14/02/2023
Empieza a leer 'Todo Messi' de Jordi Puntí

 

Qué lindo sería ser cinco segundos él, para ver qué sensación.

JAVIER MASCHERANO

A veces me pregunto si Messi es humano.

THIERRY HENRY

El mejor jugador del mundo es Messi. El segundo mejor jugador del mundo es Messi le­sionado.

JORGE VALDANO

Sir Isaac Newton nos mira desde allí arri­ba y dice: «Yo estaba equivocado y Messi tiene razón. Él desafía la gravedad.»

RAY HUDSON

El éxito del Barça siempre dependió de la felicidad de Messi.

RAMON BESA

 

 

PREÁMBULO

 

Hay muchas formas de saber cuál es tu jugador preferido. El cromo que has ido guardando desde pequeño, escondido en alguna cajita como un rey en el exilio, al que solo visitas de vez en cuando, en pleno ataque de nostalgia. Aquella camiseta deste­ñida con su nombre en la espalda, la misma que has utilizado mil veces y que, por alguna razón miste­riosa, siempre te trae buena suerte en las finales. Los vídeos de sus goles y jugadas en Youtube, que algún loco como tú – pero con más tiempo libre– ha recopilado para que los pudieras ver en bucle, sin parar. Durante una época, cuando Romario era mi jugador preferido de todos los tiempos, guarda­ba una cinta de vídeo con los 30 goles que prome­tió (y marcó) en una temporada. Más de una vez, si el Barça perdía o pasaba una mala racha, me ponía ese vídeo como quien se toma un analgésico. Y fun­cionaba. Hablo de la temporada 1993-94, cuando Romario ganó el Pichichi. Ahora esa cifra nos pare­cería casi normal, porque Leo Messi nos ha mal­criado en exceso, pero entonces era un fenómeno sobrenatural. Muchos de esos goles parecían inven­tados – como si nadie los hubiera podido hacer an­tes que él–: la cola de vaca a Alkorta, las vaselinas y los esprints de dos metros, el toque suave y preciso o el eslalon en velocidad, la posición de escorzo con que seguía las jugadas, como un depredador al ace­cho... Puede que a alguien le parezca una blasfemia, pero cuando repaso ese repertorio de jugadas y go­les, me parece estar en la antesala de lo que hemos visto durante la última década. Como si el Dream Team hubiera sido el telonero del espectáculo conse­guido por los Xavi, Iniesta, Puyol, Busquets, Messi y compañía, especialmente durante los años en que los entrenaban Pep Guardiola y Tito Vilanova.

Aunque el calendario nos predispone a vivir el fútbol como un fenómeno lineal, que avanza en el tiempo y se renueva en cada partido, con la intri­ga de los resultados y los campeones que caducan al inicio de una nueva temporada, a mí me gusta ver­lo como un territorio en el que el pasado y el pre­sente se confunden, y a veces – como en esos versos famosos de T. S. Eliot– incluso influyen en el futu­ro. Inevitablemente, en este libro saldrán ejemplos prácticos de estas manías mías. El fútbol es también el territorio de la memoria, y si nos apasiona es por­que nos permite ir atrás en el tiempo, revivir a los grandes jugadores, olvidar las finales perdidas, sen­tirnos en el lugar de nuestros héroes, mezclar me­moria y deseo. Recuerdo ciertos goles que en reali­dad no entraron, que fueron al palo o salieron fuera por centímetros, y solo unos años más tarde otro jugador en otro partido los acabó en mi memoria. Él marcaba un gol, pero de hecho estaba marcando dos: uno en el presente, que era el que celebraba, y otro en el pasado, que solo celebraba yo. Quiero decir con esto que el fútbol es mucho más entrete­nido cuando es visto como un mundo paralelo. Una religión, si se desea, o un sistema filosófico, o una lu­cha contra el azar. Cada uno ve un partido diferente, todos somos entrenadores, y es en esencia imposible que un jugador de ajedrez profesional y un poeta vean el mismo partido.

Vuelvo al principio. En mi caso, entre las múl­tiples razones para decidir que Leo Messi es mi ju­gador favorito de todos los tiempos, está el hecho de que a veces sueño con él. Que yo recuerde, en el pasado solo había soñado con alguna jugada de Ronaldinho, o con algún partido de juego colectivo, sin distinguir a los jugadores en la bruma del sueño, generalmente la víspera de un Barça-Madrid (y ga­nábamos nosotros, claro). Con Messi, en cambio, he soñado varias veces. He soñado con él como si yo fuera su padre y le sirviera el desayuno en la ba­rra de una cantina. He soñado con él a través de una conexión sanguínea, como un hermano mayor que le hacía compañía en un autobús vacío y aparcado en el exterior de un campo de fútbol desierto. He soñado con él haciendo goles extraordinarios, rega­tes que desafiaban las leyes de la física y jugadas que se desplegaban ante mí con la maravilla de una aurora boreal. A menudo en estos sueños Messi es­taba solo, y supongo que con este detalle un psi­quiatra freudiano podría contarme más cosas de mí mismo que del propio jugador argentino, pero yo lo entiendo – me gusta entenderlo– como una co­nexión más allá del presente, una relación que tiene lugar en el mundo etéreo del inconsciente. Él no lo sabe, pero con su juego me ha hecho feliz muchas veces, en la realidad del presente y en la ficción de los sueños.

La idea de este libro nació hace tiempo como un intento privado de prolongar esa felicidad, más que tratar de descifrarla y comprenderla. Italo Calvino definió cuáles serían las características de la literatura del siglo XXI y resulta que a su manera Messi tam­bién es un artista y las cumple todas: levedad, rapi­dez, exactitud, visibilidad y multiplicidad (esto es algo que contaré más adelante). Este tipo de asociaciones resultan muy tentadoras.

Cuando yo coleccionaba cromos de fútbol, las estampas solían combinar dos imágenes: una del futbolista quieto, posando para la foto, y otra en plena jugada, disparando o controlando un balón (o parándolo si era un portero). Messi ejemplifica como nadie estos dos estados: la quietud en mitad del campo, los pasos lentos, y a la vez la velocidad con­trolada. Quizá se podrían definir estas páginas como un cromo en movimiento, uno de esos vídeos cor­tos que hay ahora por internet y que resumen en diez segundos toda una jugada. Solo que el movimiento se lo daré yo con mis palabras: inspirándome vaga­mente en el patrón del escritor Raymond Queneau y su célebre libro, intentaré trazar unos ejercicios de estilo a partir de la figura de Leo Messi. Deconstruct­ing Messi. Reescribir a Messi. Él será el protagonista de cada texto, las mil caras del estilo, y mi ejercicio consistirá en capturar en estas páginas la belleza, la voracidad, el genio, la modernidad, la obsesión y el instinto, entre muchas otras cosas, de un futbolista que es el mejor de la historia.

Es probable, pues, que Messi, gol y Barça sean las palabras que aparezcan más a menudo – bueno, y Argentina–, pero ya se trata de eso, ¿no?

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