22/07/2022
Empieza a leer 'Sobre la libertad' Maggie Nelson
INTRODUCCIÓN
NO SIGAS LEYENDO SI QUIERES HABLAR DE LIBERTAD – CRISIS DE LA LIBERTAD – EL NUDO – INVOLUCRAMIENTO Y DISTANCIAMIENTO – LA LIBERTAD ES MÍA Y SÉ CÓMO ME SIENTO – UNA LABOR PACIENTE
No sigas leyendo si quieres hablar de libertad
Hacía ya tiempo que quería escribir un libro sobre la libertad. Llevaba queriendo escribir este libro al menos desde que el tema surgió como subtexto inesperado en otro libro que escribí sobre el arte y la crueldad. Me puse a escribir sobre la crueldad solo para descubrir, ante mi sorpresa, que la libertad se colaba por las grietas de la asfixiante celda de la crueldad en forma de luz y aire. Cuando la crueldad me dejó agotada, pasé directamente a la libertad. Comencé leyendo «¿Qué es la libertad?», de Hannah Arendt, y me puse a acumular bibliografía.
Pero no tardé mucho en desviarme del tema, y acabé escribiendo un libro sobre los cuidados. Hubo quien pensó que el libro sobre los cuidados era también un libro sobre la libertad, cosa que me resultó gratificante, pues yo creía lo mismo. Durante un tiempo me dije que el libro sobre la libertad quizá ya no era necesario..., al menos no un libro mío, y quizá de nadie más. ¿Se le ocurre alguna palabra más vacía, imprecisa o utilizada como arma? «Antes me preocupaba la libertad, pero ahora me preocupa sobre todo el amor», me dijo un amigo. «Libertad parece una palabra en clave corrupta y vacía para nombrar la guerra, una exportación comercial, algo que un patriarca puede “conceder” o “rescindir”», me escribió otro amigo. «Es una palabra que puede significar cualquier cosa», dijo otro.
A menudo estaba de acuerdo: ¿por qué no empezar por un valor menos problemático, evidentemente oportuno y noble como la obligación, la ayuda mutua, la coexistencia, la resiliencia, la sostenibilidad, o lo que Manolo Callahan ha denominado «convivencia insubordinada»? ¿Por qué no reconocer que el prolongado papel estelar de la libertad podría estar tocando a su fin, y que una permanente obsesión con ella podría reflejar una pulsión de muerte? «¡Tu libertad me está matando!», reza la pancarta de unos manifestantes en mitad de una pandemia. «¡Tu salud no es más importante que mi libertad!», responden los gritos de otros que no llevan mascarilla.
Y sin embargo era incapaz de dejarlo.
El problema reside, en parte, en la propia palabra, cuyo significado no acaba de ser evidente ni compartido por todos.5 De hecho, funciona más como la palabra «Dios» en el sentido de que, cuando la utilizamos, nunca sabemos realmente con seguridad de qué estamos hablando exactamente, ni de si estamos hablando de lo mismo. (¿Estamos hablando de la libertad negativa? ¿De la libertad positiva? ¿De la libertad anarquista? ¿De la libertad marxista? ¿De la libertad abolicionista? ¿De la libertad libertaria? ¿De la libertad del colonizador blanco? ¿De la libertad descolonizadora? ¿De la libertad neoliberal? ¿De la libertad zapatista? ¿De la libertad espiritual?, etc.) Todo lo cual nos lleva a la famosa proclama de Ludwig Wittgenstein: «el significado de una palabra es su uso». Pensé en esta formulación el otro día cuando, en el campus de mi universidad, pasé junto a una mesa en la que una pancarta decía: «Párese aquí si quiere hablar de libertad.» «¡Caramba, si me paro!», me dije. Así que me paré y le pregunté a un joven blanco, posiblemente un estudiante, de qué tipo de libertad quería hablar. Me miró de arriba abajo, y acto seguido dijo, lentamente y con un asomo de amenaza y de inseguridad: «Ya sabe, de la libertad de toda la vida.» Entonces me fijé en que vendía chapas de tres categorías: salvemos al feto, explotemos las libertades*[1] y sí al derecho a las armas.
