31/03/2023
Empieza a leer 'Tan difícil como raro' de Juan Vilá
La gente se lamenta de las cosas malas que le pasan y que no merece pero raramente menciona las cosas buenas. Lo que ha hecho para merecerlas. Yo no recuerdo haber dado al Señor demasiados motivos para que me favoreciera. Pero lo hizo.
CORMAC MCCARTHY
Los filósofos gilipollas
7 DE MARZO DE 2020
Gloria dice que vive en mitad de la nada. Pero no es cierto. Gloria me enseña unas fotos de su casa y lo que ve cada mañana al despertar es un inmenso prado, y un montón de caballos, y una valla de madera para que no se escapen. Todo es verde, muy, muy verde, y hay árboles. No hay desierto. Ni un acantilado ni un agujero. Ni cualquier otra expresión del vacío. Gloria me cuenta que su casa es un antiguo molino. Y yo lo que veo en las fotos son unos sólidos muros de piedra. Ella lo compró y lo restauró, junto con su marido, cuando estaba embarazada de su primer hijo. El niño ya tiene doce años y se llama John. Me enseña también una foto de él. Parece muy guapo, comento, y ella responde: es como yo, muy bueno y muy inteligente. Gloria tiene razón en lo que a ella respecta, y seguramente en lo de su hijo. No sé. No le conozco. A lo que me refiero es a que no miente ni se adjudica méritos que no le corresponden. Gloria tampoco ha perdido la cabeza en esta historia llena de locos y todo tipo de tarados. Gloria yo creo que es mi personaje favorito, la única que se ha salvado, y por eso, en cuanto empecé a escribir, sentí la necesidad de ponerme en contacto con ella, y ella me respondió al instante.
Gloria dice que en la universidad tenía la impresión de que todos sabíamos más que ella y que veíamos el mundo, la vida y la filosofía con mucha más claridad. Gloria dice también que se sentía cohibida frente a la seguridad del resto. Pero eso tampoco es cierto. Nosotros, lo repetiré una y mil veces a lo largo de este librito, éramos una panda de gilipollas. Ese error por parte de Gloria, su formación previa, su voluntad, su afán de saber y su inteligencia la salvaron. Gloria dice que estudió demasiado en la carrera. Se pasó todo el tiempo leyendo e investigando, y ahora tiene la sensación de haberse perdido un montón de cosas. Gloria vuelve a equivocarse. Parece mentira que sea tan lista y en este tema, y solo en este tema, cometa tantos errores.
Gloria me cuenta que primero quiso ser profesora de Educación Física – y ese sí hubiera sido un disparate tremendo–, pero sus padres se lo impidieron. Gracias, señores papás de Gloria. Luego descubrió la filosofía y se entusiasmó con ella. Se dijo a sí misma: estudiaré esa carrera y, como no se puede hacer nada con semejante saber inútil, me convertiré en catedrática. Gloria no se conformaba con menos y sus padres le dijeron que adelante. Nadie dudaba de que fuera capaz de conseguirlo. ¿Cómo iba a fallar Gloria?
Gloria ahora presume de su educación y su familia: mi familia siempre ha estado llena de gente que hacía cosas: médicos, ingenieros, empresarios… Su madre era inglesa y su padre español. Gloria nació y vivió hasta los doce años en Inglaterra. Luego se vino a España y, sin tener ni idea del idioma, sus padres la matricularon en uno de los colegios más exigentes de Madrid. Gloria aprobó sin demasiados problemas. ¿Cómo no iba a ser catedrática?
Viendo a Gloria, resulta difícil pensar que es en realidad medio guiri y muchísimo menos escuchándola hablar ese español que aprendió ya en la adolescencia. Aunque tiene los ojos azules y, si rascas un poco, enseguida encuentras dos o tres rasgos muy anglosajones: cierta frialdad – entendida como un más que justificado espanto frente al sentimentalismo– y un espíritu muy práctico. Lo primero se traduce, por ejemplo, en unas relaciones personales mucho menos intensas que las de los españoles y en su increíble facilidad para dejar atrás el pasado o cualquier otra cosa que ya no le sirva. Lo segundo, en un manejo mucho más cuidadoso del dinero, por llamarlo de alguna forma, y sin referirme en este caso a la típica tacañería británica.
Gloria ha enterrado a un montón de gente. A su padre y a su madre, a su primer novio, que acabó consumido por un cáncer en la treintena, a un hermano que se suicidó. Le pregunto si tiene alguna hipótesis sobre la muerte de Roberto. Gloria viene a decirme, no es una frase textual, que Roberto estaba deseando hacerlo, que solo necesitaba una excusa para saltar. Y Roberto, de pronto, se convierte ante mí en una especie de ángel. Un ángel estúpido de su propia destrucción. La verdad es que se trata de algo que yo siempre he pensado, pero al oírselo a ella la idea cobra muchísima más fuerza.
Roberto se reía siempre de todo, no se tomaba nada en serio, dice Gloria. Y recuerda que un día estaba ella sentada en un pasillo de la facultad leyendo un libro, él se le acercó y le preguntó qué leía. Poco importa lo que fuera. La pregunta era en realidad una excusa, otra excusa más, para que Roberto soltara un chiste: yo de mayor quiero dedicarme a censurar libros. Su vida, quizá tenga razón Gloria, tan solo fue una excusa para matarse y nosotros, todos nosotros y en general cualquiera que se cruzó en su camino, nos convertimos en el público que se lo hizo más fácil, y más gratificante. Primero le aplaudimos, le apoyamos y le reímos las ocurrencias. Luego lloramos por él y yo hasta me pongo ahora a escribirle un librito.
Aunque creo que Gloria olvida la otra parte. Ese fondo tan equivocado y absurdo, al margen de la pose, tan vacío – o mejor todavía: tan lleno de nada–, que puede llevar a alguien a enfocar y dirigir toda su vida a ese último acto o representación final. Narcisismo, sí, pero nihilismo y desesperación también.
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