24/05/2022
Empieza a leer 'Hambre' de John Fante
ME RÍO YO DE DIBBER LANNON
Dibber Lannon tiene un hermano mayor. Se llama Pat Lannon. Dibber me contó que su hermano Pat será papa algún día. Bueno, está claro que a Dibber le han tomado el pelo. Dibber ha dicho que Pat será el mejor papa del mundo, aún mejor que el papa Pío. ¡Me río yo de Dibber Lannon!
Y explico por qué:
Pat Lannon estaba en octavo curso cuando Dibber y yo estábamos en tercero. Me acuerdo de él. ¡Menudo hermano mayor era! ¡Uf! Era un acusica, eso es lo que era. Era el campeón de los acusicas de la escuela y aún conserva el título. Dibber no sabe esto. ¿Cómo iba a saberlo? Era el hermano menor de Pat, ¿cómo iba a saber un hermano menor que su hermano mayor era un acusica? ¿Quién iba a contárselo? Nadie. Pues por eso me río yo de Dibber Lannon.
Oí que unos chicos mayores de la escuela hablaban de Pat Lannon. Sabían muchas cosas. Hablaron de la vez que fueron a Manualidades pero no fueron a Manualidades, sino que hicieron novillos. Todos menos Pat Lannon. Era demasiado bueno para hacer novillos. ¿Y qué hizo? Fue a ver al señor Simmons y lo llevó al puente de caballete. Los chicos estaban debajo, fumando. El señor Simmons suspendió a todos menos a Pat Lannon. Esa es la clase de hermano que tenía Dibber Lannon. Y es el mismo hermano del que Dibber decía que iba a ser papa.
Cuando Pat Lannon asistía a nuestra escuela, yo aún estaba en tercer curso. Él estaba en octavo. Pero lo recuerdo. Era un majadero. Parecía que estaba chiflado. Llevaba gafas. Sus ojos se movían sin parar. Cuando miraba algo, sus ojos lo recorrían todo. Calzaba sandalias. ¡Vaya hermano mayor! ¡Los chicos mayores decían que cuando Pat estaba en primer curso incluso llevaba flequillo! ¡E iba a ser papa! Ja, ja.
Cada año se representa una obra de teatro en el colegio. Recuerdo cuando participó Pat Lannon. Las obras nunca son buenas. Quiero decir que son una porquería. Las escriben las hermanas. Ni siquiera son obras de teatro. Son escenas sueltas de tema histórico. Bobadas, memeces. No hay acción, no matan a nadie y nadie dice nunca nada divertido. A las chicas no se les permite actuar. Los chicos se visten con túnicas y mantos hechos con sábanas. Todo es pura imbecilidad. Todo el mundo tiene un papel de mierda. Por ejemplo, un chico es el Pecado. Otro es la Pureza. Otro es la Fe. El siguiente la Misericordia. Y así durante un buen rato. Y todo se hace con palabras santas, como Jesucristo.
Sale el Pecado. Dice algo que suena a santo. Luego sale la Fe. Dice: «¡Salve! ¡Pues yo soy la Fe! ¡Os traigo un mensaje!» Luego sale la Esperanza. Dice a la gente quién es y lo que hace. Y el siguiente chico es la Caridad, o la Humildad, o algo igual de cretino. Todos se sitúan en mitad del escenario y esperan. ¿A quién? ¡Al Amor! ¿Y quién era el Amor? ¡Pat Lannon! ¡Todas las veces! Salía al escenario y aullaba: «¡Salve! ¡Pues yo soy el Amor! ¡Traigo paz a la tierra y buena voluntad a los hombres!» Los que estaban en las primeras filas creían que era demasiado maravilloso para decirse con palabras. Y se rompían las manos aplaudiendo. ¡Menudo papa!