Como deja claro la obra de Wittgenstein, que el significado de una palabra sea su uso no es motivo de parálisis ni de lamentaciones. Por el contrario, puede ser una incitación a averiguar qué juego del lenguaje se está utilizando. Este es el enfoque que he asumido en este libro, en el que la «libertad» actúa como un billete de tren reutilizable, marcado o perforado por las muchas estaciones, manos o recipientes por los que pasa. (Tomo prestada esta metáfora de Wayne Koestenbaum, que en una ocasión la utilizó para describir «la manera en que una palabra, o un grupo de palabras, permuta» en la obra de Gertrude Stein. «Lo que la palabra significa no es asunto tuyo», escribe Koestenbaum, «pero sí es asunto tuyo, sin duda, adónde viaja la palabra.») Pues, sean cuales sean las confusiones que provoca hablar de la libertad, esencialmente no difieren de los malentendidos a los que nos arriesgamos al hablar de cualquier otra cosa. Y hemos de hablar de las cosas, aunque y sobre todo si, tal como lo expresó George Oppen, uno ya no está «seguro de las palabras».
Crisis de la libertad
Cuando vuelvo la vista atrás, la decisión de atenerme a esa palabra parece tener dos raíces. La primera tiene que ver con mi permanente frustración por cómo la derecha política se ha apropiado de ella (y la prueba son las chapas que vendía ese joven universitario). Esa apropiación es algo que lleva siglos ocurriendo: la idea de «libertad para nosotros, subyugación para ti», ha funcionado desde que se fundó nuestra nación. Pero después de la década de 1960 –una época en la que, tal como recuerda el historiador Robin D. G. Kelley en Freedom Dreams: «la libertad era la meta que intentaba alcanzar nuestro pueblo; la libertad era un verbo, un acto, un deseo, una exigencia militante. “Libera la tierra”, “Libera la mente”, “Libertad para Sudáfrica”, “Libertad para Angola”, “Libertad para Angela Davis”, “Libertad para Huey”,*[2] eran los lemas que mejor recuerdo–, la derecha política dobló la apuesta. En unas pocas décadas de neoliberalismo brutal, el grito de guerra de libertad que habían personificado el Vera-no de la Libertad, las Escuelas Libres, los Conductores por la Libertad,**[3] la Liberación de la Mujer y la Liberación Gay, fue sustituido por organizaciones del jaez del Partido de la Libertad de Estados Unidos, Capitalismo y Libertad, Operación Libertad Duradera, la Ley de Libertad Religiosa, etc. Este cambio ha llevado a algunos filósofos políticos (como Judith Butler) a referirse a nuestra época como «posliberadora» (aunque, como observa Fred Moten, «preliberadora» podría ser igualmente exacto). Sea como fuere, el debate acerca de dónde nos encontramos en este momento en relación con la libertad podría leerse como un síntoma de lo que Wendy Brown ha denominado una «crisis de la libertad» creciente, en la que «los poderes antidemocráticos concretos de nuestra época (que pueden florecer incluso en las así llamadas democracias) han producido sujetos –incluidos aquellos que «trabajan bajo el estandarte de la “política progresista”»– que parecen «desorientados por lo que se refiere a los valores de la libertad», y han permitido que «el lenguaje de la resistencia [ocupe el terreno] abandonado por una práctica más expansiva de la libertad». Ante esta crisis, aferrarse a esa palabra parecía una manera de rechazar ese desplazamiento, de poner a prueba las posibilidades rechazadas o restantes de esa palabra, de no ceder terreno.
