22/12/2021
Empieza a leer 'Spanish Beauty' de Esther García Llovet


Un único asiento doble, iluminado por un foco cenital, rodeado de la oscuridad más negra e impenetrable. No se puede querer a tan poca gente; él lo sabía pero no fue capaz de evitarlo. Su nuevo corazón presagiaba lo peor, y el presagio se hizo realidad.
KIKO AMAT, Revancha


Un destello deslumbrante como un anuncio de publicidad interestelar, allí en medio del océano, en la noche de verano, al final de la noche del final del verano, el destello seco de las brasas de un cigarro. Las brasas se inflaman, luego se apagan, vuelven a encenderse con fuerza en la proa de la zodiac. Fuma y habla a la vez, sola. Después llama a alguien por el móvil. Al cabo de unos minutos arroja el cigarrillo al agua. Se hunde con una crepitación. Justo bajo la Boreal. Hay un reflejo verde lima sobre el mar de ácido, son las cinco de la madrugada, esa hora muy chunga de peaje al otro lado.

Un cielo electrónico.

Las letras: rojas. Cuadradas: Benidorm.

 

Ahora que amanece todo sigue en su sitio. La luna llena sigue en su sitio, transparente, porosa, de cal. La zodiac se acerca despacio a la playa de Finestrat como un marrajo inspeccionando la superficie del mar. Michela está de pie en la proa. Tiene esa cara de quien no ha dormido nada para despertar al mundo, húmeda y fría, su cara de siempre,  el pelo tieso y duro de sal. Cuando llega a la orilla apaga el motor, salta al agua, arrastra la zodiac unos metros y la deja caer ahí mismo en la arena. Lleva vaqueros, la parte de arriba de un bikini de punto y las botas colgadas del cuello por los cordones. Avanza por la playa plana. Pasa junto a una pareja durmiendo la mona, un perro que hurga entre bolsas del Lidl, los restos de una fogata apagada con cerveza. Se dirige al chiringuito de donde viene la música. La música es algo de C. Tangana y suena en estéreo desde unos altavoces de plástico malo colgados sobre las cabezas de un matrimonio que desayuna con cerveza mientras lee The Sun. Chanclas, calcetines de tenis, el tabloide y un sello de oro amarillo en el meñique, él. Ella está en una silla de ruedas, los tobillos como cerillas, la raya del ojo color esmeralda, haciendo fotos del amanecer con el teléfono móvil.

– Ni fotos ni vídeos, señora –le dice Michela. Michela habla inglés con acento del este de Londres, un cockney imposible de pronunciar a no ser que se haya nacido en el mismo Hackney.
– ¿Y usted quién es?
– ¿Dónde está Martin? –pregunta Michela al camarero.

Las sillas del chiringuito están aún colocadas encima de las mesas, salvo la de los ingleses. Huele a fritura, a café, a aceite bronceador.

– Martin se ha pillado unos días libres. –El camarero habla con el mismo acento que Michela aunque no haya puesto un pie en Londres en su vida, ni fuera de Benidorm tampoco.
– Pues entonces nos vamos de fiesta tú y yo. Es su cumpleaños –le dice a la inglesa.
– Feliz cumpleaños –dice la inglesa. Y le tira una foto.
– No es mi cumpleaños. Estoy trabajando. ¿Quieren algo más? –les pregunta a los ingleses.
– Que os calléis –dice él.
– Te voy a dar una sorpresa –le dice Michela al camarero.
– No me gustan las sorpresas.

Michela se echa a reír:

– Quién lo dice.
– Lo digo yo –dice el inglés.

Michela coge una silla y se sienta frente al mar.

– Ponme un café. ¿Y adónde se ha ido? Llevo tres días buscándolo.
– No tengo ni la menor idea –dice bajando las sillas de una mesa. Lleva delantal de chica–. A mí me dejas en paz con vuestras movidas.
– Hoy no es día de andar perdiendo el tiempo –dice Michela–. No es día de andar perdiendo el tiempo nunca, y menos aquí, aquí todo el mundo va como si tuviera todo el tiempo del mundo y luego no hacen nada, ponerse morenos y ponerse ciegos y comer, no se enteran de que no hay más que eso, que tiempo, eso de que si no usas la cabeza otro lo hará por ti es una mierda soberana, lo que hay que hacer es poner el tiempo del otro a tus necesidades, a tu señora gana. Usarlo, tenerlo, y luego ya veremos.
– Yo morena no me pongo.
– Aquí, ahora, son tiempos blandos, no pasa nada, nadie quiere nada, y eso es lo peor que puede pasar. La tontería y el aburrimiento. Las sobras, las colillas. Y este sol de mierda.
– ¿Quién habla de aburrimiento? –pregunta la inglesa. Lleva un vestido con girasoles aunque debe de tener setenta años cumplidos–. Esto es lo más divertido del mundo.
– También los rusos dicen que esto es divertido –dice su marido leyendo el periódico–. Lo dice aquí.
– ¿Qué rusos?
– Los que han comprado la casa grande de Terra Mítica –dice sonriendo. Tiene una dentadura nuevita–. Van a dar una fiesta de bienvenida.

El camarero se dirige a la máquina de café. Prepara uno negro, espeso, sin azúcar. Cuando se vuelve Michela ya no está. Ha dejado el tabaco en la silla y ha vuelto a la orilla, se ha subido a la zodiac. Michela tira del arranque del motor, una, dos, tres, arranca, da un par de giros en trompo a unos metros de la orilla hasta que se estabiliza. Luego pone la proa hacia el horizonte. El inglés pide la tercera pinta de la mañana.

– Tu camello es una pieza de cuidado –le dice el inglés al camarero.
– No es mi camello.
– Cómo que no. Te he visto darle un sobre por debajo de la mesa.

El camarero se sienta en una de las mesas y da un sorbo al café. Luego tira el vaso de papel al suelo, escucha las olas efervescentes rompiendo en la orilla. Enciende un cigarrillo.

– No es mi camello. Esa es Michela. Esa es policía nacional.

Michela acelera, se queda de pie en la proa, se aleja dejando un fuerte olor a gasóleo y una estela de espuma batida cada vez más estrecha, una raya de farla que desaparece mar adentro como una autopista líquida, estrecha, ligera, directa hacia la luna caliente. Velocidad profunda. Domingo.



Spanish Beauty

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