Es Pierre Drieu La Rochelle quien, en El fuego fatuo, afirma que todo solitario es un ilusionista que, ante los restos más o menos descalabrados de un pasado mejor, cree encontrarse en los días que para él fueron de la vida y no ve que en realidad se halla en el escenario de la decrepitud y de la indigencia. Algo de esto le sucede al narrador de estos papeles, un hombre que regresa, después de doce años, a la casa de su infancia y adolescencia en busca de una tregua, de una reconciliación consigo mismo y con los fantasmas que pueblan su más inmediato pasado y no consigue otra cosa que perderse en los reflejos de ese pasado en sus recuerdos y en sus sueños y, sobre todo, comprobar que la casa que él soñó como casa de la vida se ha convertido en la casa de la desolación. 

Primera novela de Miguel Sánchez-Ostiz, publicada en 1982 con una difusión restringida, en ella se encuentran ya apuntadas no pocas claves o temas recurrentes de su obra narrativa posterior, las constantes que configuran su mundo literario: personajes singulares enfermos de un mal de vivir y de una insatisfacción incurables, ambientes cerrados, asfixiantes, en los que sus personajes se mueven como sombras, el enfrentamiento con la labor de usura y destrucción del tiempo...

Miguel Sánchez-Ostiz obtuvo por unanimidad el VII Premio Herralde de Novela con La gran ilusión. 

«Un excelente escritor, poseedor de un estilo hermoso y personal y de un mundo propio singular... Un libro ceñido, denso, elegante y hermoso, como un verdadero poema.» (Rafael Conte, El País) 

«Confirma rotundamente la naturaleza de su mundo novelístico.» (J. Ernesto Ayala-Dip, El Correo Español-El Pueblo Vasco) 

«El cruce de verdad y mentira, de realidad y fantasía, resulta apasionante y confirma a Miguel Sánchez-Ostiz como un espléndido fabulador.» (Luis Blanco Vila, Ya) 

«En la narrativa española se confirma uno de los valores más sólidos de su generación.» (Carlos Galán, Alerta) 

«Un escritor de raza.» (Carmen Martín Gaite, El Mundo)