El hombre, fatalmente pegado a la piel del mundo, ha envidiado siempre al pájaro, símbolo del mundo celeste, y opuesto, por lo tanto, a la serpiente, que avanza sobre la tierra gracias a las contracciones de una capa muscular subcutánea y simboliza el mundo terrestre.

Para el infeliz protagonista de nuestra historia, sin embargo, el deseo de volar significa mucho más que un simple trasladarse por el aire, o, lo que es igual, mucho más que la posibilidad de realizar un viaje rápido y sin esfuerzo. Lo que persigue nuestro personaje con su curioso artefacto volador debe interpretarse, sobre todo, como un irrefrenable deseo de liberación. 

«No se trata sólo de trasladarse por el aire», explica el acusado ante sus jueces, «sino, sobre todo, de remontarnos por encima de nuestras propias limitaciones.» 

El sueño de nuestro personaje -acusado de brujería por la cerrilidad de unos jueces tan ignorantes y soberbios como los que condenaron a Galileo- coincide, por lo tanto, con la interpretación psicoanalítica tradicional, que asegura que al soñar que volamos expresamos un deseo de sublimación, de búsqueda de una armonía interior y de una superación de nuestros conflictos. O incluso, aún más, nuestro deseo de penetrar en una nueva Edad de Oro en la que se reconozca a todos los hombres y a la sociedad que configuran el derecho a ser mejores. 

Una novela espléndida e inquietante, sazonada con el personalísimo humor del autor de Amado monstruo y El castillo de la carta cifrada.