Mal asunto cuando no encontramos el camino que debe conducirnos al escenario de nuestros éxitos. Mal asunto, también, cuando no queremos encontrar ese camino y nos resignamos a movernos únicamente por los oscuros pasadizos de la mediocridad. Porque eso es, también, lo que sucede algunas veces: en nuestro tuero interno, en las capas más profundas de nuestro subconsciente, nos negamos a encontrar el camino de nuestra plena realización y continuamos dando vueltas y más vueltas alrededor de lo que preterimos considerar como un sueño imposible.

¿Qué es, pues, lo que le sucede a nuestra oscura y voluminosa soprano Brígida von Schwarzeinstein, contratada por la Ópera de M para interpretar el papel de Brunilda en El crepúsculo de los dioses? ¿Desea realmente, después de tantos años de ilusionada espera, encontrar el camino que debe conducirla al escenario en el que tendrá que demostrarnos todo su talento? ¿Quiere realmente interpretar el papel de aquella hermosa y heroica mujer? ¿Desea de todo corazón convertirse en la amante del héroe? ¿ Tiene valor suficiente para precipitarse con su caballo en la pira en la que arde el cadáver de su amado Sigfrido?

Dicho de otro modo: ¿confía en sí misma? ¿Se atreve a apostar realmente por su talento cuando le llega por fin la hora de demostrarlo? ¿Teme tanto al fracaso que prefiere continuar arrastrándose por los tenebrosos pasillos del anonimato? 

No está muy claro y nosotros necesitamos saberlo para pronunciar nuestro veredicto. Los lectores, una vez más, convertidos en Jueces. Son ellos quienes deben pronunciar la correspondiente sentencia. 

Y la sentencia del lector, pensamos, debería ser contundente: en Los misterios de la Ópera, misteriosamente, Torneo logra superarse a sí mismo.