensar de algún modo. Hablo de la vergüenza de olvidarme continuamente de los cumpleaños, de desatender a mis seres queridos, de no visitar los cementerios, de dejar flotar a la deriva del tiempo los nacimientos y las muertes, de no saber datar sin esfuerzo los acontecimientos trascendentales de mi vida. No sé retener las fechas, literalmente: desfilan ante mí, esquivas, escurriéndose entre mis dedos.

Para eso sirve la escritura, para delimitar las lagunas de todo lo que no hemos podido retener. Y si la escritura de la historia quiere escapar a la vanagloria de quienes siempre tratan de dar razón del pasado, debe reconocer con franqueza y humildad sus defectos y debilidades y decir solo lo que puede decir, dejando bien claro que no puede decirlo todo. Por mi parte, solo tomé verdadera conciencia de mi responsabilidad en 2015, por motivos en los que concurrieron circunstancias personales y colectivas. De esa fecha me acuerdo, aunque no sea capaz de retener las de los distintos episodios que confluyeron en ella.

No hubo premeditación, con lo que no cabe teorizar a posteriori que lo que entonces escribía tratase de las fechas. De las fechas o, más concretamente, de la capacidad que tienen las fechas para crear el acontecimiento, de forma súbita o diferida, en tanto que el acontecimiento no es el instante que cizalla el curso del tiempo sino eso que en él acaba por acaecer. Digamos que al principio fue una necesidad moral la que me impulsó a poner freno al olvido y escribir junto a Mathieu Riboulet Prendre dates. París, 6-14 janvier 2015 (París, Verdier, 2015). Luego traté de extraer las conclusiones y aplicarlas a la historia pública en la edición de Histoire mondiale de la France (París, Seuil, 2017), que extendía el mismo principio narrativo a las dimensiones de una historia colectiva de larga duración.

Fechas que hicieron historia podría ser la tercera tablilla del tríptico, pues su proyecto de conjunto se inscribe en la onda expansiva de aquella detonación de 2015. Ya nos remita a un acontecimiento memorable o a otro más peregrino, la fecha sigue ahí, con su aspecto familiar y tranquilizador, como la puerta de entrada a una historia que procura acoger los imaginarios, recuerdos y arrebatos de quienes quieran dejarse tentar por el viaje. Lo que vengo a decir es que la voluntad de este libro es diametralmente opuesta a la del relato autoritario que intimida al recién llegado y le exige, antes de dejarlo pasar, algún santo y seña extraído de la jerga especializada de los historiadores.

Si nos abandonamos de corazón a esta forma –que podría juzgarse tradicional– de escribir historia no es por ceder a la nostalgia académica ni, menos aún, por resucitar la pulsión reaccionaria que inspira o se vale de esa nostalgia. Al contrario, es un intento de subvertirla confiando en el poder crítico del ejercicio de la historia, que no tiene necesidad de proclamarse para manifestarse. Cada relato se transforma así en una intriga metodológica y ocupa su lugar en la carta de colores que componen las diez formas distintas de crear el acontecimiento. A la postre, no se trata de una sucesión de hechos sino de una miscelánea de problemas: los que le plantea al historiador la necesidad de datar los fenómenos, es decir, de ubicarlos en la cronología y medir la muesca que dejaron en ella, espaciando el tiempo para dar cabida a los acontecimientos de larga duración.

Desde la cueva de Lascaux a la liberación de Nelson Mandela, estas treinta fechas de la historia mundial abarcan todas las épocas y todos los continentes, pero no constituyen ninguna historia universal. 1492, el año del presunto advenimiento de la modernidad, se encuentra a mitad de camino o un poco más allá: diecisiete relatos lo preceden y lo siguen doce, al menos en el orden cronológico de los acontecimientos, que no es, como veremos, el de los capítulos del libro. No se trata tanto de dar a los periodos antiguos preferencia sobre los contemporáneos como de alargar el paso de la historia para poner de relieve la unidad de su enfoque: así, el descubrimiento de Lascaux nos habla de la historia contemporánea y la liberación de Mandela, de la larguísima historia de las colonizaciones.

 

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Traducción de Álex Gibert

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Fechas que hicieron historia

 

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