01/10/2024
Empieza a leer 'Bournville' de Jonathan Coe
Para Graham Caveney
Prólogo
Marzo de 2020
La zona de llegadas del aeropuerto de Viena estaba tan tranquila que a Lorna no le costó nada reconocerla a pesar de que nunca se habían visto en persona. Tenía el pelo corto y castaño, un tipo juvenil y unos ojos marrones que se iluminaron cuando Lorna asomó la cabeza por detrás del enorme estuche de su instrumento y dijo:
–Eres Susanne, ¿verdad?
–Hola –contestó Susanne, alargando la palabra en un tono cantarín; y luego, tras un momento de duda, atrajo a Lorna hacia ella para darle un abrazo de bienvenida–. Todavía podemos hacer esto, ¿no?
–Pues claro.
–Me alegra tanto que por fin estés aquí...
–Y a mí.
–¿Buen vuelo?
–Estupendo. Sin mucho jaleo.
–He traído mi coche. –De repente se quedó mirando con aprensión al reluciente estuche negro de vuelo que contenía el contrabajo de Lorna y dijo–: Espero que quepa.
Fuera hacía casi tanto frío como para que nevara y la luz ambarina de las farolas formaba aureolas dispersas en el aire nocturno. Mientras iban andando hasta el aparcamiento, Susanne le hizo más preguntas sobre el vuelo (¿te tomaban la temperatura en el aeropuerto?), le preguntó a Lorna si tenía hambre (no tenía) y le explicó unas cuantas cosas sobre los planes de los próximos días. Lorna y Mark se quedarían en el mismo hotel, pero él venía en avión desde Edimburgo y no llegaría a Viena hasta la mañana siguiente. Su actuación empezaría sobre las nueve de la noche, y al otro día cogerían un tren a Múnich.
–No puedo ir con vosotros a los conciertos de Alemania –dijo–. Por mucho que me apetezca. La discográfica no tiene presupuesto para pagarme el viaje. Por eso os recogemos así y no en limusina.
Hablaba de su propio coche, un Volvo de hacía diez años cubierto de arañazos y abolladuras que a Lorna no le inspiró mucha confianza. De todos modos, sí parecía lo bastante grande para lo que se traían entre manos.
–Yo creo que nos vale –dijo Lorna, pero cuando miró más de cerca el interior del coche vio un problema que no se esperaba. Había una sillita de bebé en el asiento trasero, rodeada de todos los desechos típicos de alguien para quien el cuidado del niño era su mayor prioridad: toallitas húmedas, envases de comida, juguetes de plástico, chupetes; aunque lo más preocupante era que cada centímetro cuadrado que quedaba libre estaba ocupado por rollos de papel higiénico, envueltos en paquetes de plástico de nueve cada uno. Calculó que habría unos veinte paquetes.
–Lo siento –dijo Susanne–. Espera un momento que... Bueno, a ver cómo lo podemos hacer.
Empezaron intentando meter el contrabajo en el coche por el portón del maletero, pero inmediatamente topó con una sólida muralla de rollos de papel. Lorna sacó unos nueve o diez paquetes y los puso sobre el asfalto, pero ni con esas consiguieron deslizar el mástil del contrabajo entre todo el papel higiénico del asiento trasero. Así que luego quitaron la fila superior de rollos del asiento, los apilaron a un lado del coche y se las arreglaron para encajar el contrabajo hasta el fondo, por encima de la sillita infantil, de manera que el cabezal casi tocaba el parabrisas y el maletero podía cerrarse a duras penas. Sin embargo, cuando trataron de meter los demás rollos alrededor no cabían.
–A lo mejor si sacamos el instrumento del estuche –dijo Susanne– y luego lo llenamos de papel higiénico... No, no creo que sirva.
Al final resolvieron el problema cuando Lorna se sentó en el asiento del copiloto con el mástil del contrabajo apretado contra la mejilla, y Susanne le puso ocho o nueve paquetes de papel higiénico sobre el regazo, formando una torre que llegaba hasta el techo del coche.
* * *
Traducción de Javier Lacruz
* * *
Descubre más sobre Bournville de Jonathan Coe aquí.