12/04/2018
Sergio Pitol: la cálida risa
Tras largos años de salud deteriorada falleció Sergio Pitol, pero prefiero recordar tantos y tantos años de amistad, desde 1970 en Barcelona, en los que fue casi como un hermano ligeramente mayor, dos años, y también más sabio y con quien la complicidad resultó inmediata. Tantos y tantos encuentros también, Sergio, Lali y yo, en Barcelona, en París, en Praga, en Frankfurt y luego muy especialmente en México: el D.F., Guadalajara y después estancias en su casa de Xalapa.
En México conocimos a sus grandes amigos, recuerdo almuerzos y cenas memorables y regocijantes y torneos de inteligencia con Carlos Monsiváis, Neus Espresate, Vicente Rojo, Tito Monterroso, Bárbara Jacobs, Margo Glantz o Luz del Amo, la intelligentsia izquierdosa y crítica. Y más tarde me envió al joven Villoro por si podía traducir algún título para Anagrama y resultó ser Memorias de un antisemita, de Von Rezzori, y fue el inicio de otra gran amistad.
Y la enorme gratificación de ir publicando sus libros, en España empezando por Vals de Mefisto, en 1984, y luego El desfile del amor, la novela ganadora de la segunda edición de nuestro premio con la que conformó, unida a otras dos, Domar a la divina garza y La vida conyugal, el celebrado Tríptico de Carnaval, y finalmente su Trilogía de la Memoria, compuesta por El arte de la fuga, El viaje y El mago de Viena, que lo acabó de consagrar como uno de los grandes de la literatura en lengua española: el Premio Juan Rulfo y el Cervantes así lo atestiguan. La alegría de ver cómo un escritor semisecreto, de culto, se iba convirtiendo en un autor indispensable, un faro para los jóvenes narradores.
Y recuerdo y celebro la alegría de su compañía desde que aterrizábamos en el aeropuerto del D.F.: nuestro “cónsul” en México se transformaba en el mejor cicerone imaginable. Gracias, Sergio, muchas gracias.
Jorge Herralde
12 de abril de 2018