08/02/2023
Empieza a leer 'La banda de los polacos' de Federico Jeanmaire

 

Yo era polaco.

Testamento,

WITOLD GOMBROWICZ

 

protejo lo absurdo como

si fuera lo único

sensato que queda

El mecanismo del agua,

ALEJANDRA SANTORO

 

Un huracán no dura toda la mañana.

LAO TSE

 

 

POLONIA DEL SUR

Me tapé los ojos y vi una banda de polacos. Eso le había dicho al Polaco el viejo Borges, el propietario del quiosco más concurrido de la villa, el más elegante, el que queda justo enfrente de la iglesia. Se lo había dicho hacía muchos años, cuando el Polaco todavía era un nene. Ahora, el Polaco lo recordaba en voz alta frente a los otros varios polacos que lo rodeaban. Cuando me percaté de que cruzabas, de que venías para acá, me tapé los ojos y vi una banda de polacos, recuerda el Polaco desde algún entusiasmo que le dijo el viejo Borges aquella vez.

El Polaco era el mayor de siete hermanos.

El mayor y el único polaco de la familia.

Sus hermanos no. Sus hermanos eran bien oscuros. Tan oscuros como su madre.

Era el único polaco de la familia pero no el único polaco de la villa. Había más polacos. Un montón de rubios blanquitos más. Varios de los cuales, ahora mismo, estaban escuchando atentamente lo que contaba que le había dicho, hacía años, el viejo Borges.

Por eso.

Porque ahora estaba rodeado de otros tan polacos como él, había preferido momentáneamente dejar de ser el Polaco para avisarles a los demás que su nombre era Braian.

–Soy Braian.

Les avisó a los que escuchaban.

Y enseguida continuó.

Aquella vez el viejo le había dicho que se tapó los ojos y vio una banda de polacos. Una banda de entre uno y diez polacos; que la imagen le había durado apenas unos segundos y que, en tan poco tiempo, no había podido establecer con precisión de cuántos polacos se trataba. Más de uno y menos de diez, le aseguró. Aunque no había podido contarlos y esa imposibilidad planteaba el di­fícil asunto de la existencia de Dios: solo Dios podía definir el número exacto de polacos que había visto mientras se tapaba los ojos durante algunos segundos. De cualquier manera, por supuesto que si en el futuro aparecía alguien capaz de contarlos que no fuera Dios, en ese improbable momento Dios dejaría de existir. Ergo, Dios todavía existe, había terminado el viejo Borges aquel día.

 

Los polacos se habían reunido en la placita triste y pelada que queda justo al costado de una de las salidas de la villa. A pedido de la Yesi, se habían reunido. Pero no eran amigos. Y como no eran amigos y la Polaca, la que había invitado a la reunión, no abría la boca, al Braian se le había ocurrido desafiar el mutismo general contando aquello que le había dicho, años atrás, el viejo Borges, el dueño del quiosco más sofisticado de la villa.

Braian dijo lo que dijo y volvió el silencio a la plaza.

Un buen rato.

Hasta que otro de los polacos, mirando hacia algún punto perdido entre las hojas más altas del solitario fresno que había a la derecha de la escena, argumentó que algo no le cerraba del cuento, que el viejo no podía haber visto ninguna banda, que uno no ve nada cuando se tapa los ojos.

Otro de los polacos le dio la razón.

Enseguida, un tercero atribuyó el hecho de que el viejo no pudiese saber con exactitud el número de polacos que conformaban la banda a los pocos segundos que había mantenido los ojos tapados; que nadie de la villa era tan bueno en matemáticas, que se necesitaba tiempo para sumar, que a ninguno de por ahí, por más viejo que fuera y aunque tuviese un quiosco enfrente de la iglesia, le alcanzaban unos pocos segundos para sumar nada.

–También eso es verdad.

Afirmó el polaco que antes había reconocido que nadie ve nada si se tapa los ojos. De inmediato, ese mismo polaco se encargó de terminar con las últimas dudas del grupo: aseguró que todos los villeros, incluso aquellos que no eran polacos, sabían perfectamente que Dios no existía, que Dios era un invento de los que no vivían en las villas.

* * *

La banda de los polacos

 

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