Pat Lannon era un pelotillero con las hermanas. Tenía una bicicleta. Les hacía recados. Se quedaba hasta la noche haciendo cosas. Limpiaba los borradores y fregaba las pizarras. Incluso corregía exámenes. Los chicos mayores le decían que le reventarían la nariz si los suspendía. Pero él tenía que suspender a alguien para parecer un tipo justo. ¿Y qué hacía? Suspender a las chicas. ¿Y por qué? ¡Porque eran las únicas de la escuela a quienes podía dar una paliza! ¡Y Dibber decía que iba a ser papa! ¡Ay qué risa, Basilisa!
Russell Meskimen era uno de los chicos mayores. Solía desinflarle las ruedas a Pat. Un día Russell tuvo que quedarse después de clase por escribir palabras sucias en la acera. La hermana Cletus era su maestra. Ella prometió que lo dejaría ir a casa si le hacía un recado. Russell pensó que la ocasión la pintaban calva y dijo claro que sí. Pero el recado tenía trampa.
La hermana Cletus dijo:
–Ve a Gales y compra veinte rollos de papel higiénico, y que los carguen en la cuenta de las Hermanas de la Caridad.
Oh, oh. Era un recado difícil.
Pero Russell no podía decir que no. Así que aceptó. Aunque no quería. Gales está exactamente en el centro de la ciudad. ¿Qué pensaría la gente? Un par de rollos no importaba, ¡pero veinte! ¡Y encima para las hermanas! Ya se sabe cómo son los pueblerinos. Rediez, se ríen en tu cara por cualquier cosa. Russell fue a buscar su bicicleta.
Y en el aparcabicis vio a Pat Lannon.
–Hola, Pat – dijo Russell–. ¿Te gustaría que te prometiera que nunca más volveré a desinflarte las ruedas?
– Eso sería maravilloso – dijo Pat.
–Si vas al centro por mí, te lo prometeré – dijo Russell. Así que Pat Lannon fue a Gales. No lo pensó dos veces. Entró directamente y encargó veinte rollos. ¡Y ese es el chico que Dibber decía que iba a ser papa! ¡Menudo papa! ¡Y veinte rollos! Cuando volvió a la escuela, Russell recogió los rollos y se los llevó a la hermana Cletus. Al salir, Russell vio la bici de Pat en el aparcabicis. Y se puso a cavilar. Y caviló: si un chico es así de tonto, no necesita tener aire en las ruedas. Así que se las desinfló otra vez. Lo cual es una especie de prueba.
Bob Armstrong es otro chico mayor. Pat y él eran monaguillos. Ayudaban en misa juntos. Bob acostumbraba a robar vino. Un día robó demasiado y el padre Walker sospechó algo. Le preguntó a Bob si había sido él.
Bob dijo:
–No, padre. De verdad que no.
Entonces el padre Walker se lo preguntó a Pat.
Pat dijo:
–Fue Bob, padre. Yo lo vi.
Vaya, vaya. ¡Y además acusica!
Después de misa, Bob fue en busca de Pat. Se apostó detrás de las lilas y saltó sobre él. ¡Menudo luchador resultó Pat Lannon! Un luchador sucio, porque se puso a dar puntapiés. ¡Incluso arañaba! Bob se fue cabreando cada vez más. Le dio una somanta de campeonato.
Yo pasaba a menudo por casa de los Lannon. Dibber y yo salíamos por ahí a correr aventuras. Construimos una casa en un árbol y cavamos una cueva. Después de jugar me llevaba a su casa y comíamos algo. Los Lannon tienen una casa fantástica, una de las mejores de la ciudad. No es de extrañar, el señor Lannon es propietario de una tienda de muebles. Tienen moqueta por todas partes, incluso en el sótano. En la cocina tienen una alfombra de color verde, y sillas verdes, y una estufa verde, incluso asas verdes en las cazuelas. Es realmente una cocina chulísima. Es mucho mejor incluso que nuestro salón.
