01/01/2025
Empieza a leer 'Hembras' de Lucy Cooke

 

A todas las hembras de mi vida.
Gracias por vuestro amor e inspiración

 

NOTA DE LA AUTORA SOBRE LA TERMINOLOGÍA

El lenguaje evoluciona con rapidez, y actualmente se habla mucho de la indistinción entre los términos «sexo» y «género». Es fundamental utilizar apropiadamente estos términos y no confundirlos. La mayoría de los científicos coinciden en que los animales no humanos no tienen género. En este libro, los términos «hembra» y «macho» hacen referencia, pues, al sexo biológico del animal. Por otra parte, me he permitido un cierto grado de antropomorfismo. A veces se debe al hecho de que los términos que empleo son los que se han utilizado tradicionalmente. Así, por ejemplo, puedo referirme a los genitales de un animal como «masculinizados» o hablar de cerebro «feminizado», ya que tal era la descripción científica original. Esos términos ligados al género no tienen por qué utilizarse necesariamente en el ámbito académico actual –ni es aconsejable hacerlo– para describir las características y comportamientos sexuales de los animales. También empleo términos de género como «madre» y «padre» para referirme a los animales, puesto que son los utilizados por los científicos en cuestión y la mayoría de mis lectores entenderán a qué me refiero; por ejemplo, «madre» puede hacer referencia simplemente al progenitor que produce los huevos en una especie concreta. En otras ocasiones he empleado términos antropomórficos como «mujer fatal», «reina», «lesbiana», «hermana», «dama» o «fémina» con fines narrativos, pero los lectores del ámbito académico no tienen por qué reproducir esa terminología en su trabajo. Soy consciente de que este antropomorfismo puede tener, involuntariamente, connotaciones de género. En el presente volumen pretendo demostrar que el sexo es extremadamente variable y que los conceptos de género basados en supuestos de sexo binario no tienen ningún sentido. Espero sinceramente que este propósito haya quedado claramente de manifiesto.

 

INTRODUCCIÓN

Estudiar zoología me hacía sentir como una triste inadaptada. No porque me gustaran las arañas, ni porque disfrutara troceando cosas muertas que encontraba en la cuneta, ni porque estuviera más que dispuesta a buscar en las heces de los animales pistas sobre lo que habían comido sus dueños. Todos mis compañeros de clase compartían las mismas curiosas manías, de manera que no había de qué avergonzarse. No, la fuente de mi inquietud era mi sexo. Ser mujer solo implicaba una cosa: era una perdedora.

«La hembra es explotada, y la base evolutiva fundamental de dicha explotación radica en el hecho de que los óvulos son más grandes que los espermatozoides», escribía mi tutor en la universidad, Richard Dawkins, en su biblia evolucionista y éxito de ventas El gen egoísta.

Según la ley zoológica, las productoras de óvulos fuimos traicionadas por nuestros voluminosos gametos. Al invertir su legado genético en unos pocos óvulos ricos en nutrientes, en lugar de millones de espermatozoides ambulantes, a nuestras antepasadas les había tocado la pajita más corta en la lotería primigenia de la vida. Y ahora estamos condenadas a ser las segundonas de los tiradores de esperma por toda la eternidad; una nota a pie de página femenina en el acto central de los machos.

Aprendí que esta disparidad aparentemente trivial en nuestras células sexuales establecía unas férreas bases biológicas sobre las que se asentaba la desigualdad sexual. «Es posible interpretar todas las demás diferencias que existen entre los sexos como derivadas de esta diferencia básica –nos decía Dawkins–. Es aquí donde empieza la explotación femenina.»

Los animales macho llevaban una vida aventurera caracterizada por una vigorosa capacidad de acción. Luchaban entre sí por el liderazgo o por la posesión de las hembras. Follaban de manera indiscriminada, impulsados por el imperativo biológico de esparcir su semilla a diestro y siniestro. Y eran socialmente dominantes: mientras que los machos lideraban, las hembras se limitaban a ser dóciles y seguirles. El papel de la hembra era el de una madre abnegada, naturalmente; como tal, los esfuerzos maternos se consideraban todos ellos equiparables: no teníamos ninguna ventaja competitiva. El sexo era un deber más que un impulso.

Y en lo relativo a la evolución, eran los machos los que conducían el autobús del cambio. Las hembras podíamos subirnos a él gracias al ADN compartido, siempre que prometiéramos portarnos bien y quedarnos calladitas.

Como estudiante de la evolución y productora de óvulos, no podía verme reflejada en esa telecomedia sobre los roles sexuales propia de los años cincuenta. ¿Acaso era yo una especie de aberración femenina?

La respuesta, por suerte, es no.

En biología se ha instalado una mitología sexista que distorsiona el modo en que percibimos a las hembras animales. En el mundo natural la forma y el papel de las hembras varía enormemente, abarcando un fascinante espectro de anatomías y comportamientos. Sí, es cierto que existe la figura de la madre cariñosa, pero también la de la jacana, un ave que abandona sus huevos y deja su crianza al cuidado de un harén de machos cornudos. Puede que las hembras sean fieles, pero solo el 7 % de las especies son sexualmente monógamas, lo que deja a un montón de hembras aficionadas al flirteo y en busca de sexo con múltiples parejas. Además, no todas las sociedades animales están dominadas por los machos, ni mucho menos; en diversas clases biológicas han evolucionado hembras alfa, y su autoridad va desde el tipo más benevolente (bonobos) hasta el más brutal (abejas). Las hembras pueden competir entre sí con tanta saña como los machos. Las antílopes topi se enzarzan en feroces batallas con enormes cuernos para acceder a los mejores machos, mientras que las matriarcas suricatas son los mamíferos más sanguinarios del planeta: matan a las crías de sus competidores y así reprimen su reproducción. También hay mujeres fatales, como las arañas hembra caníbales que se comen a sus amantes como tentempié después del coito, o incluso antes de este; o lagartijas «lesbianas» que prescinden por completo de los machos y se reproducen exclusivamente por clonación.

En los últimos decenios se ha producido una auténtica revolución en nuestra concepción de lo que significa ser una hembra. Este libro trata de dicha revolución. En él presentaré a un bullicioso elenco de hembras extraordinarias, además de los científicos y científicas que las estudian, quienes, juntos, han redefinido no solo a «la hembra de la especie» (por citar la expresión de Kipling), sino las propias fuerzas que modelan la evolución.

 

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Traducción de Francisco José Ramos Mena

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Hembras

 

Descubre más sobre Hembras de Lucy Cooke aquí.


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