La segunda raíz –que complica la primera– es que desde hace mucho mantengo algunas reservas acerca de la retórica emancipadora de épocas anteriores, sobre todo la que considera la liberación un suceso puntual o un horizonte de sucesos. La nostalgia por las ideas de liberación anteriores –muchas de las cuales se basan en gran medida en mitologías de revelación, revueltas violentas, machismo revolucionario y progreso teleológico– suele parecerme inútil o peor, en vista de ciertos retos actuales, como puede ser el calentamiento global. Los «sueños de libertad» que sistemáticamente imaginan la llegada de la libertad como un Día del Juicio (por ejemplo, cuando Martin Luther King habla del «día en el que todos los hijos de Dios [...] podrán darse la mano y cantar la letra de ese viejo espiritual negro: “Libres por fin, libres por fin, Oh Dios Todopoderoso, somos libres por fin”») podrían ser fundamentales para ayudarnos a imaginar los futuros que queremos. Pero también pueden condicionarnos a considerar la libertad un logro futuro en lugar de una práctica actual constante, algo que ya está ocurriendo. Si ceder la libertad a las fuerzas nocivas ya es un tremendo error, también lo es aferrarse con todas nuestras fuerzas a conceptos anquilosados y rancios.
Por esta razón, la distinción que lleva a cabo Michel Foucault entre la liberación (concebida como un acto momentáneo) y las prácticas de la libertad (concebidas como algo continuo) me ha resultado clave, como cuando escribe: «La liberación prepara el terreno para unas nuevas relaciones de poder, que deben ser controladas por las prácticas de la libertad.» Me gusta mucho esta proposición; incluso diría que es un principio que sirve de guía a este libro. No hay duda de que a algunos les parecerá un aguafiestas descomunal. (¿Relaciones de poder? ¿Control? ¿No se trata de desembarazarnos de todo eso? Es posible, pero cuidado con lo que deseas, porque podría llegar a cumplirse.) A eso se refiere Brown cuando dice que la libertad para autogobernarse «requiere inventiva y un uso cuidadoso del poder más que una rebelión contra la autoridad; es algo sobrio, agotador y sin padres que lo controlen». Creo que probablemente tiene razón, aun cuando la expresión «sobrio, agotador y sin padres que lo controlen» resulte un grito de guerra bastante duro, sobre todo para aquellos que ya se sienten agotados y desamparados. Pero este enfoque me resulta más inspirador y factible que esperar a que llegue la «definitiva “gran noche” de la liberación», tal como lo ha expresado el economista francés Frédéric Lordon: «la confrontación apocalíptica seguida de una repentina y milagrosa irrupción de unas relaciones humanas y sociales completamente distintas».
Lordon argumenta que renunciar a nuestras esperanzas de que llegue esa gran noche podría ser «la mejor manera de salvar la idea de liberación»; tiendo a coincidir con él. Los momentos de liberación –como son los de ruptura revolucionaria o «experiencias cumbre» personales– tienen gran importancia, en la medida en que nos recuerdan que las condiciones que antaño parecían fijas no lo son, y crean oportunidades para alterar el rumbo, disminuir la dominación y empezar de nuevo. Pero la práctica de la libertad –es decir, la mañana después, y la mañana después de esa– es lo que, si tenemos suerte, ocupa la mayor parte de nuestra vida consciente. Este libro trata de ese inacabable experimento.
* Owning the libs es una estrategia política utilizada por los conser-vadores estadounidenses para alterar las políticas liberales, con eslóganes como «A la mierda tus sentimientos» o «Que los liberales vuelvan al llorar». (Las notas con asterisco son del traductor.)
*[2] Se refiere a Huey Percy Newton (1942-1989), cofundador del Partido de las Panteras Negras. Se trataba de un grupo negro armado revolucionario que vigilaba la brutalidad policial en las calles.
*[3] El Verano de la Libertad fue una campaña de voluntarios llevada a cabo en el estado de Mississippi para intentar registrar al mayor número de personas de color posible en el censo electoral. Las Escuelas Libres fue un movimiento originado por el Movimiento de los Derechos Civiles para ofrecer a la población negra del Sur escuelas provisionales, alternativas y libres a fin de promover la igualdad en esos estados. Los Conductores por la Libertad eran también activistas de los derechos civiles que viajaban por los estados segregados del Sur en autobuses interraciales para forzar la entrada en vigor de la legislación antisegregación.
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Traducción de Damián Alou.
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