Pat Lannon tenía un refugio en el sótano. Yo lo veía jugar con su equipo de química. Me quedaba en la puerta. Él no hablaba. No le gustaba que yo jugara con Dibber. Me miraba con sus ojos inquietos. Me daba miedo. Al cabo de un rato señalaba un tubo con algo verde.
–¿Ves eso? –decía.
Yo decía que sí.
Luego señalaba un tubo con una sustancia amarilla.
–¿Ves eso?
Yo decía que sí.
Él decía:
–Mezcla la sustancia verde con la amarilla.
Yo obedecía.
Y de pronto... ¡zas!
Me quemó el pelo y los dedos. Me dolió. Se echó a reír hasta que se le cayeron las gafas. Luego yo también me reí. Pero solo estaba fingiendo. No fue divertido. Me sentía triste. Estaba dolorido. Me escocía el dedo. Estaba enfadado. Odié a aquel maldito imbécil. Madre mía, cuánto lo odié. ¡Menudo papa!
Un día fui con Dibber a la casa encantada del río. Llevábamos tirachinas para matar fantasmas. Recorrimos toda la casa buscándolos. Había telarañas y murciélagos, pero ningún fantasma. Oímos un ruido en la planta de arriba y preparamos los tirachinas. Sonaba como un fantasma. Pero no era un fantasma. Solo era Pat Lannon, que estaba haciendo el tonto por allí. Se sacó un trozo de tiza del bolsillo y escribió en el suelo:
«¡Cuidado! Estas tablas son frágiles. ¡Cuidado!»
–¿Qué significa eso? –preguntó Dibber.
No quiso decírnoslo. Dijo que era un secreto. Pero nos dio cinco centavos a cada uno. Nos dijo que fuésemos a ver al director de los Boy Scouts y le contáramos lo que había escrito. Dijo que le darían una medalla por eso. Dibber fue. Yo no. Pensé que era otra broma, como la de los tubos de colores. Le mentí. Conseguí otros cinco centavos y me fui al cine.
Pat Lannon había puesto a escondidas unos cables en el patio trasero. Cada vez que tocabas algo recibías una descarga que te tiraba al suelo. Dijo que era para mantener alejados a los ladrones de gallinas. Pero yo sé lo que les pasó a las gallinas. Pat las mató. Y también lo intentó con los gatos. Les puso cables alrededor de las patas y les soltó descargas eléctricas. Perseguía, perseguía y perseguía a un pollo hasta que el pollo se desplomaba, hecho polvo. Luego lo electrocutaba. Mezclaba sustancias de su juego de química y mataba gatos. En aquel patio había un hormiguero. Ató un gato a un poste y clavó el poste encima de las hormigas.
Cuando terminó la escuela de las monjas, Pat se matriculó en un colegio privado de segunda enseñanza. Los Lannon tenían un Packard. Pat iba a misa con el coche y se llevaba chicas del colegio privado. Las chicas se sentaban en el banco de los Lannon. No eran católicas. Si eres católico, se supone que no debes ir con ellas. Aunque no es pecado, no se puede hacer eso. Pero es que tenían unas piernas fantásticas. Mejores que las piernas católicas. No escuchaban la misa. Solo se sentaban. Una era pelirroja y mascaba chicle. Yo me senté en el banco de al lado la siguiente vez que asistió. Ella no dejaba de preguntar: «¿Por qué hace eso?», refiriéndose al cura.
Dibber me contó que Pat llevaba chicas protestantes a misa para convertirlas. ¡Sandeces! Pat Lannon no quería convertir a nadie. Creo que una vez lo vi. Estoy seguro. Volvía de comulgar y sonreía. Se frotaba la barriga y se lamía los labios. La pelirroja lo observaba. «¡Deliciosa!», dijo. «¡Deliciosa!» Es un sacrilegio hablar así. La Sagrada Forma no es deliciosa, en absoluto. Ni siquiera puedes saborearla. ¡Menudo papa! ¡Me río yo de Dibber!
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Traducción de Antonio-Prometeo Moya Valle.
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