02/04/2024
Empieza a leer 'Por así decirlo' de J. Á. González Sainz

 

Para Luis Pérez Turrau
y Pilar Romero Golvano, con gratitud

 

Al cabo de los años pienso en nosotros como bichitos en la superficie del agua, aislados y sin objeto e incansables.
WILLIAM FAULKNER

Todo lo miró, y notó, y puso en su punto.
MIGUEL DE CERVANTES

Arte era de artes saber discurrir: ya no basta, menester es adivinar, y más en desengaños. No puede ser entendido el que no fuere buen entendedor.
BALTASAR GRACIÁN

Las almas olfatean lo profundo en dirección al Hades.
HERÁCLITO


Uno

EL ACONTECIMIENTO

 

El director se inclina ante las manos que aplauden. Por ellas regresa al escenario, y lo hará cada vez que se lo pidan. Sólo está a merced de esas manos, y por ellas vive realmente.
ELIAS CANETTI

 

1

En algún lado habría leído —porque no creía que fuera de su propia cosecha— que todo acontecimiento verdadero revela siempre un horizonte nuevo, y hasta a veces completamente inimaginable, de lo que pueden dar de sí las acciones y las pasiones humanas.
Desde el día, tan presente aún, en que Ibáñez Vanberg, Enrique Ibáñez Vanberg, tuvo ocasión de asistir, por azar y sin poder dar crédito a lo que veía, a uno de esos auténticos e insospechados acontecimientos que imprimen un sesgo inverosímil al reino de las posibilidades humanas, supo que estaba ya en condiciones de poder confirmar sin ambages que así parece ser en efecto, que a veces sucede algo, que acontece algo de pronto, por muy fútil o de poca monta que al principio pudiera parecer, y la piedra de toque de la bóveda de nuestra vida que hasta entonces nos pasaba inadvertida o a la que dábamos alegremente por supuesto, como lo más natural del mundo, de repente empieza a desajustarse, a tambalearse, y luego a venirse estrepitosamente abajo arrastrándolo todo en su caída y dejándonos a la intemperie de un paisaje que no hubiésemos podido ni imaginar antes siquiera, por más barruntos que algunos hubieran pensado tener. Que luego el meollo del acontecimiento fuera el suceso vamos a llamarlo en sí, o bien la inusitada potencia que irradia su metáfora, era ya otro cantar que él dejaba para que se lo respondiera el propio curso de las cosas, su destino quizá.

2

El día en que todo sucedió fue un día de julio de ahora hacía ya, si no llevaba mal las cuentas, justamente tres años —¿o eran ya cuatro?—, aunque su memoria lo conservaba con esa imborrable nitidez con que se recuerdan de ordinario los acontecimientos inesperados. Es verdad que se había dado cuenta de que, desde el primer momento, lo contaba siempre con las mismas o aproximadas palabras, y que esas palabras se habían hecho fuertes, como solidificadas, y habían sustituido ya soberanamente a los hechos como un segundo plato al primero, hasta el punto de que el acontecimiento en sí corría el riesgo de ser ya más que nada un acontecimiento del lenguaje y la imaginación. Suele suceder, se dijo, es la tendencia, y cada vez más acusada.
Si dijera que desde entonces no había dejado de pensar en lo que sucedió, de rememorarlo o, quizá mejor dicho, de considerar la luz que arrojaba o que imaginaba que arrojaba sobre tantas cosas de nuestro desajustado y tambaleante presente, o quién sabe si sobre los desajustes o tambaleos de siempre, sería desde luego mucho decir y exagerar de seguro, porque uno —aunque desde luego no fuera del todo su caso— siempre deja de pensar en algún momento o en muchos momentos e incluso en la mayor parte de los momentos; siempre deja, si está en su sano juicio —que ya decía él mismo que no tenía por qué ser el suyo—, de darles vueltas y más vueltas a las cosas. Pero lo cierto, y de ello puedo dar buena fe porque conmigo se sinceraba a menudo, demasiado a menudo para mi gusto, es que no se le iba lo que se dice nunca de la cabeza.
Darles vueltas a las cosas es pensar —pensaba—, y las primeras vueltas de las cosas son las palabras, o por lo menos, y no sabía muy bien por qué con tanto ahínco, esas vueltas les daba él. Pero sea como fuere, y a sabiendas de que las cosas siempre son como son y no como las pensamos o como querríamos que fuesen, esto es, son sin las vueltas que les damos —si bien a eso habría que darle unas vueltas, decía—, la cuestión es que no sólo le costó salir de su asombro aquel día y dar crédito de buenas a primeras a todo lo que estaba presenciando —realmente no se lo podía creer mientras lo veía; ¿puede estar pasando esto?, me dijo cien veces que se preguntaba, ¿puede estar pasando lo que está pasando?—, sino que incluso después, a lo largo de los tres o cuatro años que ya han transcurrido desde entonces, ha tenido que emplearse a fondo para tratar de hacer no ya conllevable, que eso sería mucho decir, sino cuando menos, porque a la fuerza ahorcan, sencillamente concebible el panorama que de repente había desplegado aquel acontecimiento a quien quisiera verlo y las posibilidades a decir poco escandalosas que había dado a conocer.

 

* * *

 

Por as� decirlo

 

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